Javier Esturillo

Aunque tú no lo sepas

Me tomó la licencia de encabezar este desaguisado reflexivo con el título de un poema de Luis García Montero que inspiró a Quique González para el tema que escribió a instancias de Enrique Urquijo. En cierto modo, porque da sentido a lo que uno llega a sentir por una persona y es incapaz (llámese miedo, inseguridad…) de decírselo, aunque la experiencia y los años digan lo contrario.

Hace días, semanas, meses que la canción ‘Aunque tú no lo sepas’ resuena en mi cabeza y suena en mis reproductores de música a todas horas. Se ha convertido en esa canción que necesito escuchar cuando algo no anda bien, cuando necesito volver a la calma o, sencillamente, si busco sentirme mejor.

Llegó sin avisar. Sin llamar a la puerta, como un torbellino. Y ahí sigue anclada en el corazón. Los fracasos, las esperanzas, los te quiero y los te odio. Y las lágrimas. Aunque fueran de mentira. Los dibujos en la mesa, las flores marchitas, los susurros, los gritos en el baño, los engaños físicos… y mentales.

La ilusión llevada a algo tangible, cuando una persona, además de soñar un mundo al lado de otra, lo siente y hace mella en él. Y aquel (o aquella) a quien habla, sin saberlo, ha formado muchas cosas de las que imagina. Porque formar parte de la vida de alguien no es cuestión solo física, sino también algo espiritual. Se trata, sobre todo, de aprender a vivir entre la realidad y el pensamiento, aferrándose a la quimera sentirla cerca, aunque él o ella no lo sepa.

Crecí creyendo que nunca sería feliz hasta el día en que conociera al amor de mi vida. Esta creencia proviene de sobreexposición a lo melancólico y a una mala interpretación de la realidad. El amor es como la vida misma, lleno de altibajos, de un ir y venir sin saber muy bien hacia dónde camina el corazón y la razón.