Redacción

Editorial | ¡Basta ya!

19 septiembre 2025

Hace tiempo que la política linarense se convirtió en un patio de colegio, en el que vale cualquier excusa para lanzarse los trastos a la cabeza. El esperpéntico espectáculo vivido, o más bien sufrido, en la sesión plenaria de septiembre del Ayuntamiento de Linares evidencia el bajísimo nivel de los corporativos locales, salvo honrosas excepciones.

No existe debate, ni intercambio de ideas mínimamente argumentado, ni siquiera ideología. Es un batiburrillo de voces, a cuál más alta, que genera un ruido insoportable para los presentes en la Estación de Madrid y para los que poquísimos ciudadanos que siguen el pleno a través de la señal municipal de YouTube.

En materia de show, el pleno de inicio de curso no decepcionó. En un circo de varias pistas, los ruegos y preguntas se transforman en el escenario perfecto para desatar los impulsos más primarios de los representantes locales.

Disparan a discreción, sin calibrar realmente las consecuencias de sus palabras y lo peor de todo sin pensar en las personas que depositaron su confianza en ellos. El enojo y la furia de algunos concejales del PSOE desacredita el noble arte de la política, que bien utilizada sirve para resolver los problemas de la gente, no para generarlos.

El Partido Popular no está tampoco en disposición de dar lecciones. Algunos de los ediles que, hoy en día, ocupan los sillones del equipo de Gobierno se comportan igual de mamporreros que sus adversarios, sobre todo cuando se trata, por ejemplo, de emplear las redes sociales, en las que, por desgracia, vale todo.

Sorprende que un recién llegado como Michel Rentero, concejal de Obras, intervenga para suplicar a sus compañeros de la Corporación ‘un poquito de por favor’. En estas lides se suma siempre la portavoz de Izquierda Unida, Laura Cerezuela, a la que se le ve cansada y, a veces derrotada, ante tanto despropósito y desvergüenza.

Los concejales olvidan con relativa facilidad que son servidores públicos. Que el dinero que ingresan a final de mes -legítimamente ganado- sale de los bolsillos de los vecinos y vecinas, que, cada cuatro años, los eligen para hacer de Linares el mejor lugar del mundo para vivir.

El resultado es un panorama de acusaciones cruzadas y desgaste institucional que, en lugar de afianzar los valores democráticos, erosiona la confianza ciudadana, consolidando el pensamiento de que el salón de plenos se ha convertido en un terreno de batalla política más que en garante de los intereses colectivos.

El patrón es siempre el mismo, desestabilizar la institución más cercana, relativizar, el todo vale, el todos son los mismo, alentar el discurso del desánimo y la desconfianza en el sistema democrático. Es pan para hoy, pero hambre para mañana.

Linares, como el resto del Estado, vive un momento político marcado por la crispación. Las descalificaciones, las palabras gruesas o los exabruptos reinan en la Estación de Madrid y en el Palacio Consistorial. Nos encaminamos ya al otoño con picos de tensión inaceptables, imbuidos en un carrusel de insultos y broncas que han provocado que los ciudadanos se alejen de sus representantes públicos.

Si en estos días se votara la palabra más utilizada para describir la política linarense -y española-, es muy probable que la desafección se alzara con el premio. Es un término omnipresente. No hay persona con el más mínimo sentido común que no llegue a tres conclusiones: una, que la desafección es el principal problema político; dos, que su causa está vinculada a la pésima actuación en todos los órdenes de los principales partidos; y tres, que estos, a pesar de estar sufriendo crecientes pérdidas de electorales en favor de otros espacios, siguen a lo suyo, cegados por la ira y el rencor.

La exasperación entre PP y PSOE, la hiperconectividad amplificada por las redes sociales y un estrés desbocado hacen que el ejercicio de la política sea cada vez más difícil para aquellos que desean dignificarlo. Menos aún cuando la concejal no adscrita, Josefa Pérez, se pasa más de medio año fuera de su escaño, lo que da muestra la importancia que le da a su acta.

Se impone una reflexión urgente desde todos los ámbitos, también desde algunas parcelas del periodismo, para evitar que sigamos deslizándonos por este tobogán de la bronca, en el que siempre es posible caer un poco más bajo. Hagan un esfuerzo. Bastará con aprender a comportarse como dignos servidores públicos.