Tras los pasos del ladrón de coches de Linares

El pasado año durmió más de 30 noches en los calabozos de la Comisaría de la Policía Nacional de Linares por otras tantas detenciones por robos con fuerza, principalmente en el interior de vehículos. Su cara es de sobra conocida en dependencias policiales, pero igual que entra sale, puesto que los delitos que comete no son lo suficientemente graves para que el juez lo envíe a prisión. El actual sistema legal le beneficia.

Actúa en solitario en los barrios cercanos a su lugar de residencia, por la zona de Cantarranas. Ha sido grabado en vídeo por los propios vecinos con la manos en la masa y, obviamente, está plenamente identificado por la Policía, que por más que lo arresta y le advierte sigue en sus trece de apropiarse de lo que no es suyo.

Esto se debe fundamentalmente a unas adicciones que le han llevado por el mal camino hasta convertirse en uno de los ladrones reincidentes más activos en la ciudad. Entre sus fechorías está el robo en viviendas sin ocupar, algún en otro hurto y ahora se ha especializado en la sustracción de baterías de coche.

Según ha podido saber este periódico de distintas fuentes, evita a toda costa el enfrentamiento físico. No quiere pelearse con nadie. Y en los arrestos no opone resistencia alguan. La droga, y conseguir dinero para comprarla, es la principal motivación de su carrera al margen de la ley.

Sin embargo, es una pesadilla para los residentes de la Avenida de Andalucía, Aurea Galindo, San José, El Cerro y zonas circundantes, a los que destroza los vehículos para llevarse todo lo que puede.

Ha sido arrestado de manera consecutiva en varias ocasiones, aunque no ha servido para que acabe en la cárcel. Lo hará, previsiblemente, por el agravante de reincidencia, aun no siendo un ‘delincuente peligroso’.

Su historial delictivo es digno de una película de cine quinqui, aquel género que se hizo muy popular en España a finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980, con personajes como ‘El Vaquilla’, ‘El Jaro’ y ‘El Torete’. La gran diferencia con ellos es que él no es ningún adolescente de estrato social bajo ni procede de una familia desestructurada. De hecho tiene oficio conocido más allá de meter la mano en lo ajeno.

Dicen que está jugando con fuego y, más pronto que tarde, volverá a los calabozos de la Comisaría, si bien esta vez puede que pase un largo tiempo a la sombra.