Raquel Parrilla Sánchez (Linares, 1982) llega apurada a la cafetería en la que hemos quedado. Su cabeza echa humo. Pide un té verde, respira y se acomoda en la silla. «Cuando quiera puede empezar», emplaza al periodista. Después de un breve diálogo de cortesía, la directora de Danzarte se suelta el pelo y comienza a hablar.
De mirada penetrante, tez morena y pelo castaño, su belleza no hubiera pasado desapercibida para Julio Romero de Torres. Habría sido una de sus musas de haberse cruzada con ella en el tiempo, porque, además, posee esa fortaleza que tanto atraía al pintor cordobés.
La cultura corre por sus venas. Desde muy pequeña ha estado rodeada de libros, de música, de arte… Tiene un currículum tan multidisciplinar como interesante. Es titulada en Ballet Clásico y Danza Española por el Conservatorio de Córdoba y licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Granada. A ello se suma su ambición por aprender de los mejores, como Ramón Oller, Pilar Pérez Calvete, Valentina Letova o José Antonio Rivero Zamora, con el que empezó a dar sus primeros pasos en la danza.
Madre de la pequeña Jimena, Raquel Parrilla es una de las bailarinas más relevantes e influyentes de la provincia. No es casualidad que llene cada uno de los espectáculos que crea. De hecho, ya no quedan entradas para ver ‘Del amor al verso. Palabras jamás contadas’, su última producción que se estrena el próximo 26 de mayo en la Capilla del Hospital de los Marqueses dentro de la programación del Fimae 2024.
Estudiosa concienzuda, mujer comprometida y curiosa impenitente, la conversación fluye con total naturalidad, tal y como es ella: sincera, directa y empática, que no oculta sus defectos y ama lo que hace. Le encantan pasear, rebuscar música en el Spotify y una de sus canciones de cabecera es ‘Ángel para un final’, de Silvio Rodríguez. Todo queda dicho.
—¿Quién es Raquel Parrilla?
—Una mujer especialmente sensible, cuya mayor virtud es la empatía, pero, al mismo tiempo, mi principal enemiga, porque me demasiado en el piel del otro y sufro demasiado. Bien es cierto que, desde la pandemia a este tiempo, he tratado de relativizar mucho las cosas y darle a cada una de ellas el valor que realmente tiene. He dejado de luchar contra quienes no están o no quieren estar.
Soy muy sensible, aunque eso no quita que me considere una persona fuerte en todos los sentidos. Tengo una capacidad de trabajo, de lucha y de reinvención muy grande. No me da miedo empezar nuevos proyectos y aventurarme en ideas.
—¿De dónde le viene esa madurez con la que habla?
—Estudiar una carrera tan sacrificada como la danza, hizo que madurara muy pronto. Antes, el no era diario. He tenido profesoras que me han dado un guantazo por levantar la pierna de manera equivocada. Ese concepto de bailarín disciplinado, casi marcial, me absorbió, y creo que esa fortaleza me viene de ahí. Al final, te haces duro, porque te levantas y te caes muchas veces. Debes estar preparado para ello.
—Ya veo que no es ninguna exageración cuando hablan de la disciplina de los bailarines.
—Para nada. De hecho, ya forma parte de mi vida. Cualquier cosa que hago, la tengo perfectamente organizada. Solo decirle que el disco duro mi ordenador esta distribuido por secciones e incluso tengo una tabla de Excel de los lugares en los que he bailado, el programa de la actuación y los contactos de cada uno de esos sitios.
—¿No le gustaría poner un poco de desorden en su vida?
—Es paradójico porque donde ve tanto orden he tendido siempre a la improvisación hasta tal punto de cambiar alguna pieza antes de salir al escenario. Lo hago sin miedo. Es más, me recreo. Por eso le digo que, a pesar de ser metódica para unas cosas, soy desordenada para otras. No olvide que tengo una niña de cuatro años, imagínese el caos que puede llegar a haber en la casa. No me obsesiona, por ejemplo, que la ropa esté en la cama o en el sofá. Ya la recogeré. A veces el desorden viene bien.
—Creo que la danza es un poco como el ciclismo, uno sabe que va a pasar muy mal desde el primer día. ¿Merece la pena tanto sufrimiento?
—La vida no es color de rosa. Hay sufrimiento a nuestro alrededor. Tenemos la falsa creencia de que siempre hay que estar feliz y ser positivos. Olvidamos que la vida está formada por dolor y sufrimiento. Una cosa compensa a la otra. No se puede alcanzar la felicidad sin esfuerzo ni sacrificio. Nada viene rodado.
—Me acaba de recordar aquella mítica frase de la serie los años 80, Fama, que decía: «Tenéis muchos sueños, buscáis la fama. Pero la fama cuesta. Pues aquí es donde vais a empezar a pagar, con sudor».
—Es que es verdad, la fama, el éxito, todo cuesta. A mis alumnos les digo la verdad. Me siento con ellos y les explico en qué han fallado y cómo deben corregir. Está en sus manos hacer los ejercicios bien. Todo no es perfecto. A partir de un no, ellos se tienen uno que levantar.
Yo les puedo ayudar, pero son ellos los que deben aprender a escalar la pendiente. En este sentido, es fundamental el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo diario. Creo que esa es la manera más positiva de crece no solo en la danza, sino también como persona.
También les hago ver que no todos llegarán a la meta; algunos arrojarán la toalla antes de tiempo, porque les resulta demasiado sacrificado o simplemente porque hay otras cosas que les gusta más, pero saben que si trabajan y se exigen al menos lo habrán intentado. Para ello, les doy herramientas para que cuando salgan al escenario sepan dominar los nervios y enfrentarse al público. Les aporto templanza, emoción, pasión, ilusión y comunicación. Estos elementos luego, en su vida profesional, les ayudará a la hora de prensar un proyecto, asistir a una entrevista de trabajo o afrontar situaciones complicadas.
Tengo una niña que quiere estudiar Derecho y le digo que la compro como abogada, porque tiene tanta capacidad de convencer que se desenvolverá con soltura ante un juez o un jurado. A la cima llegan muy pocos, pero sé que las herramientas que les doy les vienen muy bien para el futuro.
—Por lo tanto, todo tiene un coste en la vida.
—Así es. Es un proceso de muchos años. Detrás de Danzarte, un centro con 200 alumnos, hay horas y horas de trabajo, de estudio y de enorme sacrificio. Nadie regala nada en esta vida. Llegar hasta aquí no ha sido cuestión de suerte, sino de una dedicación a veces extrema.
Cuando estás en la cina, se suele pensar, de manera errónea, que esto ha sido flor de un día o que ha llegado de la nada. Y para nada es así. Tienes que afrontar muchas críticas en ese sentido. Incluso detectas a gente que le sienta mal que tengas éxito en la vida.
—¿Quién marcó su carrera?
—En mi caso no fue ningún profesor. Es cierto que he aprendido mucho de ellos a base de muchos palos. Quien realmente me ha marcado en mi vida artística ha sido mi padre. Recuerdo de estar jugando a las muñecas y ver a mi padre tocando la guitarra como alumno. Luego, tanto él como mi madre, me llevaban muchos a conciertos.
Mi madre, además, me apoyó muchísimo en el tema de la danza. En ese sentido, he tenido mucha suerte, puesto que he vivido siempre rodeada de cultura. Ambos se han implicado en mi carrera. Eso es importante. Contar con el respaldo de la gente que te quiere ayuda a superar miedos y obstáculos.
Por ejemplo, tras quedarme embarazada de Jimena, sufrí bastantes situaciones incómodas con el pianista que me acompañaba en el espectáculo. De hecho, llegó a decirme que nunca volvería a ser la misma. Sin embargo, nunca me di por vencida hasta tal punto de que un día, paseando por Nerja, escuché un tango de Tárrega que solía tocar mi padre. Me acerqué al guitarrista que lo estaba interpretando en el Balcón de Europa, me presenté, le di mi teléfono y, a día de hoy, Pablo es el guitarrista de mi espectáculo ‘Del amor al verso’. Con esta anécdota lo que le quiero decir es que siempre hay salida.
—Curioso lo que cuenta.
—Es más, le puedo decir que, junto con Pablo, estará conmigo el próximo 26 de mayo, una alumna que no hablaba. No conocía ni si voz. Sin embargo, al cabo de los años, me dijo que quería apuntarse a Arte Dramático y comenzamos a trabajar con ella mucho la autoestima, la confianza, la seguridad y la canalización de emociones hasta que un día despuntó con un poema de Miguel Hernández, ‘Elegía a Ramón Sijé’, y acabó de conquistarme. Toda la clase nos echamos a llorar. Me marcó mucho.
—¿La danza, como el amor, está en todas partes?
—La danza existe desde el principio de la Humanidad. Se bailaba a los dioses para que lloviera. No hacía falta música, ni siquiera sonidos. No conozco a ningún niño que no le guste bailar. Bien es cierto que llega un momento en el que ellos eligen, condicionados en la mayoría de ocasiones por los padres, prefieren hacer otras cosas antes que danza, aunque ésta forme parte de sus vidas.
Por desgracia, les hacemos creer desde muy pequeños que la música, la danza o el arte es algo secundario, pero nos pasamos el confinamiento de la pandemia bailando y cantando. La danza no requiere de una estructura instrumental, simplemente basta con mover el cuerpo. Unas palmas te pueden poner a bailar o hasta el chasquido de los dedos. Nos sirve para relajarnos o para activarnos. La danza está representada en el arte desde tiempo inmemoriales.
—¿Qué engloba la danza o el ballet?
—Numerosos conceptos que van más allá de solo bailar. Engloba unos estudios, una disciplina, una interpretación, una coreografía, una manera de comportarse en el escenario… Son muchos elementos. La danza es una institución que forma parte del arte.
—¿Qué espectáculo le ha emocionado más?
—[Suspira y piensa] Hay una obra de Víctor Ullate que se llama ‘Samsara’ que me llegó al alma. A través de una serie de proverbios, diseñó una música y una coreografía que no deja a nadie indiferente. El final del espectáculo es tan, tan emotivo que la emoción me recorrió todo el cuerpo. Coincidió que era el estreno en Madrid y, cuando Víctor Ullate salió al escenario, fue recibido por los bailarines entre lágrimas. Lloraban desconsolados. Aquel día llamé a mi madre desde el coche sin parar de llorar. Fue impresionante.
—¿Existe la coreografía perfecta?
—Es algo subjetivo. Es una pregunta difícil de responder, porque hay bailarines y bailarinas que rozan la perfección. Hablamos de personas que cuando las ves no te crees como pueden mover de esa manera el cuerpo. Pero, insisto, es muy subjetivo.
—¿En qué escenario le hubiera gustado actuar?
—No soy una persona fetichista en ese sentido. He disfrutado muchísimo en todos los escenarios en los que he bailado, desde un pequeño local con cinco o seis personas hasta un teatro de primer nivel lleno de público. Un escenario no depende de la cantidad de recursos de los que dispongas ni de la calidad, sino del amor que imprimas a lo que haces.
Si le pones pasión, lo vas a pasar de maravilla, estés dónde estés. El día 26 [de mayo] voy a bailar sobre mármol que es una superficie muy complicada, pero actuar en la Capilla de los Marqueses integra el espectáculo. Representa el amor de una persona a Linares y a su mujer. Mandó construir esa capilla para que descansaran sus cuerpos juntos eternamente.
—¿Sin pasión no se puede bailar?
—Está claro, más para una persona tan emocional como yo. Le pongo pasión a todo, a los ensayos, a una actuación ante más de mil personas o a una representación con solo cinco espectadores, como le decía antes. Me da igual.
—¿Cómo se maneja con el ego?
—Bueno [reflexiona] creo que, en mi caso, me he valorado menos de los que realmente me decían. No le niego que he padecido el síndrome del impostor hasta tal punto de ruborizarme ante el elogio. Me ha costado mucho creerme que era buena en lo que hacía. Me he llevado más de una reprimenda por ello. Con el tiempo he ido aprendiendo. Y en cierta forma debe ser así porque si no te crees que eras la mejor en el escenario el público no conecta. Tienes que engancharlo durante el tiempo que dura el espectáculo. Ahí, si tienes que ser egocéntrica, aunque, luego, en la vida cotidiana no lo seas.
—¿Le ha faltado amor propio?
—Nunca, pero sí quizá valorar el reconocimiento.
—¿Cómo es un día a día en su vida?
—Frenético, desde que me levanto y hasta que me acuesto. Quizá uno de mis fallos es que vivo mucho en el futuro. No soy del aquí y ahora. Le puedo decir que ya estoy planificando los espectáculos del próximo año y de 2026. Me levanto y me pongo música que me va llevando de un lugar a otro para vez de qué manera lo puedo encajar. Veo espectáculos por todas las partes.
—¿Y la crítica cómo la lleva?
—Puede llegar a ser demoledora en determinados momentos. Una cosa son las expectativas que te montas en tu cabeza y luego está el público que no sabes por dónde va a salir. Lo que para ti puede ser una maravilla, para el espectador no. Lo mismo se lo pasa en grande con una frase que sueltas o llora con algo que no pensabas que fuera tan emocionante. El público en directo es muy complicado.
Fotos: Javier Esturillo y cedidas