Hace días, estimados lectores, nos dábamos de bruces contra una de esas noticias que sin ser una tragedia, tampoco resulta agradable. Supone algo semejante a la modificación de un paisaje querido, o despedir a un amigo de toda la vida que marcha para siempre a otra ciudad.
Pero basta de misterios; con esto me refiero al próximo cierre de la popular Papelería Orta, tan familiar como ennoblecida por el paso de los muchos años. Resulta inevitable, y me refiero a saberlo y la subsiguiente revisión de algunos recuerdos personales. Como un sacapuntas, comprado allí, en la infancia, con forma de soldado medieval; o un libro, a mis doce o trece años, llamado Encuentros con humanoides, del ufólogo Antonio Ribera, fruto, supongo, de aquel interés que habían dejado en mí aquellos programas de Jiménez del Oso, más alguna que otra contribución radiofónica. Y tantas y tantas cosas, como el expositor de postales en el interior, o el ambiente añejo, vetusto, del mobiliario de madera, así como el calendario zaragozano con las predicciones meteorológicas, año tras año perenne en el escaparate.
Luego me acordé de aquel Huarte de San Juan, todopoderoso (casi) al final de aquellos años ochenta, donde conocí, por ejemplo, a Juan Verjas, de Caramelos Juanito, o fui compañero de clase de mi compadre Genero Simón, por cuya mediación también entablé amistad con su hermano, José Simón, ambos hijos de quien fuera artífice de aquel ya legendario supermercado, el Interprix. Pero también fui compañero de clase de los hermanos Orta, de Carlos y Miguel Ángel, a quienes recuerdo no sólo diferenciados por matices, sino como la noche y el sol, al menos en cuestión de caracteres.
Por todo lo demás, la noticia, importante por sí misma, cuenta con un precedente que le deja impresa una significación especial: la reciente desaparición de Sonytel. De Papelería Orta sabemos que finaliza por el cumplimiento de un ciclo, la jubilación de Francisco Orta Román, último de una saga; de Sonytel, un servidor desconoce la causa, aunque buenamente se podría atribuir a toda una serie de cambios sociales y económicos, como el comercio online, por ejemplo. En fin, ¡quién sabe!
Sea como fuere, ambos comercios, en cuanto a su origen, apuntan a un Linares que, aunque en proceso de extinción, en la medida en que pueda ser sostenido en el recuerdo, aún no ha completado la ausencia. Precisamente este ejercicio de nostalgia se me antoja del todo singular. Al menos para la generación que nos encontramos en el tramo medio de la vida, los que nacimos entre los 60 y 70. Porque aquel Linares queda circunscrito al periodo que va desde nuestra infancia hasta la temprana juventud. Los años dorados de la vida.
Mismos años que abarcan una época crucial en el destino de los linarenses: los últimos en que habría prosperidad, pues desde aquel 1994 todo ha sido somnolencia y decaer. Pero a esta crisis, tan linarense y particular, habría que sumarle la de toda una revolución tecnológica: el mundo venido a través de la informática, de los móviles, que ha desembocado finalmente, mediante lo virtual y las redes sociales, en una engañosa ampliación de la realidad.
Para nosotros, dichas pérdidas consecutivas, infancia, Linares y el hasta entonces modo de vida social, convierten la ciudad no sólo en un paraíso perdido. Es eso, pero elevado al cubo. Y lo es en la medida en que buena parte de nuestro pasado, no puede ser certificado según la norma actual. Porque no hay registro en X, ni selfi, ni publicación en Facebook, que acredite que vi ‘King Kong’ en el cine de verano del coso de ‘Santa Margarita’, Jesús de Nazaret en el Argüelles, ‘La Guerra de las Galaxias’ en el Cervantes o ‘Los Cazafantasmas’ en el Olympia.
De aquel mundo, que gravita en el limbo de una memoria colectiva que se desmorona, nada queda. O nada va quedando, excepto el testimonio, uno de los medios probatorios de siempre. Porque antes, la palabra tenía el peso que le concedía la fe (que no es credulidad). La fe en todo aquello que no es necesario verificar con fotos o grabaciones constantes, hasta la obsesión. Una fe llena de elipsis y vacíos, necesarios para que siembre la voluntad y la imaginación, y para que podamos cosechar la confianza y la amistad. Palabras todas que por motivo de los valores trastocados de hoy, suenan a pasado ya. Igual que van sonando Papelería Orta, Sonytel…, pero aún más Simago, Nicetic, Preceptos Devotos, Carles o Karpov. Santana, Las Latas…