«El arte es mi terapia y pintaré hasta el final de mis días»

El Nuevo Observador ha conversado con Belin en su estudio de La Cruz, en una de entrevista personal e íntima del artista linarense

Por:Javier Esturillo

Es uno de los rostros linarenses más internacionales. Solo pronunciar su apelativo despierta interés. Firma sus obras como Belin, pero se llama Miguel Ángel Belinchón Buges. Nos recibe en su estudio de la urbanización de La Cruz. Un espacio diáfano en el que se siente cómodo y agradecido. Allí, rodeado de naturaleza y silencio da rienda suelta al torrente de creatividad que hay en su cabeza.

Belin (44 años) no es nada presuntuoso. Habla con la naturalidad de un chico de barrio, que ha crecido estimulado por un espíritu de rebeldía que conserva intacto. Romper moldes es uno de sus principios. Otro es la libertad. No entiende su arte ni su vida sin ese concepto.

En su estudio, pegado a su casa de estilo colonial, construida al calor de la expansión minera de Linares, va avanzando la mañana, por lo que la luz entra aún generosa por distintos ángulos de los amplios ventanales que enfocan hacia un puñado de cuadros ya terminados que miran hacia la pared.

Con más de treinta años de carrera, Belin se ha convertido en un referente indiscutible del arte urbano español, una figura que ha sabido reinventarse y mantenerse relevante en un mundo en constante cambio. Un artista multidisciplinar que hace tiempo que se ha salido de los márgenes reglamentarios.

En esta entrevista, nos adentramos en el cosmos personal y profesional del creador linarense, al que no le convencen las etiquetas para describir lo que él hace, casi un género ya en sí mismo o un estilo que ha ido puliendo a lo largo de su vida artística.

—¿Cómo se encuentra?

—Hoy, mejor que ayer.

—¿Por qué?

—Me he puesto firme en cuanto a lo que siento. Pinto todos los días y he observado que mando mis obras a todo el planeta, pero no las disfruto. Esto me ha llevado a la conclusión de que vendo más obras por mi cuenta que a través todas las galerías del mundo.

—¿Qué me quiere decir con esa reflexión?

—Muy sencillo, que no necesito intermediarios. Me basta con mi equipo y con mi empresa para vender bien mis cuadros. Le pongo un ejemplo: Me piden una colección para Nueva York. Durante el tiempo que trabajo en ella no paro, no descanso, no disfruto de nada ni de nadie… solo pinto. Cuando me detengo, me pregunto por qué tengo que correr tanto y hacer lo que ellos quieren, si ellos realmente no me hacen falta.  

—¿Eso quiere decir que no va a trabajar más con galerías?

—Eso es lo que estoy decidiendo. Dispongo de canales suficientes para difundir y vender mi obra sin necesidad de un tercero. Estamos profundizando mucho más en redes sociales para que llegar a más gente, pero con mi equipo. ¿Por qué? Porque cuando mandas una colección a Nueva York puede que tarde entre un año o dos en venderse. Las horas de trabajo han sido interminables y, al final, solo recibes el 50 por ciento de las ganancias. En cambio, si vendo directamente, el cien por cien es para mí. Por lo tanto, sale más rentable a no ser que la galería me venda muchísimo.

—Veo que su industria, al igual que otras, no está exenta de especulación y de cierta dependencia.

—No me gusta estar atado, que nadie me diga por donde tengo que tirar cuando estoy creando. Quiero que esa obra sea cien por cien mía, sea cien por cien Belin.

—¿Llega tiempo pensando en ello?

—La experiencia que me ha llevado hasta este punto. He constatado que el 90 por ciento de mi trabajo se vende gracias a mi equipo y solo el 10 por ciento sale de las galerías. Por esta regla de tres, qué necesidad tengo de trabajar con ellas cuando el grueso de la venta lo hago yo. Prefiere invertir en mí y en redes y poder crear lo que me da la gana.

La globalización ha cambiado por completo el mercado. Antes, es cierto que tenías que trabajar con una galería para que se conociera tu obra, pero, hoy en día, las redes sociales son más efectivas y llegan a un mayor número de personas en todo el planeta. Es un punto a nuestro favor que debemos aprovechar.

—Con ello, también consigue que su obra sea más accesible al gran público.

—En cierto modo sí. Todas las personas que quieran ver mi arte lo pueden hacer gratis. Es lo mismo que cuando ven un mural por la calle. No tienen que pagar por ello. Eso si, los derechos de la obra son míos.  

—¿Las redes han socializado el arte?

—Lo han hecho más libre. Nadie está por encima tuya. El mundo es nuestro. Por el contrario, cuando trabajas para galerías es como si ellas estuvieran por encima y eso no lo soporto. Procede del grafiti, algo que decían que era de vándalos, de clandestinos… Pero lo hacíamos para rebelarnos. Si nos decían que no pintáramos, más pintábamos. He recuperado esa etapa de mi juventud. De este modo, trabajo con más ganas, con más ilusión, disfrutando, sin la obligatoriedad de tener que entregar la colección o la exposición cuando ellos digan.  

—Cree firmemente en la libertad.

—Sin duda alguna y no voy a renunciar a ella. Uno de mis mayores clientes es de Estados Unidos y me compra directamente a mí. Ya no tiene sentido tener intermediarios, porque tu trabajo al final se devalúa, después de lo que se lleva la galería y lo que pagas de impuestos.

Cuando estás solo, es normal que busques ayuda a través de una galería, un marchante o un cliente, pero, en mi caso, cuento con un gran equipo de profesionales, por lo que no necesito nada del exterior.  

—¿Belin es una marca?

—Eso dicen (risas), aunque yo no me considero una marca. Belin sigue siendo el grafitero que iba por las calles que ahora pinta cuadros.  

—¿Qué ha cambiado en usted?

—Pocas cosas, como persona. Es cierto que uno evoluciona y que, a lo largo de este camino, he conocido a mucha gente que se ha acercado a mí por el artista, no por la persona. De hecho, hay gente que me decían que eran amigos míos y solo buscaban un interés. En este sentido, siempre he sido de juntarme con muy poquita gente, con un círculo reducido. En parte también porque no tengo demasiado tiempo para socializar.

Además, no me gusta el postureo, no me gustan las grandes fiestas, lo paso mal. Me gusta pasar inadvertido, aunque no pueda en muchas ocasiones.

—¿La amistad que representa en su vida?

—Es muy importante, pero sabiendo que soy un individuo y que todos somos iguales. Para mí la amistad es verdadera cuando no importando el tiempo que llevo sin hablar con una persona, no hay problemas ni te hecha nada en cara.

—¿Con el paso de los años, se refugia más en la soledad?

—Sí. Me ayuda mucho. Es donde me siento a gusto. Si quiero evolucionar y avanzar en mi arte, necesito esas horas de soledad para poder meterme en la pintura. Es importante estar solo para entenderme, saber lo que quiero, hacia dónde voy, analizarme y analizar mi pintura.

—¿Le queda tiempo libre?

—El pasado año me impuse disfrutar de periodos de tiempo. Por ejemplo, empecé en Semana Santa. No se crea que me fui lejos, me quedé en Linares con dos amigos que vinieron de Houston. Necesitaba ese momento para mí. Hay fechas que las quiero para mí y la familia. No necesito moverme, porque, además, no me gusta viajar. No me siento cómodo en los aeropuertos y en esas horas interminables de vuelo. Irme más allá de Madrid o de París, una ciudad que me encanta, no. Me da mucha pereza. No disfruto.

A lo mejor, si tuviera muchísimo dinero y un avión privado en mi puerta le diría otra cosa, pero ese proceso de llegar a un aeropuerto, estar pendiente de las maletas, luego el vuelo, no me agrada.  

—¿Es más de estar en casa?

—Me gusta estar tranquilo, con mi mujer y mis hijos. Hacer una barbacoa y disfrutar de ese momento. No necesito más. Después de recorrer tantos países, de lo que me he dado cuenta es que por muy increíbles que sean las cosas que ves, no son perfectas. Ni París es perfecta. La perfección no está en los lugares, sino está en cómo tú los veas. Al final me he dado cuenta de que vivo en el sitio perfecto.  

—¿Cuándo empezó ese viaje interior?

—Hace poco, uno o dos años. 

—¿Cuál fue el punto de inflexión?

—Cuando me di cuenta que no quería estar en otro sitio y me preguntaba que hacía en tal o cual lugar, solo por dinero. Era muy triste llegar a esa conclusión, porque no quiero moverme solo por dinero. Incluso lo he hablado con mi mujer y le he dicho que no me apetece pintar solo por dinero. No me hace feliz. Lo que me hace feliz es poder hacer lo que yo quiero.

—Es una reflexión un poco idealista, romántica.

—Es lo que siento. Se puede vivir con menos. Tengo todo lo que necesito. Vivo de mi pintura. Si lo hago todo por dinero, mi pintura deja de ser real. Cuando solo pienso en crear, mi arte es sincero. En cambio, cuando se convierte en una obligación, me mata.

—Hábleme del ego.

—No lo cultivo. Nunca me he creído mejor que nadie, ni lo pretendo. Bien es cierto que hay veces que para ganarte el respeto debes ponerte por encima. Es, en cierto modo, una manera de poner límites. No es ego, sino respeto a mi trabajo.

Nunca me escuchará decir que soy un máquina o el mejor, porque no lo soy. Ni ahora, ni nunca. Hay tantos artistas buenos en la historia, que considerarme mejor que otro, lo veo absurdo. Además, es imposible que a todo el mundo le guste lo que hago. Al no basarme en el ego, las opiniones de los demás no me preocupan. Lo que realmente quiero es que se respete lo hago.

—¿Ha llegado a sentir miedo escénico?

—No. Quizá, antes de inaugurar una exposición o ponerme a pintar delante del público, pase algo de nervios, pero se me quitan en cuanto empiezo. En el mismo momento que estás dentro de lo que haces, no importa el público ni que te miren. Entre la obra y yo no puede haber nada más.

—¿Le molesta la crítica?

—No, siempre y cuando esté argumentada. Me molesta cuando se hace sin respeto o por simple chismorreo de que me gusta el famoseo, porque eso es mentira.  

—¿Lo ha llegado a escuchar?

—Hace poco de un youtuber que no sabe pintar. No me importa que se meta con mi trabajo porque no le guste, lo que me molesta es cuando habla sin saber de lo que se dice. Si he pintado a algún famoso o he hecho obras para gente conocida, hay que conocer el contexto. Mi pintura es mucho más profunda que esa superficialidad. Los famosos me la pelan.

—¿Y de los críticos de arte que me dice?

—Hay de todo. Un licenciado en Bellas Artes no tiene porque ser un buen crítico o buen artista. Lo que pasa es que ahora todo el mundo es artista y es crítico, porque así lo han querido las redes sociales y distintas plataformas donde se opina de todo. Por un lado, está bien porque es democrático, pero, por el otro, se dicen muchas tonterías. No existe filtro y no se sabe distinguir entre quien lo está haciendo bien y quien no. No se puede criticar todo sin argumentos.  

—Antonio García Villarán, al que usted conoce muy bien, ha puesto a caer de un burro a Salvador Dalí. Le ha llamado de todo. ¿Qué piensa del pintor de Figueres?

—(Risas). Antonio es muy beligerante, pero es cierto que hay una parte de su carrera en la que ya no pintaba él sus cuadros. Dalí creó un personaje que buscó todos los medios para ganar mucho dinero. Le puedo decir que a mí personalmente me gusta Dalí, tiene cuadros muy chulos.

—¿Qué tiene usted de Picasso?

—Más que de Picasso, del cubismo. Se habla mucho de que mi obra es muy picassiana, pero, realmente, todo esto empieza porque hice un cuadro de Picasso, pero pinté a mi hija. Hice una reinterpretación de una obra de Marie-Thérèse Walter, en la que disfruté como un loco. Construir sin necesidad de ajustarme a proporciones, me encantó y, a raíz de ahí, comencé a pintar bajo ese estilo. Picasso fue el detonante, pero lo mismo podría haber tomado como referencia a Juan Gris.

Hago mi rollo. Puede comprobar que mis cuadros están basados en el concepto cubista, a mi estilo, con mis composiciones, mis colores. Hace tiempo que llevo tiempo trabajando de este modo.

—¿Está en el momento más maduro de su carrera?

—Sí, en todos los sentidos, y dentro de dos años estaré aún más maduro. Dicho esto, soy muy autoexigente, me fustigo mucho. Esto me ayuda a no estancarme, a evolucionar. El artista no se detiene. Lo puedes ver en otros creadores. A mí me gusta romper las fórmulas, probar y hacer cosas diferentes distintas técnicas, como un alquimista, y así seguirá hasta el final de sus días. No te jubilas nunca porque es la manera de expresarte, de sentir, de emocionarse…

—¿Existe el cuadro o la obra perfecta?

—Depende de cómo se mire, pero, en mi opinión, todas son perfectas.  

—¿Usted ha llegado a la perfección?

—No, pero mis cuadros si. Una vez lo acabo, considero que es perfecto, aunque yo nunca lo seré.

—Su nivel de exigencia es muy elevado.

—La pintura es mi terapia. Me expreso, como le he dicho, a través de ella. Toda mi obra tiene algo de mi vida, pero hay obras que son cien por cien Belin y hay otras que solo llevan el 50 por ciento, porque he utilizado los recursos de otras personas.

—¿Sueña con colgar sus obras en el MoMA de Nueva York, por ejemplo?

—Hace unos años, le diría que sí. En estos momentos, ni me lo planteo. Mi objetivo es llegar lo más lejos posible, pero con mi arte. Aunque no lo crea, no me gusta hablar en público, ni dar pregones, ni las grandes fiestas. No me gusta ni siquiera inaugurar mis exposiciones. No disfruto con ello.

—¿Con qué disfruta?

—Pintando, con la familia y con amigos. No necesito más.

Fotos: Javier Esturillo

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