Decía el escritor y poeta italiano Arturo Graf que «la política es muy a menudo el arte de traicionar los intereses reales y legítimos, y de crear otros imaginarios e injustos». La legitimidad de protestar o manifestarse contra una decisión o acción del poder público no es cuestionable, ni tampoco lo es combatir en los órganos representativos del pueblo, desde una argumentación política e incluso ideológica, aquellos asuntos en los que uno no está de acuerdo con su adversario.
El problema viene cuando se buscan otro tipo de artimañas para mantenerse en el sillón o simplemente impedir que se lleve a cabo un mecanismo democrático que persigue exigir la responsabilidad política al poder ejecutivo respectivo.
La moción de censura, justificada o injustificada, es un procedimiento que está dentro de la labor de fiscalización y del ordenamiento de las instituciones. Su instrumentalización para arengar a las masas desde otros foros que no son los reglamentarios o tratar de frenarla con argumentos que dañan la propia moral de las personas es una línea demasiado delgada que se recomienda no cruzar.
En Linares, la demolición de la institucionalidad democrática que se vivió de febrero a julio del pasado año solo sirvió para favorecer la desestabilización sistémica del Ayuntamiento en una ciudad que pide a gritos políticos de altura capaces de sumar en pro de la solución de los problemas.
La argumentación racional e informada contra la acción de la moción de censura, sea cual sea la dureza de la crítica, ha dejado paso a la descalificación, el insulto y la negación misma de la legitimidad de la coalición de PSOE e IU, respalda por Cilu, con una mayoría municipal estable, frente al anterior Gobierno de Cs y PP que apuró todos aquellos meses en minoría y sin margen de maniobra.
La munición gruesa pasó de ser rutinaria a convertirse en una espiral que rebasaba el extremismo. Las acusaciones, descalificaciones e incluso ataques vandálicos que tuvieron que soportar los proponentes de la moción, entre el aplauso o el silencio de los afines al anterior Gobierno dentro y fuera de la política, sobrepasaron el respeto. Solo sirvieron para llenar los ojos de humo y para someter la vida pública a un desprestigio desesperanzador.
Dentro de muy poco, los ciudadanos podrán, con su voto, quitar y poner a la formación o formaciones que más se ajusten a su ideario, creencias o segmento político. Sin olvidar, que la crítica jamás desestabiliza la democracia porque se nutre esencialmente de ella. Pero la beligerancia que atruena en las redes sociales y en el pleno agudiza intencionadamente el deterioro de las instituciones.