La humildad y la empatía parece que se extinguen. A pesar de los enormes avances que aparentemente hemos tenido como sociedad, el advenimiento de internet y las redes sociales han propiciado el resurgimiento del linchamiento como mecanismo de sanción. Twitter en especial se ha convertido en la nueva picota donde se expone a los reos para ser vilipendiados.
Los intereses inmediatos y las angustias legítimas de los ciudadanos están siendo usados como munición para generar un ambiente hostil contra los partidos que respaldan la moción de censura contra el alcalde de Linares, Raúl Caro-Accino. Especialmente cruento es el ataque hacia los tres ediles de Cilu, con insultos de todo tipo e incluso amenazas que sobrepasan cualquier línea roja.
No hay lugar en una democracia, que dispone de instituciones donde pueden enfrentarse posiciones distintas y que establece canales para que la ciudadanía pueda manifestar sus descontentos, para este compendio de tácticas de acorralamiento y asaltos a la vida pública de los concejales que encabezan la moción.
La libertad de expresión no puede tomarse como una carta blanca que ampare los embates de un grupo que se junta para humillar. Estos días se han puesto adjetivos gruesos para calificar a los representantes legítimos de PSOE, IU y Cilu.
Los discursos del odio y de la descalificación permanente del adversario han encontrado, además, en las redes sociales el caldo de cultivo idóneo para retroalimentarse y potenciar su carga de furia y desprecio.
Las protestas en la calle contra la moción y en defensa del actual equipo de Gobierno, emanado de un pacto, son totalmente respetables y legítimas. Los linarenses están en su pleno derecho de hacer sentir su malestar por la situación de inestabilidad política e institucional que vive el municipio, pero siempre dentro de parámetros democráticos.
Muchas cosas han cambiado en la sociedad como para que una insidia transfóbica sea usada como armamento para sembrar rencor. El mismo que, por desgracia, sufrieron, en su momento, el propio alcalde y dirigentes de su equipo, como Ángeles Isac, a la que cosieron a descalificaciones por un desafortunado tuit con motivo de la primera visita del presidente de la Junta de Andalucía a la ciudad para la inauguración del Palacio Consistorial en enero del pasado año.
Tampoco se puede olvidar el acoso y derribo que Raúl Caro-Accino, Javier Bris y la propia Isac padecieron de manera constante por asignarse el mismo sueldo tras suscribir el acuerdo de Gobierno. Una campaña que dirigentes del otro bando alimentaron desde las plataformas digitales, de la misma forma que ahora lo hacen políticos que ven peligrar el bipartito.
La estrategia sobre la que gira este despropósito es de sobra conocida: mostrar la aberración moral y la decadencia de los valores, independientemente de su ideología o cargo.
La vitalidad de una democracia no solo se reside la fortaleza de sus instituciones, sino también en una serie de normas no escritas que contribuyen a dar vigor a la discusión entre adversarios y refuerzan el respeto al otro frente a aquellas posturas que convierten la política en una lucha entre enemigos irreconciliables.