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«Crecer en Arrayanes y Las Américas me enseñó a desenvolverme en la vida»

Por:Javier Esturillo

El lugar de encuentro es la cafetería a la que acude cada mañana con su familia a desayunar. Hemos quedado en el Lemans para entrevistar a uno de los creadores más de moda en buena parte de Europa: Francisco José Coronel Pérez, de sobrenombre Curro Coronel y de profesión sombrerero o hatter [en inglés].

Sus piezas son exclusivas. Hechas a la medida del cliente, con materiales que trabaja con sus manos en sus talleres de Londres, de Ibiza o de Linares, que es también la casa de sus progenitores en el barrio de Las Américas, a donde se trasladó después de pasar buena parte de su infancia en Arrayanes.

Curro Coronel impone. Es un tipo alto, cosmopolita, batallado, cultivado y con dos señas de identidad diferenciales, sus tatuajes, de amor, tinta y cicatrices, y la boina. Su padre lleva, en cambio, un borsalino realizado, como no podía ser de otra forma, por su hijo.

Los dos pertenecen a la estirpe ‘Coronel’, con una figura indiscutible, Paco Coronel, cantaor profesional, conocido como ‘Coronel de Linares’, que dignificó la taranta como nadie, con un toque personal inigualable, aunque Curro discrepa. «Mi abuelo era un grande del flamenco, pero mi padre, poco dado a los focos, lo hace de maravilla. A mí, me vuelve loco escucharlo», apostilla. En esa saga, encontramos, de la misma manera, a Juan Ruiz Coronel, ‘Coronel chico’, quien acumula numerosos premios. Es decir, que este creador linarense proviene de una familia de artistas casi de culto.

Sin embargo, él iba para baloncestista. Incluso, tenía más o menos la carrera encaminada, pero las lesiones y una falta de interés final le llevaron a adentrarse en el mundo de la moda a través de los sombreros, cuyos diseños podemos ver al escribir en el cajetín blanco de Google Curro Coronel, puesto que lo primero que encontrarán serán una docena fotogramas de sus modelos, entre ellos el que creó para el cantante Leiva.

En Curro Coronel hay algo magnético. Lo pudimos comprobar durante la charla, en algunas miradas que los parroquianos le dirigían, con curiosidad, con interés, con alguna que otra ceja enarcada o sonrisas de complicidad, y no porque su tono de voz fuese elevado, sino por el entusiasmo con el que se expresa.

Coronel, padre e hijo.

—¿Cómo llegó al ‘artisteo’?

— (Risas) Nunca me he sentido artista, a pesar de la familia que tengo. Si se refiere a los sombreros, me dedico a ello de manera profesional desde hace diez años, cuando me trasladé a Londres. Allí, con mucho trabajo y prácticamente solo, creé mi marca.

—Entonces, ¿no se siente artista?

—Es que no lo soy. Puedo estar en la parcela de los creadores, pero no en de los artistas, aunque la gente me lo diga constantemente. Si se tiene que dirigir a mí, mejor hágalo como creador o simplemente sombrerero, que es lo que soy realmente.

—Insisto, sus raíces provienen de una de las sagas de artistas más importantes de la ciudad.

—Mi abuelo, mi padre, mi primo, mi tía.. Es una barbaridad (sonríe). Ahora bien, le digo que el que mejor ha cantado de toda mi familia, y que me perdone mi abuelo en paz descanse, ha sido mi padre. Tiene una voz increíble. No hay color. Es flamenco en estado puro, como el de antes.

A mi madre nunca le ha gustado ese mundo, porque sabe lo duro que es. El cante es una pena y una alegría. Por eso, sus letras son tan grandes.

—¿Qué recuerda de su abuelo?

—Todo. Era un fenómeno, tanto cantando como componiendo. Era un hombre original en todos los sentidos. Le dio una vuelta a la taranta que nadie ha sido capaz de igualar. Y mire que entiendo poco. Ha tenido muchos cojones para cantar y para vivir. Sacó adelante a toda una familia. Empezó vendiendo tabaco y a los once años se fue a los pueblos a cantar. Estuvo con los mejores, sin dejar al margen otros trabajos para darle de comer a los suyos. Su vida fue muy dura, pero a la vez muy bonita.

—Y, con todo, despuntó, como su hermana, en el baloncesto.

—Fíjese. Acabamos en el baloncesto por mi madre. No vio demasiado acomodados en la casa con las videoconsolas y nos mandó a jugar a la calle (risas). Es cierto que en cuanto me vieron facultades para la canasta, mi padre se volcó conmigo. A donde iba yo, venía él. Tiró para adelante a mi lado y le estoy muy agradecido por ello.

—¿En algún momento, pensó que podía vivir del baloncesto?

—De hecho, me gané la vida jugando. Con quince años, ya tenía contrato profesional. Con esa edad me marché al Fuenlabrada y luego estuve en varios equipos de la antigua Liga EBA. El problema fueron mis rodillas, las tenía destrozadas a los 21 años.

Me retiré muy pronto, a pesar de que los clubes me seguían llamando, pero ya iba robando. No le voy a engañar. En los dos últimos años, estuve en siete equipos y solo jugué los play off de ascenso. Era alto y jugaba de base, lo que descolocaba al resto de equipos. Los entrenadores me sacaban en el último cuarto porque sabían que era un revulsivo. Nunca me importó jugármela. Es más, pedía el balón cuando nadie lo quería. Me importaba un bledo que la gente me insultara si fallaba. Soportaba la presión.

—¿Qué le ha aportado el deporte a su vida?

—Mucha felicidad. La sensación de estar en un pabellón lleno no la cambio por nada y mire que mi profesión me ha permitido conocer a mucha gente y viajar por el mundo, pero no hay nada comparable a un partido en el que te juegas la vida.

Bien es cierto, que, a diferencia de otros deportistas, no logré que me aportara disciplina. Más bien todo lo contrario. Era un cáncer en el vestuario (risas). Me peleaba con todos los entrenadores. No había uno que me quisiera. Al único que le he caído bien ha sido a Paco Baldán y vive en Linares.

—¿Y la calle?

—Crecer en barrios como Arrayanes o Las Américas me ha ayudado una barbaridad. Conocer la calle y saber desenvolverte en ella, me permitió sobrevivir en Londres cuando no tenía nada. Si te has movido en la calle, aprendes rápido y sabes conectar con la gente. Soy un chico de barrio. Me ha ayudado a desenvolverme en la vida, lo mismo que marcharme de casa muy pronto por el baloncesto y estar solo me enseñó a armarme como persona. Le debo mucho a Arrayanes y a Las Américas. De hecho, me ha llamado la asociación de vecinos de este último barrio para que dé el pregón en las fiestas.

—¿Se ha sentido solo en algún momento?

—Nunca me he sentido solo, pero, igualmente, le digo que buscado la soledad, sobre todo en los viajes por trabajo a México, Estados Unidos, Japón, Francia u otros países. He disfrutado una barbaridad estando solo, porque te pones a prueba a ti mismo. Debes desenvolverte utilizando las herramientas que tienes a tu alcance y, para eso, hace falta mucha calle. Morder el polvo.

—¿Qué le da fuerza?

—La conciencia de estar haciendo algo diferente, distinto. Me rompí el culo para lograrlo. Ahora, en Ibiza, por ejemplo, hay gente que se dedica a lo mismo, pero, cuando yo llegué, era el único que hacía ese tipo de sombreros y con esas técnicas. La búsqueda de crear algo tuyo, personal, es lo que me anima cada día a seguir luchando. Siempre creí en mis posibilidades.

—¿Esas experiencias las traslada a sus creaciones? ¿Cómo le llega la inspiración?

—Por supuesto, lo traslado todo. Ahora, estoy con dos colecciones, una sobre el flamenco y los artistas que me han influenciado, entre ellos mi abuelo y mi padre, y otra, que la voy a hacer junto con Mona [su pareja], que se basa que un grabador alemán Hans Sebald Beham.

Esta última va a estar muy bien, porque, como vivimos un momento en el que estamos jodiendo mucho a lo femenino, a este tío se le ocurrió en el siglo XVI grabados de mujeres por los que hoy iría a la cárcel. Lo que hizo en esa época fue impresionante.

Usted participa en iniciativas de centros de la cultura reconocidos mundialmente. ¿Cómo lo vive?

—Teniendo en cuenta que mi nicho de negocio es bastante limitado, pues imagínese. Es una pasada. Por ejemplo, en Miami, conocí a un tipo de negocios que se interesó por mi trabajo. No pasé más vergüenza en mi vida al ver la cara que puso cuando le comenté lo que hacía y cuál era mi volumen de mercado. Obviamente, se dio cuenta de que era poca cosa.

Estamos hablando de hacer sombreros. Quizá sea el único que usted conozca y de los pocos que conocerá a lo largo de su vida. Por eso, me siento tan orgulloso y satisfecho, porque he conseguido entrar en lugares que nunca imaginé y estar al lado de gente de primer nivel internacional, siendo, insisto, sombrerero.

Creo que tiene un valor extraordinario estar en lo más alto. ¿Usted es consciente de ello?

—Soy consciente de lo que he conseguido, pero no tanto por la fama, sino no por cumplir retos. Tengo los pies muy bien puestos en el suelo. Sé quién soy y sé que no soy un artista, aunque nadie haya conseguido bajarme de ese listón. Cuando estaba mucho más metido en la moda, me ponían por las nubes. No entendía aquello. La gente me pedía en Londres que me echara fotos con ellos. Flipaba.

En este punto, siempre he vivido el momento y he dado la importancia justa a las cosas. Independientemente de quien lleve mis sombreros, ya sea Leiva o un actor de Hollywood como Jason Momoa. No veo razón para hacerme fotos con ellos o decirlo en redes sociales. En el fondo, solo es trabajo.

Un andaluz por el mundo. ¿Qué le da su tierra?

—Uf (suspira). Andalucía es lo máximo. He vivido en Granada cuatro años, en Almería otro tiempo, en Sevilla y, por supuesto, en mi ciudad. El Sur tira mucho. La tierra, el lugar donde naciste. No me ha hecho falta irme fuera para valorar Andalucía, porque la siento. Lo que sí es cierto es que te valoran más cuando estás en otro país. El hecho de ser andaluz te da un plus.

Es algo similar a lo que me pasa cuando voy a otro sitio y digo que llego de Ibiza. Sin ir más lejos, me pasó no hace mucho en Méjico. Alucino. Son dos sitios que nada más nombrarlos, la gente alucina. Bien es cierto que, en mi caso, bebo de muchas fuentes, de escritores, artistas, intérpretes… No soy un gran lector, pero tengo un archivo visual enorme.

¿Sigue comiéndose el mundo?

—Nunca he perseguido comerme el mundo, pero ahora sí quiero desayunar todos los días en un mismo lugar.

¿Eso significa que va a estar más cerca de Linares?

—No lo sé. Lo que si va a estar más cerca de mi vida es mi mujer y la familia que construya. No me he cansado de viajar, pero he llegado a una madurez en la que me apetecen otras cosas. Por suerte, tengo una clientela fiel, el negocio está consolidado, por lo que ahora busco nuevos sueños en otros ámbitos. Quiero estar tranquilo.

Han sido diez años de locos, en los que también me he dado cuenta de que cuanto peor estaba, mejores cosas creaba. Al mismo tiempo le digo, que la estabilidad te permite mirarlo todo con mayor perspectiva y darte cuenta de lo que has conseguido y de la responsabilidad que ello entraña.

No me negará, en cualquier caso, que en usted hay algo anárquico, libertario. No ha necesitado depender de la prensa o de lo público para hacerse un nombre.

—Cuando estaba en Londres, me llamaban más periódicos que ahora, que paso más tiempo aquí. Nunca le he hecho caso a la prensa. Lo único que le digo que selecciono muy bien con quien estoy y a quien me debo dirigir. Todo el mundo no vale para tomar cervezas con políticos o con famosos. En mi caso, no lo necesito. Al igual que no me ha gustado nunca el salseo o la farándula. Prefiero dedicar mi tiempo a otras cosas. Quien me compra un sombrero porque lo lleva un famoso no va a volver. No es un cliente fiel.

Sé que se lleva muy bien con Belin. ¿Harán algo juntos?

—Es un tío muy grande, una buena persona. Lo hemos hablado y la idea es hacer algo juntos. Me ha mandado cosas y me vuelve loco. Es un fenómeno. Me encantaría trabajar con él. Quiero pasarme con mi pareja por Rampa para conocer ese espacio. Supongo que allí hablaremos y veremos qué podemos hacer.

¿Lo reconocen cuando pasea por Linares?

—No es necesario, ni pretendo que me paren. Mi abuelo o mi padre son más grandes que yo y considero que se merecen un verdadero homenaje de sus paisanos. No he querido ser nunca una copia de ellos, pero bebes tanto de ellos que, al final, muchas cosas que hago proceden de ellos. No aspiro a nada en Linares. Lo que venga, bienvenido sea. Prefiero un reconocimiento público a mi padre y a mi abuelo antes que a mí.

Fotos: Cedidas y Javier Esturillo

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Francisco javier fuentes coronel
7 meses antes

Admiro mucho su valentía,y su talento,recuerdo de manera nostálgica cuando jugaba con el en el parque de mi barrio encestanto pelotas en la papelera del parque, eramos críos 9-10 años con un carácter muy afable y simpatico.

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