Paca López es el nombre artístico de una mujer sin dobleces. Nacida en Linares a finales de la década de los 60, es actriz, conocida, principalmente, por sus papeles en series de televisión, pero también hace teatro, cine y cualquier papel que se le ponga por delante, porque lo suyo es la interpretación.
Se machó a Madrid joven, después de pasar por Córdoba y otros lugares, donde trabajó de «todo un poco». En la capital de España se formó en distintas escuelas de arte dramático, buscó fortuna y, durante mucho tiempo, la encontró, con buenos papeles que le permitieron vivir dignamente de su trabajo. Pero llegó un momento en el que colapsó. Fue al cumplir los 40 cuando decidió parar, abandonar el oficio, tomarse un respiro.
Ese impasse le sirvió para reflexionar y mirar hacia dentro. En otras palabras, resetear para reconciliarse con ella misma y con la profesión. Una de las determinaciones que tomó fue volver a Linares para emprender nuevos proyectos. «Ya no es necesario estar en Madrid para que te llamen», aclara.
Aquí, en su tierra natal, ha encontrado la estabilidad que necesitaba. Da clases de interpretación, de oratoria, de clown y adapta y dirige obras en las que participan sus propios alumnos, sin perder de vista, claro está, la actuación. Sus mundos, herederos de otros universos clásicos y contemporáneos, están repletos de ilusión, aunque, a veces, la vida no se porte como uno desea.
El Nuevo Observador ha compartido un café con Paca López para conocer más en profundidad al personaje y a la persona que hay detrás de una mujer sincera, honesta y sensible.
—¿Por qué decide regresar a Linares?
—La vida en Madrid se hizo insostenible. No es una ciudad viable económicamente y, además, ha cambiado mucho desde que llegué en 1992. Aquel Madrid no tiene nada que ver con el actual. Era una ciudad de oportunidades, llena de cines y teatros que han dado paso a franquicias. Ya no existe la vida de barrio. Mis mejores amigas se marcharon a vivir a las afueras, y el trabajo ha cambiado muchísimo. No hace falta residir allí para hacer un casting. Lo puedes hacer directamente desde el lugar en el que te encuentres. Mucha gente de la profesión ha optado por irse de Madrid. Todo cambió a raíz de la pandemia y de la implantación de las plataformas digitales.
—Antes, sin embargo, Madrid era la meca del mundo artístico.
—Así es, pero, como le digo, las cosas están cambiando. Hay mucha producción en Andalucía, sobre todo en Sevilla y Málaga. Ya no es necesario irse a Madrid para trabajar de actor o de actriz. Creo que es un hecho positivo para los que empiezan, porque se evitan tener que desplazarse y residir en una ciudad tan cara como Madrid.
Bien es cierto que con la edad cambian las prioridades. A los 25 años, todo lo ves diferente. Quieres comerte el mundo. Ahora, prefiero calidad de vida y estar cerca de la familia.
—¿Qué ha cambiado en el oficio desde sus inicios?
—Muchísimas cosas, pero básicamente que, en estos momentos, está masificado. Todo el mundo quiere ser artista por la vía rápida, aunque no tenga vocación, como es mi caso o el de otros actores y actrices de mi generación. Quieren ser famosos, salir en la tele y ganar pasta.
Las productoras buscan influencers, con miles de seguidores, porque entienden que, de este modo, será más fácil promocionar la película o la serie. Les importa poco la capacitación. Lo primero que quieren saber es cuántos ‘followers’ tienes. Antes, era necesario ser guapo, pero ahora también es necesario que tengas influencia en las redes sociales.
Además, hay demasiada ficción lo que provoca que baje la calidad, puesto que contratan a gente joven que sinceramente no está preparada. Tanto es así que se saltan las clases por ir a un casting. Es de locos. Tienen mucha prisa por salir en cámara sin estar formados para ello. Van a lo fácil.
—¿Dónde quedan programas como Estudio 1 de Televisión Española, en los que se veía la verdadera madera del actor?
—Eso es el pleistoceno. Esta generación no tiene ni idea de aquello. Por desgracia, se quedan con lo que ven en las plataformas o en la tele. Por ejemplo, conocen a los intérpretes por los papeles que los han hecho conocidos en las series. Vicky Peña, una actriz maravillosa con una carrera impresionante en el teatro y en el cine, y seguramente casi nadie sepa quién es.
—Candela Peña, ganadora de tres Goya, reconoció que estuvo hasta tres años sin trabajar y no dudó en pedir un empleo para «alimentar a su hijo». ¿Tan duro es su sector?
—Es que son muy pocos los que tienen continuidad. La Unión de Actores está luchando mucho para que no pasen estas cosas. Poco a poco, se están consiguiendo derechos, pero estamos muy lejos de otras industrias, como la americana o la francesa. Este oficio es intermitente. La gente no sabe realmente lo que se sufre. El día a día es durísimo. Mantenerte es casi imposible. Todo es muy efímero. Hasta Penélope Cruz, que es una estrella, ha reconocido la inseguridad de esta profesión.
—¿Qué se siente cuándo no suena el teléfono?
—Mucha ansiedad, inseguridad… Hay que tenerlos bien puestos para seguir en el oficio. Yo misma me sigo preguntando cómo soy capaz de seguir. Incluso, llegué a arrojar la toalla, a darme por vencida. Fue cuando cumplí los 40. Siempre he sido optimista, pero en esta profesión el factor suerte es muy importante. No vale solo con el talento. Lo que prima es la suerte.
Hay papeles que los tienes hechos, que el perfil se ajusta a lo que piden y, en el último momento, el director, por las razones que sean, cambia de opinión y no te coge. Me pasó con una serie muy popular que lleva 20 años en antena.
—¿Cuánto tiempo estuvo de parón?
—Unos cinco años, en los que estudié y alterné varios trabajos, pero lo mío siempre ha sido la interpretación. Tuve la fortuna de que me llamaron para un spot publicitario, porque les había gustado mi videobook y de nuevo todo cambió. Me volví a sentir actriz.
—¿Dónde se siente más cómoda, en el cine, en el teatro o en la televisión?
—Me gustan los tres, porque un actor se debe desenvolver bien en todos los medios. Es verdad que el teatro tiene una cosa muy bonita que es el proceso de creación. Esos meses de ensayo y de producción son maravillosos, al igual que el contacto directo con el público. En la tele, por el contrario, hay que esperar mucho, aunque me da igual, porque a mí lo que me gusta es interpretar, meterme en la piel del personaje. Lo disfruto muchísimo.
—¿Le ha llegado el papel de soñado?
—Por desgracia, no. He tenido algún que otro regalo, como interpretar a Clara Campoamor en una serie. Lo he pasado genial metiéndome en la piel de esta gran mujer. También disfruté mucho con mi personaje en ‘Ana y los siete’.
—¿Cuándo supo de qué la interpretación era su vida?
—Lo supe desde muy pequeñita. Tengo recuerdos de verme en el escenario en el colegio. Luego conocí al colectivo Azahara y la pasión fue en aumento, pero tenía solo 14 años y mis padres querían que acabara la FP de administrativo, aunque nunca he ejercido de ello. Lo terminé y me marché a Elche con 18 años. Después de varias vueltas, a los 22 años, aprobé las pruebas para acceder a la escuela de arte dramático de Córdoba y, de ahí, me fui a Madrid para reforzar los estudios en centros privados.
—¿Era consciente de dónde se metía?
—Qué va. Estaba encantada. No tenía la menor idea de lo que era el oficio. El golpe de realidad vino después. Lo bueno es que siempre he tenido el apoyo de mi familia, sobre todo de mi madre que era una mujer con una mentalidad súper abierta.
—¿Qué significa ser un actor de método?
—Muy pocos trabajan siguiendo el método y sus propias directrices. El que manda es el director. Puedes llegar con una propuesta interesantísima que, si no les interesa, la van a echar para atrás.
—Hablemos de la industria andaluza. ¿Cómo la ve?
—Cada vez está más fuerte, pero sigue circunscrita a Sevilla y a Málaga. Es muy complicado meter la cabeza. Es demasiado hermética para los que son de otras provincias. Desconozco cómo andan las cosas por Jaén, porque mi único contacto ha sido con el Festival Cine No Visto. Quizá sea el momento de llamar a algunas puertas y recordar que soy una actriz profesional, porque veo qué hay determinados lobbies que dominan la escena.
—¿De dónde sale la vena cultural de Linares, una ciudad no demasiado grande que no para de dar grandes actores, cantantes, músicos, pintores, diseñadores, creativos…
—Pues no lo sé. Quizá venga de su pasado minero, de los cafés cantantes… El hecho de que viera tanta gente de fuera enriqueció la cultura linarense. Es un lugar en el que se respira arte por los cuatro costados. Es algo parecido a lo que ocurre en Cádiz que es una fuente inagotable de artistas.
—Su taller en la Casa de la Juventud ha sido todo un éxito.
—(Sonríe) Estoy tremendamente feliz, porque ha sido maravilloso. Me lo he pasado en grande con los alumnos y confío en que tenga continuidad en el tiempo.
—¿Le debe algo Linares?
—No le pido nada. No soy más que nadie. No me tienen que dar nada por el simple hecho de ser actriz. Es mi pasión y mi oficio. No quiero fama. Lo único que deseo es llegar a fin de mes y tener una estabilidad económica, nada más. Me he tirado mucho tiempo ganando poco más de 400 euros. Mis amigos no se lo podían creer. He estirado el dinero hasta límites inimaginables.
—¿Se siente en paz consigo misma?
—(Reflexiona) Al igual que el éxito, la paz con uno mismo llega cuando experimentas la vida que quieres. En mi caso, la he sentido por épocas.