José Carlos Cruz Cantero tiene una frescura que sorprende. Le brillan los ojos y sonríe siempre que puede, No concibe la creación sin educación y respeto.
Conocido artísticamente como Jusepe Cruz, este linarense criado en el barrio de Girón es comediante, de los mejores de los últimos tiempos, por romper esquemas y hacer del humor el fármaco perfecto para combatir la ansiedad, la frustración y el miedo de una sociedad que adolece de empatía.
Agitador cultural, practica el contrabando de géneros para desprenderse de su yo responsable y convertirse en cualquier personaje que sea capaz de sacar una carcajada del público, bien en directo o por las redes sociales, sus grandes aliadas.
Su humor es trasgresor, de dobles sentidos y parodias que desdramatizan la solemnidad. De ahí, que la conexión con el respetable sea instantánea. Jusepe tiene don de gentes.
El mayor rasgo que distingue a Jusepe Cruz, de 27 años de edad, es su bondad. Su cara de niño bueno no engaña. Lo es. Una buena persona, sin dobleces. Nos sentamos frente a frente para conversar con él de diferentes temas, un poco de todo. Al terminar, nos da la impresión de que la charla se ha esfumado demasiado rápido.
—¿Quién es Jusepe?
—Es un payaso que combina la alegría con la tristeza, dependiente de con quién se junte. Eso sí, siempre intentando hacer reír y buscando el lado positivo de la vida.
—¿Jusepe nace o se hace?
—Nace. Siempre me ha gustado hacer reír a la gente. Echar una mano a quien me lo ha pedido. La diferencia que hay del Jusepe adolescente al de ahora, es que interpreto un personaje, pero en mi vida real soy completamente diferente, más responsable; si tengo que ponerme serio, lo hago.
Jusepe, en cambio, nunca se pondría serio, más bien todo lo contrario. Su show es comedia pura y lo más divertida posible. Como persona he madurado bastante, Jusepe no tanto (risas).
—¿Esa parte de Peter Pan ha desaparecido de José Carlos Cruz?
—Se la dejamos a Jusepe. José Carlos es otro.
—¿Qué le ha hecho madurar?
—Simplemente darte cuenta de que en la vida hay que avanzar, no te puedes quedar estancado. Con Jusepe, no llegaría a cerrar ningún trato, no encontraría, quizá, el trabajo que deseo. En definitiva, no alcanzaría una estabilidad.
El compromiso y el trabajo no está reñido con el humor, pero en esta vida, muchas veces, hay que dejar a un lado el humor para centrarse en una responsabilidad, ya sea laboral, familiar o personal.
—¿Cuesta mucho transformarse en el personaje?
—Antes me costaba más, sobre todo, antes de que llegara la pandemia. Había pasado por una depresión y, durante un tiempo, sufrí despersonalización. No me reconocía en el espejo. En ese momento, me costaba mucho conectar con ese otro yo que llevo dentro.
Al volver a mis raíces, a estar con mi gente, recuperé, en cierto modo, lo que había perdido y, poco a poco, regresó Jusepe. Ahora, siempre está preparado cuando las cosas se ponen serias.
—¿En un mundo tan revuelto, con una crisis detrás de otra, una guerra, hace falta más sentido del humor que nunca?
—Soy de la opinión de que hay que reírse de uno mismo y de que el humor no tiene límites, sino consecuencias. Ahora bien, entiendo que no se puede hacer chiste de todo, porque hay situaciones duras que nos sobrepasan a todos y pueden ser sensibles para algunos. Lo importante es saber medir.
En mi caso, después de un hecho traumático, lo que trato es de reírme todo lo que pueda. No significa que no me duela o no me sienta mal, simplemente combato esa inestabilidad emocional con humor. Es mi forma de procesar el dolor y, creo, que el de muchísima gente.
Creo que la comedia o el humor nos hace libres en ciertos momentos, y eso muy bonito. La comedia igual que puede ser venenosa, puede aliviar a las personas.
—Hablemos de los límites del humor, que tanta polémica y suspicacia generan. ¿Cuando acaba la libertad de expresión?
—Los límites los pone el humorista o el comediante. En mi caso, nunca haré un chiste de personas con discapacidad, física o intelectual. No quiero que mi humor hiera a determinadas personas. Hay otros cómicos que practican ese tipo de humor y lo hacen muy bien. No tengo nada contra ellos, más bien todo lo contrario.
El anuncio navideño de Campofrío contra los límites del humor, me pareció fantástico, pero a raíz de ese spot hice un vídeo con una amiga en el que cuestionábamos el trato que dispensan a los animales. Esa crítica a la empresa no empaña la originalidad del anuncio y del mensaje que trata de transmitir.
Me pongo límites cuando sé que no me hace gracia ni a mí. Si creo que la broma o el chiste es bueno, pero ofensivo, ya haré por dónde para que no siente mal a nadie. El humor, en teoría, no debería tener límites. Soy nadie para cortar la libertad de ningún compañero. Es la gente la que lo verá acertado o no.
—¿Le hizo gracia el chiste de Chris Rock?
—Me pareció mucho más divertida la bofetada que le da Will Smith que el propio chiste. Si lo enfocamos como un bloque, la broma en sí no tiene demasiada gracia. Lo bueno es lo que viene antes y después. Es decir, ver a Will Smith riéndose del chiste y, acto seguido, soltarle un guantazo que, por cierto, está muy bien dado. Me parece el conjunto maravilloso. Ni guionizado sale mejor.
Chris Rock nada tiene que ver con Ricky Gervais. Este hombre me parece maravilloso. El otro día me vi la gala de los Globos de Oro y sus burlas y desafíos son igual de ofensivos, pero con un toque que sí hace reír a la gente, a pesar de que su estilo sea incendiario.
—¿Conoce a mucha gente aburrida?
—Realmente no, porque suelo huir de la gente aburrida o tóxica. Trato de ser empático con todo el mundo, pero es difícil tratar a personas que son directamente aburridos. Tengo amigos con ansiedad o depresión a los que adoro y con los que quiero pasar tiempo, pero no con aquellos que están todo el día quejándose de la vida.
—¿Cuál es su público?
—Todo aquel que esté dispuesto a reírse sin condiciones. Lo que pretendo en mis espectáculos es que la gente conecte con su payaso interior y quiera pasar un rato divertido a mi lado. No busco el humor inteligente, ni negro, ni escatológico para hacer reír. Mi humor es bastante básico y tonto. Puedo ser burro en ciertas ocasiones, pero sin maldad alguna.
—En sus vídeos se lo pasa de maravilla.
—(Risas) No lo dude. Me he dado cuenta, además, que cuanto menos me los curro, mejor salen y gustan más.
—¿Qué se siente viéndose en las listas de éxitos?
—Da un poco de vértigo, pero realmente lo hago más por placer que por dinero, porque esto no da prácticamente nada. Necesitas millones de visitas para poder sacar algo de pasta. Ya me gustaría a mí, aunque nunca se sabe si daré el pelotazo con un vídeo chorra de los míos (sonríe).
Lo único que pretendo es hacer carrera. El mundo de la comedia ha cambiado. Ya ningún representante o empresa va a los espectáculos, sino que los busca todo por redes sociales. Por eso, la única manera de llamar la atención es generando contenido.
—Póngase hacer bocadillos como el hortelano Ginés ‘Corregüela’, que lo está petando en Tik Tok.
—(Risas) La coña rural siempre ha funcionado bien. El humor está cambiando muchísimo. Antes necesitábamos un foco en el que mofarnos, ahora a las nuevas generaciones, en las que me incluyo, le hace gracia una foto de delfines con un chiguagua saltando con ellos. El humor más simple o absurdo nos hace sentirnos bien, y eso es bueno. Bien es cierto que existen mecanismos que sabes que hacen gracia. Por ejemplo, Pantomima Full dicen verdades de nuestro día a día en las que nos vemos representados o identificados en sus sketches.
—¿Qué es para usted humor inteligente?
—El humor que hace Luis Álvaro. Me parece un cómico de otra dimensión, con una textos súper cuidados. A pesar de que pueda parecer plano, sus diálogos son tan buenos que hace que show flote. Me parece un tío con una capacidad creativa bestial.
—¿Qué le parece Buenafuente?
—Es un tipo que ha sacado una gente increíble. No me corto en decir que Berto es el cómico más completo de este país. Buenafuente siempre ha tenido buen olfato para rodearse de los mejores.
—¿Qué me dice de Bigotes y Dientes?
—He trabajado con ellos y me parecen geniales. Eso sí, su humor no lo practicaría solo. Son muy buenos en su estilo. Llevan muchos años en esto y saben perfectamente lo que hacen y cuál es su público.
—También tenemos a Lolo Fernández
—Me parece brutal, uno de los mejores payasos del momento. He tenido la suerte de asistir como alumno a sus talleres y es una maravilla verlo en directo. Es un tipo muy humano. Todo lo que sé del mundo clown se lo debo a él y le estoy eternamente agradecido. Es un pedazo profesional. Lo pudimos ver en CreArte y fue la hostia.
—¿Echa de menos CreArte?
—Muchísimo. Va tocando rescatarlo del olvido, y si no es un CreArte propiamente dicho, un festival en el que podamos explotar el enorme talento que hay en Linares. Nunca hemos perdido el contacto y sigue latente.
—Cuando ve el estado de abandono de El Silo, ¿qué piensa?
—Se me viene el mundo abajo. El día que se quemó estaba allí, porque trabajaba para el Ayuntamiento a través del plan AIRE. No se me olvidará cuando lo vi humo, paré en seco el coche y se me partió el alma. El Silo no solo es CreArte, sino un espacio creado para los jóvenes. Gracias a uno de los eventos celebrados allí, una chica no cometió una locura en su vida. Estaba sola y pasándolo fatal y El Silo le abrió una puerta a la esperanza en forma de amigos.
Nos arrebataron un sueño. ¿Qué ha pasado con los libros que allí había? ¿Y con los juegos o el sillón de mis compañeros? Es una verdadera pena.
—¿Ve una mejoría en el área de Juventud?
—No sé lo que pasa con Juventud, ni me meto en lo que organizan. Solo sé que los eventos que más han funcionado para los jóvenes de esta ciudad han salido de CreArte. Es lo único que le puedo decir. No nos gustaría que se perdiesen, porque así lo demanda el colectivo juvenil de Linares. Necesita recuperar ese espacio que representaba El Silo.
—¿Qué significan las redes sociales para usted?
—Son muy importantes para dar a conocer tu trabajo. Twitter, por ejemplo, me parece una plataforma genial para probar chistes. Al mismo tiempo, considero que es venenosa. Por eso, es esencial saber manejarla con inteligencia. Suelo cuidar mucho a la gente que sigo y evito las polémicas todo lo posible. Para mí, representa más ocio que otra cosa. Por lo que respecta a Instagram, creo que está demasiado enfocada a cultivar a imagen y una vida, en la mayoría de los casos, irreal. Todos no podemos ser tan guapos. Es una herramienta peligrosa, porque genera comparaciones y, como usted bien sabe, son odiosas.
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