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Andrés García Tornero

El eco de un eco

“Now and then”. Este es el título de la última canción de The Beatles, que, como sabrán, vio la luz el pasado 2 de noviembre. Su recorrido, hasta su reciente publicación, merece ser comentado. Su origen es una demo de John Lennon registrada de forma casera, con una grabadora de mano, en el año 1977, cuyo soporte físico fue una cinta monofónica ‒de un sólo canal‒, en la que se escucha a Lennon cantando con el acompañamiento de un piano.

Formaba parte de ese mismo material que Yoko Ono, viuda de Lennon, entregó a Paul MacCartney en 1994, y que conocimos con las diferentes entregas de The Beatles Anthology (1995-1996), que contó con los singles “Free as bird” y “Real love” como temas inéditos.

“Now and then” contenía dos desafíos. Estaba inacabada, y con ello dio ocasión a que los compañeros sobrevivientes de Lennon, Paul, Ringo y George, trabajaran sobre el tema. Lo otro era una cuestión meramente técnica: aparte de la necesidad de eliminar ruido como en las otras dos canciones, sucedía que, en algunos tramos del tema, el caudal sonoro del piano era tan superior a la voz de Lennon que la hacía inaudible.

Las limitaciones técnicas de aquellos años 90 dejarían el tema aparcado. Luego, la posterior muerte de George Harrison, en 2001, hizo suponer que la canción quedaría por siempre inacabada. Pero llegó la Inteligencia Artificial, inopinadamente, y con ella el milagro. No sólo ha limpiado la grabación; ha conseguido extraer la voz de forma aislada, aún tratándose, como dijimos, de una sola pista. Una vez superado lo que parecía imposible, Ringo y Paul echaron mano de lo que ya habían grabado con Harrison, en 1995, añadiendo luego lo que faltaba, y dándole, por fin, forma definitiva a la canción.

El proceso creativo, como vemos, consta de dos periodos de estudio, separados entre sí por 28 años, que parten de lo que Lennon registró 46 años atrás con aquella grabadora de mano. Lo que escuchamos, entonces, se podría concebir como el eco de un eco, muy en consonancia con la nostalgia que rodea a los cuatro de Liverpool. Aún así, y a pesar del exceso de producción que se aprecia en varios momentos del tema, la canción resulta infinitamente superior a lo que el panorama musical nos ofrece hoy día.

La voz de Lennon, como en tantas de las últimas canciones grabadas con The Beatles, surge no sólo más fina que la de sus inicios; también ingrávida, con un eco que la sitúa entre la periferia del plano real y otra cosa. Suena acoplada a un misterio inamovible, ajeno al sentido de la letra, que se presta a una reinterpretación: todo, en su voz, evoca lo que ya sabemos, el converger a un punto de fuga, su trágica muerte, tan próxima a esas canciones.

Ahora bien, no nos engañemos. La trascendencia de “Now and then” no ha sido mucha más que si se hubiera hallado una partitura inédita de Mendelssohn o Chopin: dos minutos en los informativos del día, y adiós muy buenas ‒una medición de la actual frialdad respecto a la beatlemanía, quizá el primer fenómeno social vivido de forma unánime en la historia, gracias a la radio y la televisión‒.

El pasado 9 de octubre Lennon hubiera cumplido 83 años. Aquellos cuya juventud transcurriera por la década de los 60, circunstancias sociales mediante, recibieron una impregnación desigual de la naciente cultura pop. Hoy se hallan en las postrimerías de su viaje, y sus intereses son otros.

Luego vendrían los nacidos entre los 70 y 80, que descubrimos a The Beatles por influencia de hermanos y primos mayores, o buscando el origen de la música descubierta en la adolescencia. Aunque extemporáneos, los seguidores de esta generación sienten una vinculación más allá de la música con el fenómeno The Beatles ‒una nostalgia de lo no vivido, reforzada, para los nacidos en los 70, por una regresión a los primeros años de vida, sobre los que la década anterior dejaría una huella tanto esté- tica como sonora‒.

La historia, implacable, ha ido apilando años desde entonces. Aquella juventud de los 60 yace hoy bajo la losa de la revolución informática. La siguiente generación, sus hijos, ha sufrido una adaptación forzosa, y avanza echando paletadas de tierra, soterrando un pasado analógico extendido desde la infancia hasta la primera juventud. Ley de vida, porque las novísimas tecnologías han trastocado todo, incluso la forma de las relaciones sociales. ¿Podía la música quedar al margen de esto?

Además, aquí, en España, se ha dado toda una abducción cultural, una fractura en la transmisión de lo inmanente. Ya sea por las sucesivas reformas educativas, por la interposición de las pantallas entre ellos y la realidad material, o por otros condimentos del cambio social, nuestra muchachada ‒centennials, generación Petazeta‒, no ha heredado el pasado inmediato.

Seguramente no sea de su interés; ni tienen capacidad para ello. Porque el conocimiento, la belleza, es, aparte de una búsqueda, una conquista; ellos, sin embargo, han tenido suficiente con lo que una industria sin escrúpulos, la del entretenimiento, les ha puesto delante de sus narices: una música tontuna, zopenca y omnipresente, cuyos límites formales se trasladan a su contenido ‒el baile y el millón de tópicos bajunos del reggaetón, la bachata, los ritmos latinos …, o cómo se llame esta fealdad aplastante‒.

La juventud es brillo y esperanza. Frente a ellos, todos los demás cuentan como amortizados. Pero ignorantes por necesidad, ocasión y querencia, han dado a Lennon, a The Beatles y a tantas cosas la muerte definitiva del olvido ignorante. Su música, aquellos años, perviven en la nostalgia de los desechados, mismos para los que “Now and then” supone un eco tardío, además del epitafio musical de varias generaciones.

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