Hay momentos que, por sus características, por la edad o por la repercusión que tienen en el ámbito personal, profesional o familiar marcan la vida de una persona.
Ángela María Hidalgo Azcona (Guernica, Bilbao, 1967) lo sabe perfectamente. No hace mucho tiempo, una dura enfermedad se cruzó en su camino de manera inesperada, sin avisar. «En mi vida he cruzado cientos de puentes y he librado miles de batallas pero como esta última, ninguna», admite a El Nuevo Observador.
Por fortuna, una vez más, Ángela Hidalgo salió victoriosa y reforzó su apego a la vida, a los sueños que quedan por cumplir y a sus seres queridos. «Sin pausa pero sin prisa», desliza antes de dar un sorbo al café.
Mujer curtida por las cicatrices de una infancia difícil, pero, al mismo tiempo, sensible con todo aquello que le rodea, la parlamentaria autonómica del Partido Popular por Jaén aprende de las experiencias y saca el lado bueno de las cosas, por muy feas que sean.
Madre y abuela, le encanta pasear, dar largas caminatas por los entornos de Linares. Le gusta leer, el cine, la música y pasar muchas horas con su nieto, por el que siente auténtica devoción.
Ha aprendido a rodearse de las personas adecuadas, ha comprendido la importancia de escuchar consejos y saber cuándo ignorarlos, ha defendido la diferencia como virtud y se ha asegurado de nunca perder el pie de la tierra. Todo un recetario de quien encuentra la estabilidad pensando con el corazón.
Siempre amable con la prensa, está abierta al diálogo y al entendimiento, si bien reconoce que todo esconde un peligro, puesto que forma parte de la naturaleza humana. Le cuesta hablar de su pasado en el País Vasco, donde pasó una infancia complicada. Hija de guardia civil, se sienta enfrente del periódico para conversar de lo que sea menester.
—¿Cómo ve el panorama político?
—Anda algo revuelto (risas). Está claro que, después de las últimas noticias, el panorama político está revolucionado, tanto en el ámbito local como en el regional. Hay partidos que se mueven por intereses más personales que por el bien de los ciudadanos. Lo vemos en Linares, pero también en Andalucía, donde determinadas formaciones están deseando que haya un adelanto electoral.
Hasta hace unos días, la vida política en la ciudad estaba tranquila, con un Gobierno municipal que está trabajando bien, con el apoyo incondicional de la Junta, como demuestran todos los proyectos que se están ejecutando y que están por venir. Si en algo ha cambiado Linares durante estos últimos tres años de Gobierno autonómico y municipal de coalición es, precisamente, que hemos recuperado la ilusión de la gente, además de proyectar una imagen de ciudad valiente y positiva.
Linares quiere y necesita continuar por este cambio emprendido tras la llegada de nuevos aires, nuevos caminos y nuevos gobiernos. El problema es que un PSOE trasnochado, oscuro y siniestro quiere acabar de un plumazo con todo lo que hemos construido con la amenaza de una moción de censura injusta para esta ciudad. Es simplemente egoísmo.
—¿Cómo llega a la política?
—Llego de la mano de Juan Bautista Lillo Gallego, en 1995, para gobernar el Ayuntamiento de Linares, pero realmente hay que remontarse unos años atrás, con mi profesor de Derecho Mariano Sanz Gutiérrez. Él fue mi padrino político y quien me introdujo en la estructura del Partido Popular. Luego, Lillo pensó en mí para las listas y ganamos las elecciones. Tenía solo 24 años (suspira).
—¿Siempre tuvo vocación política?
—Desde muy pequeñita. Cuando me preguntaban que quería ser de mayor daba siempre tres respuestas: guardia civil, como mi padre, juez o política. Al final, me decanté por lo último.
—¿Por qué el Partido Popular?
—De joven era muy rebelde y, de todo, menos conservadora (risas). Sin embargo, a raíz de ser madre y comenzar a trabajar como autónoma me di cuenta de que mis ideas eran muy similares a las del Partido Popular. Por eso, aposté por él.
—¿Ha cambiado mucho aquel PP de la década de los 90 al actual?
—No sé si por muy juventud o por las circunstancias, en aquel momento veía un Partido Popular con mucha gente joven y cargado de ilusión, con ganas de cambiar y mejorar las cosas. Quizá sienta lo mismo ahora en Andalucía. Juanma Moreno nos ha llenado de esperanza.
Es cierto que eran otros tiempos. Crecí en el País Vasco, donde estaba destinado mi padre como guardia civil, y allí las cosas se ven de distinta manera. He de reconocer que a mí, personalmente, me salvó la vida venir a Andalucía. Por eso, viví con tanta intensidad e ilusión la política.
Ahora, hay de todo un poco, como en botica, pero me quedo con esa gente joven con ganas de trabajar, de mente abierta y creativa que proponen ideas e iniciativas. Ese Partido Popular me encanta, el que quiere romper esquemas y estereotipos.
—La verdad es que en Andalucía están en un momento dulce, al menos eso dicen las encuestas.
—Egoístamente he de decir que sí. Por fin, hemos conseguido acabar con 37 años de hegemonía socialista. Los andaluces pedían un cambio y lo hemos logrado, no sin esfuerzo y sacrificio.
Pero lo importante, como en otros órdenes de la vida, no es llegar sino mantenerse. Debemos seguir trabajando sin descanso y en la misma línea para conseguir que los andaluces renueven su confianza en nosotros.
No podemos olvidar que llevamos tres años en el Gobierno regional, de los que dos han sido de pandemia. Esta siendo, como ve, una legislatura muy extraña y convulsa en determinados momentos. Lo que necesita nuestra tierra es paz y tranquilidad, no generar inestabilidad y mucho menos unas elecciones anticipadas.
Nuestra misión, la de los políticos, es dar el cayo por la gente para que la comunidad autónoma recupere el tiempo perdido. No es fácil, pero le puedo asegurar que estamos en el camino correcto.
—Es una parlamentaria activa, ¿pero, realmente, cree que los linarenses conocen su trabajo?
—No lo sé. Quizá el error sea mío porque no doy a conocer el trabajo que realizo en el Parlamento andaluz, aunque, al mismo tiempo, puede que sea un acierto. Me gusta trabajar en silencio, aportar mi granito de arena en todas aquellas iniciativas que pueden mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. A lo mejor, debería promocionarme más, pero, si le digo la verdad, no sé venderme. Sé vender más la gestión de la Junta que la mía propia. Quizá sea por vergüenza.
—¿Se siente valorada?
—Personalmente, sí. Eso de pasear tranquila y ver el aprecio de la gente me llena mucho.
—Veo que prefiere estar en un segundo plano, incluso a nivel interno del partido.
—Trato de pasar desapercibida en ese sentido. Bien es cierto que hace unos años presenté una candidatura alternativa, porque pensaba que se estaban haciendo las cosas mal. Y, más recientemente, también expresé mi opinión en la misma línea a nivel local, lo que me costó hasta perder amistades. Pienso que un amigo está para lo bueno y para lo malo, no solo para hacerte palmas.
—¿Mariola Aranda que representa para el PP linarense?
—Juventud, ímpetu, ilusión y capacidad de unir algo que empezaba a desgranarse. Creo que lo está consiguiendo con mucho trabajo y esfuerzo. Considero que el partido ha recuperado la ilusión y ella sabe que me tiene a su entera disposición para lo que necesita.
—¿Sería una buena candidata a la Alcaldía?
—Primero debe querer, algo que, ciertamente, desconozco. Es un tema personal en el que no quiero entrar. Lo que sé es que es feliz con su Alcaldía de la Estación Linares-Baeza y liderando el partido.
—¿Y a usted le gustaría ser alcaldesa de su ciudad?
—(Sonríe) A quién no le gustaría ser alcaldesa de una ciudad como Linares.
—¿Está entre sus planes?
—En política no hay nada escrito. Hoy puedes estar en lo más alto y, al día siguiente, estar abajo. La pregunta es difícil de contestar. Lo único que le puedo decir es que sería un honor presentarme a la Alcaldía de una ciudad a la que quiero y amo tanto, sin haber nacido aquí.
—Hablemos precisamente de sus orígenes en Euskadi. ¿Cómo fueron aquellos años?
—Los recuerdo con mucho dolor, me cuesta mucho hablar de ello porque me emociono de inmediato -en ese momento de la entrevista rompe a llorar y se hace el silencio-. Fue una etapa muy dura de mi vida. Mi padre era teniente del puesto de Guernica y, un día si y otro también, veía las manifestaciones en la calle y el peligro que corrían los guardias civiles. Veías auténticas barbaridades que no eran lógicas para una niña. También sufría en el colegio, donde era acosada por los que no respetaban las libertades y la democracia.
Como le he dicho antes, venir a Andalucía me dio la vida. Si a mi padre no le obligan a dejar Guernica, porque no se quería ir, no sé lo que hubiera sido de mí, en ese ambiente irrespirable. Linares me ofreció la oportunidad de respirar, de sentirme viva de nuevo. Creo que si nos hubiéramos quedado allí, hoy no sería la misma persona. Estaría llena de traumas. De hecho, necesité ayuda.
Mis comienzos en esta ciudad fueron complicados. Era una niña tímida, retraída, a la que le costaba hablar con el resto de niños. Era incapaz de establecer relaciones sociales, básicamente porque no estaba acostumbrada. Allí, vivía el miedo, la soledad y el silencio de una gran parte de la sociedad.
—Es decir, no sintió ningún tipo de empatía en su estancia en el País Vasco.
—Para nada. Eran todo insultos y desprecios. ‘Txakurra kanpora’ (perros fuera) era lo más bonito que me decían. Recuerdo ir con mi madre a las tiendas y ver esas miradas frías y amenazantes hacia nosotras. Nos tiraban hasta agua caliente desde los balcones. Hemos sufrido mucho. Incluso, tener en casa a gente del entorno etarra, como una mujer que le echaba una mano a mi madre en las tareas del hogar.
Mi padre, para mí, fue un héroe, al que intentaron asesinar en varias ocasiones. En una de ellas murió su conductor (vuelve a emocionarse) y poco más… Por eso amo tanto a esta tierra.
—’Patria’, de Fernando Aramburu, trata de ponerse en la piel de ambas partes, tanto en el libro como en la serie. ¿Cuál es su opinión?
—No he leído el libro y no terminé de ver el primer capítulo. Me costó mucho. Aún no me he recuperado de lo padecí allí. Son muchas las imágenes y los recuerdos que me vienen a la cabeza.
—El País Vasco de ahora no es el de aquellos tiempos, en los que ETA campaba a sus anchas. Las cosas han cambiado mucho.
—Claro que ha cambiado. Y el País Vasco es una tierra que merece mucho la pena. No solo nací y pasé gran parte de mi infancia allí, sino que tengo raíces en ese sitio. Muchos familiares míos que viven en Euskadi, por lo sigo teniendo contacto con ella. Pero mi tierra es Linares, la que me salvó la vida y a la que amo con todo mi corazón.
El problema es que ETA tenía atemorizada a toda la sociedad. No había libertad y el miedo de los atentados lo tenías metido en el cuerpo todos los días. Vivir con esa angustias no se la deseo a nadie, ni a mi peor enemigo.
—Bueno, llega a Linares y se abre un nuevo mundo para usted.
—Así es. Recuerdo el viaje en un Renault 12 amarillo que se me hizo eterno, pero cuando vi el cielo azul de Despeñaperros mi vida cambió por completo. Fue una imagen que se me quedó clavada. Andalucía es mágica. Lo tiene tiene todo para ser feliz.
—¿Por qué la ciudadanía está tan alejada de la clase política?
—Lo entiendo y, en el caso de Linares, más aún. Soy una persona bastante empática y entiendo perfectamente el hartazgo de los linarenses con los políticos. Participé en aquellas manifestaciones convocadas por la plataforma porque era consciente de lo que sentían los vecinos de este pueblo. Tantos años de abandono, de mirar hacia otro lado mientras la ciudad se consumía, era lógico que la sociedad estallara.
Han sido demasiados años maltratada y ninguneada por las administraciones, especialmente durante la etapa de Susana Díaz, a quien no le importó nada nuestro sufrimiento.
—¿Linares tiene futuro?
—Por supuesto, y de la mano de este Gobierno más todavía. Se están poniendo los mimbres suficientes para que esta ciudad resurja de sus cenizas. Lo estamos viendo con el Plan de Reacción Inmediata impulsado por Juanma Moreno que ha permitido la llegada de inversiones muy importantes para reactivar la economía linarense.
En tres años, Linares ha dado un giro de 360 grados con un futuro de lo más esperanzador y, además, a corto plazo. Solo pedimos que nos dejen trabajar y que no desestabilicen más tanto el Gobierno regional como el local.
—¿Es, por lo tanto, optimista con vista a las próximas elecciones municipales?
—Mucho porque estamos haciendo las cosas bien. La ciudadanía lo percibe y así nos lo transmite. Siempre trato de ver el vaso medio lleno y en este caso soy muy optimista. Tenemos a Juanma Moreno y a un equipo de consejeros que son la leche. No sabría cuál es mejor.
—¿Por qué el nivel de la política linarense es tan bajo? ¿Qué ha ocurrido?
—En el Ayuntamiento hay gente válida en lo que se refiere a capacidad de gestión, pero quizá no tanto en el ámbito político. Se echa en falta personas con un perfil más político, con la facultad de llegar a acuerdos y plantear de otro modo las cuestiones, sobre todo en los plenos. Quizá esta circunstancia hace que el ambiente esté más crispado y se trasladé la propia sociedad, o viceversa.
Cada vez es más difícil entablar un debate, intercambiar ideas sin entrar en lo personal, en el ataque, en el insulto o en el acoso. Por desgracia, cada vez se da más en los pueblos y la ciudades pequeñas, donde las relaciones son más cercanas.
Creo que aquí también ha influido la falta de alternancia. Salvo la etapa de Lillo, siempre ha gobernado el PSOE. De pronto, se han visto desprovistos del poder, de creerte el dueño y señor del cortijo, pues no le ha sentado nada bien.
Los socialistas deben tener claro que Linares no es de nadie, salvo de sus vecinos y de los electores que, cada cuatro años, deciden quién tiene que gobernar. El problema es que el PSOE no lo ha entendido y quiere recuperar a toda costa el poder, sin importarle lo más mínimo la ciudadanía.
Fotos: Arturo Vidal y archivo de Ángela Hidalgo