La parte más difícil de una democracia tan imperfecta como la española en estos tiempos marcados por un presidente del Gobierno pésimo que le ha tomado el pulso a una democracia disfuncional y al propio poder constituyente es, por un lado, el soportar durante años la insufrible voluntad de mayorías tan manifiestamente contrarias al interés general; y por otro lado, el asistir sin sublevarse a la agónica degradación de todo lo que importa mientras vemos que quienes tienen la responsabilidad de combatirlo con mayor contundencia —numérica, al menos— están instalados en una repugnante oposición intermitente, más ocupados en fagocitar a sus aliados naturales que en construir una alternativa a la reedición del Frente Popular que sostiene a este Gobierno infame.
Es una evidencia empírica que poco o nada se parecen las mayorías pretéritas a las actuales y allí donde se soportaron amplias mayorías sufrimos ahora una inflamable amalgama de minorías centrífugas y sobrerrepresentadas; como es evidente que allí donde se respetaron sagradas líneas rojas, ahora se despachan mercadeando con la Nación misma.
Con todo, se abre ya en el horizonte la posibilidad de una nueva convocatoria de elecciones generales de la que el Sr. Sánchez no quiere ni oír hablar o, alternativamente, de una moción de censura que la aritmética parlamentaria complica en exceso, pues con una oposición dura en los 33 escaños de VOX, más los 137 escaños de oposición fija discontinua del PP, más el escaño apendicular de UPN aún harían faltarían otros apoyos que se antojan de muy difícil cosecha, con las derechas independentistas del PNV (5) y JxCat (7) alineadas con el Frente Popular, disfrutando la oportunidad que supone un presidente del Gobierno genuflexo y plegado a sus intereses y con el abierto rechazo que suscita un Feijóo no solvente a quien todo le viene grande fuera de casa salvo el siniestro pin de la Agenda 2030.
Por si fuera poco, esta posibilidad de una moción de censura o una convocatoria electoral sobrevolando la nación llega con la inquietante sombra de la peor crisis económica de la democracia que planea sobre el año 2025 y condiciona las estrategias de unos y otros más allá de lo evidente, aunque hay circunstancias concurrentes imposibles de ignorar como la imparable movilización del Sector Primario y el profundo malestar social contra la Amnistía o las posibles derivadas del «caso Koldo».
La brújula apunta a que, como en tantas ocasiones recientes, una convocatoria de elcciones generales volvería a cogernos profundamente hastiados de la política, cansados de los partidos, abochornados de las graves inconsistencias, limitaciones, maniobras y desmanes de los políticos y sus mamporreros mediáticos y demoscópicos, obligando a resistir a toda costa la más mínima tentación de relajar el pulso y ceder un ápice de las propias convicciones ante el infame marco de referencia que imponen esas mayorías.
Y sumidos en la densa neblina que es la refriega permanente, por lo común degradante y lesiva para España, observamos tan lamentable espectáculo desde la más absoluta decepción, con enorme precuopación, la tensión contenida y los dientes apretados.
Seguimos sin haber resuelto lo sustancial, que no es otra cosa que averiguar cómo identificar, potenciar y proteger de la contumaz acción de los agentes del mal —esto es, de los que imponen desde el fanatismo y con cerril descriterio unas políticas contrarias al sentido común; y de los que cuando tienen ocasión se dedican a blanquear tales tropelías, —consolidándolas—, las cosas que realmente importan a la comunidad trascendente que formamos los españoles.
Sin duda, es un ejercicio conveniente como paso previo y necesario para, a partir de ahí, decidir cómo nos tratamos a nosotros mismos y cómo actuamos en el mundo, en defensa de nuestros propios intereses —desde el ejercicio de nuestra plena soberanía— y los de nuestros aliados —desde la cooperación y el compromiso—, con nuestra propia personalidad comunitaria.
Subsidiariamente, y como parte sustancial de esa comunidad trascendente, tendríamos que dilucidar a continuación qué asuntos son hora ya de acometer y resolver en España para embridar el delirio suicida y voraz de las autonomías, y cómo hacerlo de la forma más eficaz y menos traumática posible; y ya que el perdón cristiano y la reconciliación entre hermanos no ha podido elevarse lo suficiente como para sostener el vuelo frente a los rencores y odios derivados de la Guerra Civil española, pero es que esos odios ya campaban a sus anchas desde 1931, y tal vez siempre estuvieron ahí y es algo ya cultural o sistémico que hay que abordar de otra manera.
A mayores, este esfuerzo introspectivo y constructivo podría realizarse bajando a las diversas realidades provinciales y prescindiendo por entero del discurso autonómico, que no es ya ni siquiera regional, sino pensado por sí y para sí, en manifiesta desconexión con las cuestiones que de verdad importan a la comunidad diversa que administran.
Y digo esto, porque es precisamente en la provincia donde encontramos una mayor cohesión comunitaria, y un mayor sentido de arraigo y pertenencia; es en la provincia donde emergen y cristalizan los proyectos y anhelos comunes estrechamente vinculados a la realidad del territorio; y es en la provincia desde donde se pueden aprender y aprehender —con el vehículo fundamental de la familia— los elementos básicos a través de los cuáles entendemos nuestro espacio en aquella comunidad de rango mayor que llamamos España.
Y ya puestos, no puedo dejar de decir aquí que es también en la provincia donde más fácilmente se detectan los agravios comparativos, la obscena promoción en las autonomías de unas provincias en detrimento de otras —con Jaén, como paradigma del desmantelamiento y el engaño—, y la incapacidad sistémica de desarrollar nada más allá de una obscena elefantiasis de la administración autonómica, que tanto daño hace a la cohesión regional y que da pie a que se reproduzcan todo tipo de iniciativas políticas sin recorrido ni capacidad presuntamente destinadas a la reparación de agravios, esgrimiendo impúdicamente sobre estos argumentos —en concurrencia con otros menos decorosos— aquello de qué hay de lo mío.
Jaén, por su parte, necesita recuperar desde su modo de vida, desde sus tradiciones y su inmenso patrimonio, desde el baluarte irrenunciable de su propia manera de ver y hacer las cosas, una visión nítida de su propio papel dentro de España y en el mundo, y filtrar a su través el conjunto de principios, saberes y prácticas de eficacia probada, que nos permitan afrontar con optimismo los retos que se nos plantean, trascender el sempiterno potencial y construir y dar continuidad a realidades fecundas, capaces de atraer proyectos de vida, fijar la población y edificar una provincia fuerte y próspera que pueda contribuir con su grandeza a recuperar la de España.
Foto: Congreso de los Diputados