Demetrio Padilla Romero es culillo de mal asiento. Desde chaval, siempre ha perseguido sus sueños. Es el fiel reflejo de la vida entendida como lucha, sacrificio y valores. Este jueves se levantó de la cama con la normalidad de otra jornada más. Hizo sus rutinas y solo se percató de que cumplía 90 años cuando empezó a recibir las felicitaciones de su entorno, primero de su cuidadora y luego de su familia.
Ni remotamente se podía imaginar que el día de su aniversario acabaría en el lugar en el que fue tan feliz durante más de tres décadas: los autobuses urbanos de Linares. La sorpresa fue preparada por sus nietos con la complicidad de su hijo Jesús.
Al anochecer, Demetrio salió de casa para celebrar su fecha de nacimiento con una cena y la tradicional tarta. Se montó el coche sin saber que se iba a reencontrar con su pasado. Nada más llegar a las cocheras donde se encierran los coches de las líneas urbanas, sus ojos comenzaron a brillar. Allí, a pie de pista, le esperaba Alfonso Martínez Ríos, antiguo compañero, con el que se fundió en un abrazo. No pudo reprimir las lágrimas de un momento que llevaba mucho tiempo esperando.
Demetrio estaba encabezonado en volver a conducir. No había día en el que no planteara la posibilidad. Para él, la edad y los achaques de salud no eran suficiente motivo para impedir que volviera a pisar el acelerador. Era don erre que erre. Fue entonces cuando sus nietos idearon el regalo de cumpleaños. Y acertaron de pleno.
Después de recordar viejas anécdotas, se sentó en el asiento del conductor, tomó con fuerza el volante y miró al frente como antaño. Por su cabeza, pasaron cientos de recuerdos de aquellas largas jornadas recorriendo los barrios de la ciudad.
Demetrio sonríe y se expresa con la misma dulzura con la que trataba a los pasajeros. Nunca tuvo una mala palabra hacia nadie. Su sonrisa perenne le acompañaba en cada viaje. Era tal su pasión por su profesión que en su hoja de servicios no aparece ni un día de baja. Siempre al pie del cañón.
Su pasión por el motor le viene de lejos. De los tiempos en los que manejaba el tractor en un cortijo de su Quesada natal. Una mañana tomó la determinación de abandonar el campo y marcharse en busca de mejor fortuna. Se montó en el tren, junto con un amigo, y terminó en Valencia, donde reafirmó que lo suyo era conducir.
Posteriormente, regresó a la provincia para comenzar a trabajar de chófer en Alsina Graells, en la línea que cubría Linares-Cazorla y viceversa. De ese puesto pasó a los autobuses urbanos de la ciudad minera, tras conseguir una plaza de conductor. Treinta años se dedicó en cuerpo y alma a llevar de un sitio a otro a varias generaciones enteras de linarenses.
A sus 90 años, Demetrio Padilla apenas pudo contener la emoción y, balbuciendo agradecimientos con la voz entrecortada, vio como glosaban su persona sus antiguos compañeros de oficio. «En agradecimiento a tu labor y dedicación a Transportes Urbanos de Linares y en tu 90 cumpleaños», decía el pergamino firmado por la empresa que dirige Enrique Barragán.
Entre la afecto y la ternura, regresó a casa un hombre bueno, que destaca por su profesionalidad, la honradez, empatía y vocación de servicio público y de ayuda a los demás. Virtudes que le acompañarán hasta sus últimos días de existencia.