La lucha contra los estigmas en Arrayanes

Barrio humilde de Linares, sus vecinos se rebelan a diario por la normalidad más allá de los prejuicios, de los últimos sucesos y del abandono municipal

Por:Javier Esturillo
Vista panorámica de Arrayanes. Foto: Javier Esturillo

Tiene Linares un barrio que lleva por nombre el de una planta de corteza lisa y de color variable, con flores blancas muy aromáticas, la más característica de la Alhambra y Generalife.

Sus calles y plazas son humildes y su gente luchadora, curtida en la batalla diaria por salir adelante. Arrayanes se divide en varias zonas, pero su existencia está marcada por los prejuicios y el estigma de la exclusión social contra el que se rebelan sus vecinos.

El origen de la barriada está vinculado a la minería (de ahí también su nombre) y en la década de los 70, creció al calor del Instituto Nacional de la Vivienda con la construcción de nuevos bloques. En la actualidad es el más poblado de Linares y el que más desigualdades presenta, con una alta tasa de desempleo, economía sumergida y dependencia de prestaciones de carácter asistencial.

Sin embargo, en la otra cara de la moneda «hay otra mucha gente trabajadora que lucha a diario por ganarse el pan de la familia», asegura a este periódico el presidente de la Asociación de Vecinos Los Arrayanes, José Fontecha.

No oculta la lacra que los persigue y que habita en algunas de sus calles. La droga es el gran problema al que se enfrentan, que dificulta la convivencia de todos ellos. Genera un círculo vicioso que los atrapa, al condicionar a aquellos que tratan de afrontar su día a día de forma honesta. La sociedad empuja los puntos de venta a la periferia, a los barrios más desfavorecidos en todas las ciudades. No es un fenómeno único de Linares. Esa pobreza genera pobreza, exclusión y marginalidad. El siguiente paso es el aislamiento. La droga va acompañada de delincuencia de forma intrínseca. Arrayanes no es culpable, es una víctima.

Sus vecinos plantan cara a diario en su pelea por llevar “una vida de barrio normal”. Los esfuerzos de las asociaciones de vecinos, oenegés y trabajadores sociales dan sus frutos “muy lentamente” porque tampoco encuentran el respaldo del Ayuntamiento. «Nos sentimos discriminados y abandonados», recrimina Fontecha, quien desprende «un gran agotamiento» después de «tantos años reclamando más atención de las autoridades».

La tarea es compleja. La convivencia, en líneas generales es “normal» entre sus habitantes. La población gitana que reside en la barriada por su cultura tiene sus propias costumbres que todos tratan de respetar. Los prejuicios que genera la imagen exterior que se transmite es otro de los estigmas contra los que lucha Arrayanes.

«Solo sale en la prensa y se ve en las redes sociales la parte negativa, la sensacionalista y morbosa, y este barrio es mucho más que eso», insiste el representante vecinal tras los últimos sucesos ocurridos en la zona entre dos familias enemistadas por problemas internos entre ellos.

Un paseo por sus calles permite comprobar el deterioro y la falta de conservación que sufren algunas calles. “Los mismos habitantes tenemos parte de culpa porque no lo cuidamos”, reconoce un residente a El Nuevo Observador, mientras señala el estado del descampado que linda con la Plaza José Zorrilla, lugar en el que se produjo el tiroteo de este viernes.

Su ubicación periférica siempre condicionó la relación con el resto de la ciudad. Hoy es un barrio mejor comunicado, al que llegan las líneas de autobuses y dispone de institutos y colegios y de un centro de salud. Pero el futuro es “incierto” porque la vida en Arrayanes no es fácil. Al igual de otros muchos barrios de Linares, su relato se circunscribe a años de abandono e improvisaciones por los gobiernos municipales y el resto de administraciones.

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