Nazaret Moris tiene 28 años y es profesora en un instituto de Vallecas, en Madrid. Hace dos semanas se enfrentó a uno de los momentos más duros de su vida: el juicio contra su profesor de kárate al que denunció por abusar sexualmente de ella durante doce años. La mayor parte de las agresiones se produjeron cuando era menor de edad. La sentencia saldrá en unos días y el presunto autor de los hechos se enfrenta a una pena de 21 años de prisión.
La historia empieza cuando Nazaret se matrícula de pequeña en este gimnasio de artes marciales de Linares ubicado en la Plaza de San Francisco, hoy cerrado. Allí, en el tatami, su senséi aprovechaba la confianza que había entre ellos y su posición de superioridad para realizar los primeros acercamientos de índole sexual. Nazaret aceptaba porque era su maestro y, además, amigo personal de la familia, por lo que no veía nada malo en las insinuaciones. «Lo consideraba un padre», relata a este periódico.
Sin embargo, esa relación entre profesor y alumna fue cada vez más estrecha. Él, un adulador nato, no se conformaba con solo tocarla en un ejercicio, buscaba satisfacer sus deseos y, por ello, quedaba a solas con ella los sábados. Sin más compañeros.
Algo en el interior de Nazaret no iba bien. Comenzó a darse cuenta de que lo proponía su maestro, al que idolatraba, no era una simple una amistad. Pero se refugiaba en el silencio hasta que un día decidió contárselo a una compañera de clase del colegio. Paso el tiempo y los abusos fueron más explícitos, pervertidos, impropios e injustos entre un adulto y una adolescente.
El trauma para Nazaret ya era evidente. Puso tierra de por medio y se marchó a Madrid a estudiar la carrera. El siguiente en conocer su «infierno» fue su pareja, pieza clave en su recuperación, y luego sus padres, a los que relató el drama en diciembre de 2017. Solo unos meses después, puso todo lo sucedido en manos de la Policía y la Justicia.

Ha pasado el tiempo, pero todo sigue fresco en la mente de esta docente de Linares, máxime después de reencontrarse en la misma sala con su presunto agresor. «A pesar de que iba mentalizada, fue durísimo», asegura. «Sigo con las pesadillas», remata.
A la espera de que salga la sentencia, Nazaret se siente, hoy en día, liberada y fuerte para hablar de su caso. «Me siento más orgullosa que nunca porque jamás imaginé que sería capaz de contar así mi historia. Cada palabra es el eco de ocho años de terapia, de lágrimas infinitas, de rabia, de depresión, de noches en vela y de dolor, sobre todo, de mucho dolor e incomprensión», lamenta en declaraciones a El Nuevo Observador.
Las consecuencias y huellas que deja una agresión sexual continuada solo las siente la víctima, porque no es nada fácil contarlo sin que alguien te juzgue o que no me crea del todo al tratarse de un abusador protegido por su encanto y prestigio.
Por regla general, las supervivientes de violencia sexual tienen miedo a contar el delito y a denunciarlo porque temen ser cuestionadas por su entorno y también experimentan terror por las posibles represalias del agresor. De ahí la valentía de Nazaret Morris, porque «esto es un tema tabú». «Porque en España la conciencia aún duerme y no se atreve a enfrentar la verdad. Porque no soy simplemente una víctima más; soy una voz que exige ser escuchada. Y porque, sobre todo, no fue mi culpa», exclama.
Denunciar y hablar a viva voz de lo que le ocurrió le ha quitado un peso de encima y ahora quiere que su caso sirva de ejemplo para otras muchas niñas y mujeres que sufren agresiones sexuales. Por eso, pronto lanzará el proyecto No fue mi culpa, en el que tratará de ayudar y acompañar a personas que han padecido un calvario similar al suyo.
Los datos revelan que la violencia que sufren las mujeres no es una violencia episódica sino estructural de la que sólo atisbamos la punta del iceberg porque las cifras no reflejan la realidad oculta que existe.
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