«Es una bendición estar triste, jodido»

Por:Javier Esturillo
Andrés Ortiz Tafur.

Tenía 23 años cuando alguien le pidió que leyera algunos pasajes de un texto que había escrito en una pequeña libreta deshilachada más propia de la rama periodística que del ámbito literario, más presumido en las formas. Sin dejar caer la ceniza del Ducados, lo hizo con la misma pasión con la que hoy triunfa como escritor.

Andrés Ortiz Tafur (Linares, 1972) es un gran partidario de la edad. Escucharle hablar mientras vamos cumpliendo años es un bálsamo aún mejor que cualquier balneario de la Selva Negra. Inquieto hasta la saciedad, un post suyo perdido en la red social X (antes Twitter) es un gesto revolucionario en una sociedad que se apresta al desastre. Se desata los nervios de quienes contemplan su desafío de normalidad como si su propia presencia fuera una piedra contra un espejo que él controla.

Todo lo que ha escrito en el tiempo que ha desembocado en su madurez tiene que ver con lo que pasa, aunque muchas veces arranque de abstracciones como el amor o la libertad.

Genuino hasta alcanzar el reconocimiento de personaje, Ortiz Tafur tiene este mes la agenda ajetreada. No es causal. Abril huele a primavera, a campo abierto, pero también a papel y sus diferentes químicos que el cerebro los transforma en aromas. Si los combinas todos tendrás algo parecido a un caramelo suizo, de cuyo sabor te acuerdas horas después.

Con el poemario ‘Traigo noche en los zapatos’, no para de sumar éxitos. ha sido finalista al Premio Andalucía de la Crítica y este sábado recibe el Premio Argentaria de Literatura. Además, es uno de los autores escogidos en el marco de ‘Poesía en tu librería, diálogos con Miguel Hernández’, programa que cerrará su tierra, en su casa: Entre Libros.

— En unas horas recibe el Premio Argentaria y ha sido finalista al Premio Andalucía de la Crítica. ¿Cómo se siente?

—Sorprendido, porque el premio Argentaria no se circunscribe a un libro concreto, si no a una trayectoria. Y pensar eso, que ya tengo un camino lo suficientemente ancho y largo, me provoca cierto vértigo. Y claro, muy feliz y orgulloso por sentir que mi trabajo es apreciado en mi tierra y, cómo no, por los escritores que me preceden y que me ayudan a calcular la importancia de esta distinción.

Y por lo que respecta al Premio Andalucía de la Crítica, lo mismo. Fíjese, ya formé parte de la terna de finalistas en 2022 con ‘Los últimos deseos’, en la modalidad de relato, y fue la bomba. Entonces ganó Ángel Olgoso, un escritor al que yo leía antes de haber publicado, ¡antes, incluso, de pensar en hacerlo!

Este año, con ‘Traigo noche en los zapatos’, ha sido si cabe aún más especial, por la cantidad y la calidad de los poetas que hay en Andalucía. Creo que eran doscientas treinta y tantas obras las que optaban al galardón. El mero hecho de formar parte de los diez finalistas ya conforma, en sí mismo, el mejor de los premios.

—Su trabajo se caracteriza por un fuerte componente emocional. ¿Cómo logra transmitir esas emociones tan profundas a través de su escritura?

—Estamos condenados a sentir. Todas las personas. A sentir todo. Y yo disfruto lo indecible de esa suerte de cautiverio e incluso, de alguna manera, envidio los baches o los malos ratos que percibo a veces en la gente que trato. Tendemos a dar por supuesto que no estar mal significa estar bien, y nada más lejos, en innumerables ocasiones significa, simple y llanamente, que no estamos a lo que hay que estar.

Por así decirlo: todas las canciones tristes vienen precedidas de un buen momento y por eso es una bendición estar triste, jodido; la única prueba de vida que deja clara constancia de que nuestro paso por aquí no está siendo en balde. Y a ese árbol me arrimo cuando me siento a escribir.

—Ha manifestado en no pocas ocasiones que su proceso de inspiración es bastante amplio.

—Para los cuentos necesito que una buena frase me caiga del cielo. Me da lo mismo que verse sobre la siembra del maíz o sobre los leucocitos en sangre. Si es buena, me vale cualquier tema. En la poesía me sirvo mucho de lo que veo o de lo que quiero ver, de lo que siento o de lo que quiero sentir. Y en mis artículos periodísticos suelo mirar por las ventanas, las convierto en mi televisor particular, en mis noticiarios.

—¿Hay alguna época o lugar en particular que le fascine a la hora de escribir?

—Soy completamente diurno para escribir, pero me fastidia lo más grande despertar cuando el sol ya ha salido, porque es en ese tramo cuando sé si el día va a ser o no productivo en el plano literario.

Y tengo dos lugares predilectos: un sillón, que comparto con los gatos y perros con los que vivo y que pega a una ventana que me permite, prácticamente, sentirme en la calle. Y arriba, en la buhardilla. Si me siento allí, significa que la cosa va en serio.

—Estamos en el mes del libro, ¿qué está leyendo?

—Varios a la vez, así funciono siempre. A ver, hago memoria: estoy releyendo ‘El imperio de Yegorov’, una fantástica y divertidísima novela de Manuel Moyano, que vendrá a reunirse con el club de lectura de Santiago de la Espada al que pertenezco, el próximo 10 de mayo. Dos regalos recientes de mi querido amigo Santos Doval Vega: ‘Pasos de piedra’, de José Manuel Huerga; y ‘Lugares donde quienes se amaron se amaron mucho’, de Héctor Aceves. Y, por último, ‘Mundo vegetal’, de Marc Colell, un escritorazo.  

Recomiende a los lectores de El Nuevo Observador algún libro más.

—Karmelo C. Iribarren acaba de publicar nuevo libro: ‘La última del domingo’, y me extraña que tal acontecimiento no haga que se pare el mundo en seco. Al menos, mientras dure su lectura. Cualquier obra de Sergio Mayor es una delicia, o las últimas de tres autoras que sigo desde hace tiempo: ‘La sed’, de Virginia Mendoza; ‘Te di ojos y miraste las tinieblas’, de Irene Solà; y ‘La seca’, de Txani Rodríguez.

¿Qué libro prologaría?

—Es curioso porque, justo antes de atender esta entrevista, estaba trabajando en un prólogo que me ha pedido la escritora Julia Navas Moreno para sus ‘Bailarinas de rafia’, un maravilloso poemario que llegará a las librerías en los próximos meses, de la mano de Chamán Ediciones.

No es algo que hago con asiduidad. Al contrario, los suelo rechazar amablemente porque me genera mucha presión la responsabilidad que conlleva abrir la obra en la que alguien ha dedicado tanto tiempo.   

—¿Se lee lo suficiente en la era de las redes sociales y la sobrecarga informativa?

—Anteayer, en una entrevista, el escritor Raúl Quinto afirmaba que los libreros son los que están salvando la literatura. Y no puedo estar más de acuerdo. Es cierto lo de nuestra adicción a los móviles, a las redes sociales y a ir saltando de titular en titular sin profundizar en nada, como si fueran pipas. Pero ahí siguen los libros, sobreviviendo a viento y marea. Y es gracias a ellos, a los buenos libreros. 

—¿Cómo ve el mundo editorial?

—Saturado por el millón de empresas de autoedición que surgen cada día.

—¿Qué nos vamos a encontrar el próximo 3 de mayo en Entre Libros?

—¡Cierro una programación que abrió el gran Manuel Vilas! Y que está repleta de poetas a los que admito muchísimo. ¡Y lo hago en Entre Libros, en casa! ¿Qué más se puede pedir? Muy agradecido por la invitación de la Fundación Miguel Hernández, es todo un regalo. Ya solo espero estar a la altura. Para ayudarme a ello, le adelanto que grandes artistas de Linares vendrán a darme abrigo.

Y ya que hablamos de recitales, déjeme que le cuente que el próximo 25 de mayo formaré parte de “La Caja de Lot”, el proyecto poético que Yolanda Ortiz y Sergio R. Franco llevan a cabo en Jaén capital, desde hace mucho.

—¿Qué ha aprendido en esta vida?

—Me la ha puesto a huevo y tenemos confianza, así que me va a permitir el atrevimiento de responderle con un poema de ‘Traigo noche en los zapatos’: “Cuando veo a una pareja de adolescentes dándose el lote / tomo conciencia de que el futuro es un tiempo / que va perdiendo sentido y fuelle antes de ser vivido / la prueba irrefutable de que si algo nos enseña la vida / con su paso / es justamente a no saber vivir / a confundir ocho con ochenta / un Mercedes con un beso”.

—¿Conserva la pasión?

—Echo mucho de menos cuando usted y yo regresábamos de madrugada a casa, compartiendo sus auriculares; todavía suena ‘De haberlo sabido’, ¿la oye, verdad?.  

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