Quizas antes de escribir este artículo debería haber lanzado otros. De hecho tengo algunos a medias, pero no me apetecía, de ahí que haya tardado un tiempo en daros el coñazo con una nueva píldora sonora. Ha sido en mis larga jornadas estivales cuando di con lo que me apetecía escribir, y todo por estar escuchando a Tricky mientras barnizaba muebles.
Rápidamente me vino a la memoria el concierto de Massive Attack que viví en Granada en pleno conflicto de Irak y que me explotó la cabeza. Un auténtico alegato antibelicista en plena ebullición del ‘No a la Guerra’.
La génesis de todo buen género musical, tal y como hemos podido comprobar en artículos anteriores, si has sido un buen lector, tiene su origen en movimientos sociales de clase. En este caso los motines de los años 70 del siglo pasado en Bristol y las confrontaciones con la Policía. Estas fueron condenadas por la sociedad, lo que permitió más libertad en esa ciudad británica e hizo posible que se realizaran más fiestas nocturnas y eventos culturales antisistema.
La migración jamaiquina y sus sound systems, la integración racial -algo que vemos en bandas como Massive Attack-, el punk, el hip hop y el reggae fueron esenciales para el sonido de Bristol.
Pero antes de todo hay que hablar del Colectivo Wild Bunch, nudo gordiano de los que nos afecta. Pocas serán las biografías de Massive Attack que no mencionen The Wild Bunch, el conjunto de DJs que varios de los miembros del grupo de Bristol formaron en 1983, y que obtuvo un sorprendente éxito a mediados de los 80. Y no solo en la ciudad que les vio nacer.
Esos tres pinchadiscos reconvertidos en excelentes productores fueron Robert Del Naja, aka 3D, y se comenta por ahí que es el escurridizo graftero Bansky, Grant Marshall, aka Daddy G, y Andrew Vowles, aka Mushroom. Además, también formaban parte del colectivo dos colaboradores del grupo, Nellee Hooper y Tricky, y otros dos DJs de los que poco más se supo en adelante, Willy Wee y Milo Johnson, alias DJ Milo.
Lo más destacado de The Wild Bunch no fueron sus propias creaciones, de las que algunas figuran aquí, sino su innovadora concepción de los DJ sets, en los que tenía cabida de todo, desde punk a reggae, incluyendo, por supuesto, mucho rap, funk, electro… Su otra gran particularidad era la continua presencia de piezas de carácter atmosférico, o de lisérgicos beats por minuto, y es evidente que ese era el ambiente más propicio para el surgimiento del trip-hop, de Massive Attack, por supuesto, pero también de su ilustre compañero de escena, Portishead.
La del Carnaval de 1986 fue una de las últimas actuaciones de la banda antes de disolverse; algunos miembros del Wild Bunch se convirtieron más tarde en los legendarios artistas trip-hop, Massive Attack, mientras que Tricky empezó una exitosa carrera en solitario.
Y, todo esto está muy bien, pero aun no sabemos ¿qué es lo trip hop? Es una pregunta que ofenderá a los no iniciados, pero vale la pena retomar el hilo de la historia musical reciente para situarse. Nos encontramos con un género musical que engloba varias formas de música electrónica más bien lenta, o cómo dirían los entendidos: downtempo.
Los bajos y las cajas rítmicas son vitales. Es un estilo que ve la luz a mediados de la pasada década de los noventa. El caldo de cultivo se nutre en las escenas del hip hop y del house británicas. Y, todavía más concretamente, de la escena de Bristol, ciudad del legendario Barbanegra.
Originado a principios de la década de los 90 en Bristol (Reino Unido), lo cierto es que el trip-hop bien podría tener varias definiciones. Algunos dicen que es un género de música electrónica; otros, que deriva del ‘post-acid house’ (ver artículos anteriores sobre Madchester).
Al trip-hop se lo ha tildado de «opción alternativa de Europa» a la música electrónica predominante y proveniente de los Estados Unidos en aquella época. Otros consideran que es una «fusión de hip hop y electrónica hasta llegar a un punto en qué ninguno de los dos géneros puede ser reconocido». Entonces, ¿en qué quedamos?
Por otro lado, aunque los propios creadores este estilo musical odiaban el termino, ‘trip hop’, este concepto fue creado por los críticos por lo complicado de definir su sonido y el de sus contemporáneos. Creo es el que mejor lo determina, ya que esto no es música electrónica bailable (al menos no de forma ortodoxa), no es rap, ni rock, soul o funk y tampoco es reggae, es más bien una muestra proveniente del futuro de lo que sería la «globalización», adelantándose a su tiempo de manera semivoluntaria.
Crearían un género propio que después se volvería la norma (como suele pasar con la innovación); apadrinando a Tricky, abriéndole las puertas al otro monstruo llamado Portishead (otro día diseccionaremos a este grupazo y sus extensiones), a los sobresalientes DJ Shadow y UNKLE, además de otros grupos como Morcheeba, Lamb y cientos más que retomaron algunos dubs de esta música para volverla más accesible y popular, al grado tal que Madonna, Gorillaz, Kylie Minogue o Billie Eilish la incorporaran a su música. Hasta ese punto llegó y ha llegado la influencia de este estilo.
Tricky -también conocido como el ‘Bowie negro’– es el más oscuro poeta de la lírica del trip hop. Él es el más prolífico de la primera generación, tiene trece discos hasta ahora, creó un universo más amplio y más experimental que sus antecesores, con más rock y más funk, con gansta rap y melodías inquietantes.
Todos los que conocen a Tricky han escuchado a Martina Topley-Bird. Habla a través de ella, flanqueado por samples que se oyen en bucles, como la archiconocida ‘Hell is around the Corner’, que, casualmente, comparte el mismo sampleo con Glory box, una obra maestra de otra de las bandas fundamentales para entender el trip hop, y tal vez la más elegante y refinada: Portishead.
Portishead es un plato para paladares exquisitos, del jazz toma su estructura rítmica que se mezcla con el downtempo y una guitarra distorsionada que entra casi en el terreno de lo experimental. Beth Gibbons mantiene su voz aguda a la manera de las divas del soul de los años 50 y 60. ‘Roads’, donde Beth se arrastra como un alma en pena traicionada, todo rodeado de oscuros efectos digitales.
Geoff Barrow, alterego de Beth, aparte de DJ, es ingeniero de sonido, y eso se nota en el tratamiento que hace a cada elemento sonoro. Pero lo realmente llamativo de este mago de la producción de estu dio. Es el elemento que extrae del hip hop y lo eleva a la categoría de arte; el Scratching.
Hay que ser un consumado fan de la bachata para no apreciar cómo Barrow mueve los dedos sobre los discos de vinil en ‘Cowboys’. Barrow le ha aplicado una técnica personal al scratching y manipulando la ecualización y los tiempos ha logrado que la crítica hable de «scratching experimental».
Además, Geoff es un amplísimo conocedor del jazz y el soul de los 50 y escoge cuidadosamente todo lo que va samplear, claro es el ejemplo en ‘Pedestal‘, donde samplea una fina trompeta wah wah.
Si hablamos de Trip Hop, hablamos de Massive Attack, y si hablamos de Massive Attack, hablamos de Blue Lines. Cada vez que suena ‘Unfinished Sympathy’ vuelves a creer en el efecto terapéutico de la música. Te envuelve y te eleva a unos estadios que solo cuando te logras fijar en ellos, recuerdas de pronto que ya los conocías.
Esas campanas pertenecen a Bob James, pero la voz sublime de Shara Nelson y esos arreglos de cuerda paridos en los estudios de Abbey Road nos confirman que los de Massive Attack jugaban en una liga distinta, superior, a la de sus compañeros de oficio sampladélico, cuando en 1991 firmaban ya uno de los mejores discos de la década.
‘Blue Lines’ es una obra maestra. Dub, soul y funk oscuro y contemporáneo, teledirigiéndonos a un singular homenaje a la mejor música negra de las tres décadas precedentes mientras exhalas una nube de cannabis envolvente. Un álbum conceptual, como cualquier obra de arte que se precie, en el que el reto parece ser superar a los originales, a sus fuentes de inspiración.
Esta disco de Massive Attack se convirtió en un antes y un después en la música popular moderna, poniendo un listón muy alto apenas comenzando la década en que la electrónica explotó en mil pedazos y la música de baile dejó de ser previsible y simple y ya no necesariamente a 90 bpm sino que podía desacelerarse por debajo de los 70 bpm. Estaba naciendo el trip hop.
La portada y arte que lo identifica, responsabilidad de Del Naja y Michael Nash, está inspirada en el logo de material inflamable del disco ‘Inflammable Material’ (1979) de Stiff Little Fingers. Es, sin duda, la primera gran ‘marca’ de Massive Attack y la puerta de entrada a un nuevo universo.
Algún crítico señaló alguna vez que Unfnished revolucionó a la música en su momento, y la comparó en ese sentido con el llamado álbum blanco de los Beatles, ‘The Clash’ de los Clash, ‘Screamadelica’ de los Primal Scream, ‘The Velvet Underground and Nico’ de The Velvet Undeground, ‘The Bends’ de Radiohead y ‘Yankee Hotel Foxtrot’ de Wilco.
A casi 30 años de su creación, el trip hop, como casi todos los géneros que absorben demasiadas influencias, no ha muerto, se ha dispersado en muchos estilos y de varios modos. Podríamos decir que los artistas que consiguieron el sonido han creado su propia forma de trip hop, como el caso de UNKLE, que logra un interesantísimo acercamiento a la electrónica más dance y a la música clásica o Archive que ha fusionado el trip hop con el rock progresivo, o el pop art de vanguardia de Bjork, James Blake, Dj Shadow, Moorcheeba o Thievery Corporation son solo algunos de los nombres que han reinterpretado el trip hop de los 90 a su manera, y engrosan la lista de esta sociedad de la buena música.