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Andrés García Tornero

Canícula y premonición

Confieso, estimados lectores, que esto del verano no es lo mío. No lo aguanto. Aún así tenía el propósito de que el siguiente artículo, este mismo que estarán leyendo en su pantallas, resultara acorde con el periodo estival. Que fuera una réplica a esos abortos que por estas fechas hacen de relleno en los diarios digitales. Sin ellos moriríamos sin conocer ese truco casero para estar menos hinchado y combatir la inflamación abdominal, por ejemplo; o no sabríamos, a día de hoy, qué ha sido de los actores de la trilogía de El Señor de los Anillos, y mucho menos cuáles son los diez monumentos más feos de Madrid, según la Inteligencia Artificial ‒el Pirulí es sagrado, ¡tontaina!‒.

Todas estas naderías han quedado absolutamente opacadas por los resultados de la pasada jornada electoral del 23 de Julio. Cosas del sol inmisericorde. Yendo a esto, sorprende la conclusión de esta hiperactividad de sufragios ya infelizmente superada, que nos deja la impresión de que alguien ha terciado en la bipolaridad de la política patria, de modo que ninguna de las trincheras excavadas alrededor del viejo bipartidismo pueda cantar confiadamente victoria.

No sabemos si ha sido usando dados chuecos, pero he aquí el seis doble del diablo: al ganador, un Feijóo al que a las primeras de cambio se le ha quedado cara de Rajoy ‒del último Rajoy‒, y con errores de campaña mediante, la victoria no le da como para ser el nuevo presidente; por contra, el perdedor, un Sánchez más ducho en esto de buscar alianzas, puede caer, y plausiblemente caerá en la tentación de formar gobierno.

De inicio que Sánchez pretenda prorrogar su aventura monclovita no es pecado. Sería consecuencia de las elecciones y tiene por tanto derecho. Pero el modo en que lo consiga ya es harina de otro costal. Porque aquí el cómo es el con quién, que supondrá una inmersión hasta el abismo en lo que hemos conocido como Gobierno Frankenstein.

No importa que el separatismo haya sufrido un notorio descalabro en las urnas; la mala estrella ha querido que quien dirima el desempate y acabe apuntalando el próximo gobierno de España sea Junts per Catalunya, negociado antiespañol de Puigdemont, el prófugo de Waterloo. Quizá no lleguen a notarlo, por la costumbre, pero la trama de nuestra democracia tiene un aire folletinesco.

Nuestra normalidad no es exportable, y no pasaría el filtro de los Pirineos. Aquí parece natural que los primeros contactos entre el PSOE y sus posibles apoyos se vayan concretando con la siguiente desfachatez: amnistía para los golpistas y referéndum de autodeterminación de regalo.

Ya conocemos el parecer de los magistrados del Tribunal Constitucional, de izquierdas y de derechas: cualquier consulta para la independencia queda extramuros de la Carta Magna. No pueden decir otra cosa ¿Pero no era así el 1-O del 2017? ¿Y qué hay de un referéndum consultivo? En principio la celebración de estas consultas es competencia del estado, quedando invalidada si alguna de las respuestas a elegir entra en conflicto con el orden constitucional (la unidad de la nación).

Entonces, ¿cuál sería el sentido de un acuerdo entre PSOE, Sumar y el indepentismo?, ¿o qué ganarían éstos, si los diques legales no pueden ser traspasados sin gran alarma y la oposición de buena parte del estado y los españoles?

La ocasión, forzosamente, tendría que pasar por diluir España en una coctelera federal, bien a través de una reforma constitucional, o mediante estatutos de autonomía fake conveniente convalidados por el Tribunal Pumpido Constitucional. Según cierto adagio popular las cosas son como acaban. Viene a colación por el hecho de que algunas voces autorizadas, especialmente del socialismo, aboguen por un acuerdo entre PP y PSOE que nos ponga a salvo de la voracidad separatista.

Es lo que debería ser; pero nadie cree en esta opción, en realidad. Porque si hay algo que podemos observar es que hay una inercia autodestructiva en el Régimen del 78, que si bien fue alumbrado con sus virtudes, también medio turulato. Nada se ha hecho por solventar sus limitaciones; muy al contrario, la erosión de las instituciones es tal que ha degenerado en Memecracia.

A esta estructura le quedan tres soplos, y nadie puede decir que no lo sabía ‒Sumar, por ejemplo, proponía un referéndum durante la campaña‒. El voto, las negociaciones, los acuerdos…, podrían llevarnos ante el siguiente escenario: que se abra el melón de la unidad de España. Y una vez iniciado este proceso ya no hay marcha atrás. Resultaría llamativo.

Una nación que ha transitado todo lo que hay entre repeler invasiones y formar un imperio hegemónico durante tres siglos, que ha superado toda clase de escollos, puede quedar al arbitrio de una runfla de balagardos, los Oteguis, Puigdemonts, Rufianes…, todos enemigos declarados de España. Nunca se verán en otra; y nunca semejante colección de mindundis ha estado tan cerca de derrumbar algo tan superior a ellos.

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