Desperté temprano esta mañana y abrí el periódico. Parecía más grueso de lo normal. Estaba lleno de fotografías de gente protestando con pancartas y piquetes. Cada página, recogía algunas de estas instantáneas con innumerables testimonios. Uno de ellos decía: “No me puedo creer que, después de una Semana Santa sin procesiones, tengamos que vivir unas Cruces de Mayo sin cruces. ¿En qué tipo de sociedad nos estamos convirtiendo?”. Tragué saliva, me impresionaron tales declaraciones.
Sentí cómo mi pulso se aceleraba al avanzar un poco más en mi lectura: “Tuve que explicarle a mis hijos que los Reyes Magos no pasaron por Linares porque tenían que atender a más niños de otros pueblos, y todo porque el Ayuntamiento decidió no sacar carrozas y anular la cabalgata. ¿Qué debo decirles este año?”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Cerré el periódico, aparté el desayuno y me metí en la ducha.
Mientras el agua caía sobre mí, una voz femenina me sorprendió. Parecía la de una locutora. Me asomé. Alexa me la había vuelto a jugar y había sincronizado la radio. Antes de ordenarle que se apagara, escuché: “La ciudad se prepara para una de sus ferias más largas. Dos días extra harán que las fiestas se alarguen más de lo habitual, eso sí, este año no habrá casetas, fiesta, alcohol ni carruseles, algo que ha enfadado mucho a la población linarense”.
¿En serio? ¿Qué narices estaba pasando? No podía dar crédito. Salí de la ducha y, mientras me vestía, oí los gritos y cánticos de una manifestación que pasaba por mi balcón. Protestaban a razón de todas estas noticias. Miré el calendario. Era 23 de abril… me sonaba mucho esa fecha, ¿pero de qué? Era el Día del… el Día del… ¡Jolín! ¿Qué se celebraba hoy? Entonces desperté.
Salí a la calle y di un paseo. Adoro Linares en primavera. Aproveché para hacer algunos recados y, al volver a casa, un vecino me preguntó: “Oye, ¿qué tal la Feria del Libro?”. No entendí la pregunta. Me lo aclaró: “Sí, hombre, la Feria del Libro, ¿hay mucho movimiento por ahí abajo o qué?”. Resoplé, no sabía muy bien a qué se refería. Sonreí, di una respuesta banal para salir del paso y me marché.
¿Cómo podía ser la Feria del Libro si no había visto ni una sola caseta? ¿Podría la ciudad celebrar una feria de algo que no expone públicamente? Recuerdo que, de pequeño, en el Paseo de Linarejos, había dos largas hileras de casetas llenas de vendedores y ejemplares de cualquier novela, cuento, biografía… ¡y no solo para adultos! Sino para personas de todas las edades y gustos literarios.
Yo solía comprarme cuadros de terciopelo en blanco y negro para colorear en casa y, por supuesto, cualquier libro que llamase poderosamente mi atención. El primero fue La historia interminable. Perderme entre esas páginas provocaba que deambulara entre la realidad y la ficción. He de decir que gracias a la Feria del Libro de Linares se desarrolló mi pasión por la literatura, hasta el punto de pasar de lector a escritor unos años más tarde.
En este caso, y aunque suene ficción lo que aquí narro, no me presento como autor sino como periodista. Parto de una base distópica en la que una ciudad celebra sus fiestas sin el componente principal que las caracteriza. Eso provoca que todos se lleven las manos a la cabeza, porque justo eso pasaría en los casos anteriormente expuestos: navidad sin cabalgata, Cruces de Mayo sin cruces, Semana Santa sin procesiones o feria de la ciudad sin fiesta.
Sin embargo, en estos momentos estoy viviendo la triste realidad de ver una Feria del Libro sin casetas ni libros. Y me sorprende y decepciona a partes iguales la pasividad que reina en el ambiente que, desde mi punto de vista, no está siendo nada festivo.
Evidentemente, no generalizó. Quiero pensar que alguien más se habrá dado cuenta de lo que está pasando. Sin embargo, mi pregunta no deja de ser la misma: ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo? No voy a entrar en los colores políticos que viste el Ayuntamiento este año, pero tampoco puedo negar que la responsabilidad de vernos en esta tesitura emana de allí, más concretamente, del Área de Cultura.
¿Qué está pasando para que el elemento principal de esta feria no esté disponible en nuestras calles?
Se rumorea que, presuntamente, el alquiler de las casetas supera el precio que estarían dispuesto a pagar las editoriales pertinentes pero, ¿por qué? Es decir, preparamos la antigua Estación de Madrid para un festival con puestos de comida, bebida y música en directo pero, cuando le toca a la cultura, ¿miramos hacia otro lado? Quiero pensar que hay otro motivo, pero no sé si será lo suficientemente poderoso como para justificar tal tremenda ausencia.
Como he dicho, no voy a criticar a ningún partido, y menos ahora que llegan las elecciones y todos quieren salir guapos en la foto de cara de a sus votantes, pero el motor cultural de una ciudad no puede verse superado por unas prácticas festivas que lejos están de salir publicadas en la sección cultural de cualquier periódico o digital. Cuando eso pasa, hay que alzar la voz: es el momento de hacer preguntas, aunque sean incómodas para quienes no quieran oírlas.
Efectivamente, miré el calendario y hoy marcaba 23 de abril. Hoy se celebra el Día del Libro. Y aunque en mi ciudad existe una programación sobre estas fiestas (que sé que luego se usará ese argumento para atacar a todo lo expuesto aquí) se ha perdido su representación más tradicional: sus casetas. Y tristemente, nadie ha dado ninguna declaración al respecto.
Tal y como se suceden los acontecimientos en La historia interminable, he saltado de la ficción a la realidad en este artículo para homenajear a uno de mis libros favoritos. Pero cierro esta historia haciendo una autocrítica popular: en todo problema, siempre hay dos interventores. Uno, el evidente, ya lo hemos señalado pero, ¿y el otro? Es decir, ¿qué pasaría si, por ejemplo, en Madrid se hiciera lo mismo que en Linares y se celebrara una Feria del Libro sin casetas? Estoy seguro que la gente saldría a la calle a quejarse, protestar y manifestarse al respeto por…
¡Anda! Justo así había comenzado yo este artículo que…
¡Vaya!
Parece no tener tanta ficción como yo pensaba.