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Juan Abad Beltrán

Del sentimiento trágico de la vida

En este mismo espacio Neobservador he hablado de Linares y sus circunstancias: de Linares la bella, de Linares y la esperanza; pero va pasando el tiempo y te das cuenta de que vivimos, como comunidad, una ilusión, no precisamente en el sentido esperanzador, sino como efecto óptico, como espejismo…no hay oasis, no hay agua.

Yo también era partidario de presentarnos dignos para que no nos vean llorar, quería montarme en el tren del optimismo antropológico, de la positividad, de la autoestima, pero es que ya no tenemos ni trenes en los que viajar.

La esperanza está bien si lo esperado se vislumbra en lontananza, si al menos hay un horizonte, aunque por definición se aleje; pero si hay una distancia sideral, cósmica, se transforma en lo contrario y hoy por hoy, en Linares, la desesperanza es lo último que se pierde.

Descubres que esa luz al final del túnel son los faros de un camión que circula en sentido contrario. Somos Penélope, tejiendo y destejiendo mientras; somos la Cenicienta, han dado las 12, la carroza se ha convertido en calabaza y nadie sabe romper el hechizo. Somos los que siempre besan la lona del cuadrilátero.

No estoy seguro que Linares esté en condiciones de esperar más. Como un personaje de una película de Fernán-Gómez: «ya sé que tengo toda la vida por delante, pero me gustaría tenerla alrededor…«

Nos han robado el mes de abril, cómo pudo sucedernos así. Vivíamos en el barrio del Yang, el lado soleado de la montaña. ¿Por qué nos mudamos a la oscuridad del Ying? Los que hemos sido Taoístas nos hacemos estas preguntas. Somos miltonianos, perdimos un paraíso, o nos echaron por no comer fruta. Nos hemos quedado atrás, como aquellos soldados japoneses que se escondieron tantos años en las junglas sin enterarse de que la guerra había terminado hace tiempo.

¿Que a qué viene tanto pesimismo? Pues oíd las últimas noticias! Siempre pasa igual. Pedimos un deseo y el genio de la lámpara se lo concede al vecino! y estos desengaños son una gran fuente de ansiedad: soñábamos desde hace tiempo con una pista atlética de 8 calles; ya teníamos 8 puertas, desde cada una de estas te podías asomar a cada una de aquellas. No era bonito? Pues nada, llega Paco Reyes, el Hombre de AOVE, que por sus venas no corre sangre jacobina sino oro líquido, frota la lámpara y adjudicada: a Jaén.

Otro anhelo insatisfecho: el Puerto Seco rodeado de trenes que pasaban de Norte a Sur. Pues eso, veintitantos trenes AVES y un Puerto Seco. Pa quién? Pa Anteguera. ¿No estábamos nosotros ante que Antequera? Antes los trenes pasaban por L. y ahora los Juanmamorenos posturetas pasan de L. Las preposiciones pueden cambiar el mundo.

Por no hablar de Mecacontrol, que ha viajado a Navarra. La empresa estaba malita y por lo visto en Pamplona, al ser de pago, operan con más garantías.

Es verdad que ha venido alguna otra (empresa) pero ni siquiera se cumple lo de José Mota con lo de las gallinas: aquí salen más que las que entran. Ahora, además, estamos casi sin Biblioteca, que funciona a medio gas. Le pasa como al patio de mi casa, el que es particular: que cuando llueve se moja, como los demás.

Quizás ya ni sean culpables los políticos. Unos se dejan la piel y otros venden humo, y a la inversa. Si nos dijeran dónde la depositan podríamos poner en Santana una fábrica textil de piel humanopolítica y con lo que sacan del humo, supongo que se lo venderán a Mercadona para hacer Humus, financiaríamos el comedor social.

Pacos y Juanmas quizás sean simples peones en una implacable partida de ajedrez que juega un Sistema que está arriba. Como le dice Alfredo Landa (Areta) a Arturo Fernández (el jefe de los malos) en la película El Crack: «¿Arriba quién hay, quien mueve los hilos?» Y éste le responde: “No conoce las nuevas estructuras, Areta. Arriba, probablemente ya no haya nadie».

O es posible que sean “el niño de la batuta”; sí, un colegio visita una orquesta filarmónica; su director cede la batuta a un niñ/@; los profesores interpretan la pieza magníficamente. Por un momento el niño, iluso, se cree que dirige algo. O el avión que funciona con piloto automático.

Esa condena al olvido, ese abandono hiriente y la desprotección por parte de esas misteriosas Instancias que nos obvian ha generado en nuestro Grupo Étnico del Gachi, una experiencia de la fatalidad, un sentimiento trágico de la vida que diría Unamuno. Linares nos duele como los zapatos que nos compramos el otro día en las rebajas. Igual que les dolía España a los de la Generación del 98.

Miramos con nostalgia machadiana a ese Linares de antaño, brillante como la piel de una manzana Claudia, aquella ciudad donde todos los días eran sábados y comparamos con la actualidad, donde reina la melancolía y el desasosiego y te invade la tristeza social. Ahora somos coleccionistas de decepciones; vemos que el césped siempre es más verde al otro lado de la verja; el agua en Linares no se evapora al calentarse, directamente se quema; y al final de la Semana Santa, el Cristo linarense no resucita.

Un ejemplo de esta concepción trágica de la existencia: el otro día, esperando el semáforo verde peatonal una señora se adelanta y su amiga, un poco nerviosa y asustada, le advierte a voces: “ten cuidao, que te van a pillar los coches!!” A mi ese plural pronunciado con esa vehemencia me llegó a lo más profundo del alma. Después pensé: ya hubiera sido mala suerte que a la señora la hubiera atropellado sólo 1 coche…pero los coches, varios! Qué fatalismo!

Pero bueno, quizás llegué un día en el que tengamos la oportunidad de cortarnos las penas…

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