Señoras, señores, niños, ratones, primates y demás fauna vertebrada, ¡se avecina una nueva reforma educativa! No piensen que es broma, la amenaza es tan real como que el Consejo de Ministros aprobaba este 29 de marzo el proyecto de Real Decreto de la ESO, que detalla lo que nuestros adolescentes tendrán que aprender de manera obligatoria. Y como no es nuevo que estas iniciativas acaben en tragicomedia, la presente promete no defraudar a nadie.
De inicio el espíritu del texto resulta tan innovador como arriesgado. Pretende sustituir el aprendizaje memorístico por uno próximo a la vida cotidiana de los chicos. Aunque viendo lo que incorpora quizá ya no resulte tan innovador; no en vano recoge una aspiración universal de los años golfos y zascandiles: graduarse sin límite de suspensos, algo que, digo yo, debe ser como el aprobado general –por la jeta– de nuestros tiempos.
Dicho esto, me asalta una duda esencial: los jóvenes de hoy, que sitúan al expresidente Adolfo Suárez en los castings de La Voz Kids, ¿podrían algún día mirar por encima del hombro a otros que llegasen a creer que Rosalía de Castro fue cantante de trap o tiktoker? Todo es posible, aunque tanto una generación como la otra podrán estar tranquilos; contarán sí o sí, como decía Chiquito de la Calzada, con su etiqueta de Anís del Mono –su palmadita oficial en la chepa, la graduación–.
Otro factor que contribuirá a esta igualación tontuna será la desaparición de las calificaciones numéri-cas. Para qué, en mitad de esta barra libre. Cierto es qué por consideración a los padres, reliquias de otra concepción del mundo, se podría haber incorporado alguna escala que, eso sí, bajo ningún con-cepto, pudiera traumatizar a las criaturas. Algo así como: Cojonudo, Chachi, Pichípichí, Lo sigue intentando y mejoraría si le comprasen una moto, Lo importante es participar y Más se perdió en la guerra.
Otro punto reseñable es lo que ocurrirá con la asignatura de Historia. Más allá de que algunos hechos importantes para la humanidad se vayan al limbo –tiene tela–, asombra el que deje de estudiarse si-guiendo un orden cronológico, apostándose por bloques temáticos como «Desigualdad social y la disputa por el poder».
Habrá que cruzar los dedos, porque aplicar la extrema unción a la causa en favor de una visión conceptual bien puede convertir el final de cada curso en un film de Christopher Nolan –apenas han comenzado los créditos y el de la butaca de al lado ya nos está preguntando qué hacía el muerto tocando la pandereta; a veces sin el Cuándo no se comprende el porqué–.
Pero si graves parecen estos precedentes, nada es comparable a lo que le espera a una materia siempre incomprendida. La Filosofía pasa a mejor vida. Hay que hacer espacio a otras cosas; no vayan a pen-sar que nuestra élite no quiere jóvenes que desarrollen un pensamiento crítico, o sea porque alguien, con una imaginación peregrina, pueda acabar aplicando aquello del mito de la caverna a la propaganda o a la praxis de los poderosos. Aunque en esto, hay que reconocerlo, hemos conocido algo esperanzador: el PSOE se queda solo y hasta sus socios de Gobierno le afean el sacrificio.
Ahora sí, vamos con lo verdaderamente catastrófico de la futura reforma. Porque quizá lo señalado anteriormente pueda tener un pase, pero… ¿de verdad estamos preparados para afrontar eso del «sen-tido socioafectivo de las Matemáticas»?
Debo confesar que siempre he sido muy sensible a la psicología del número. Pero no soy el único, de modo que existe un mínimo consenso para poder afirmar que el 1, siendo el primero, y muy conscien-te de su primogenitura, puede ser soberbio; que el 2 es el frente a frente de los iguales, esencial para el sostén vertical, pero capaz del dualismo y la contradicción; o que el 5 es sencillo y contundente como los dedos extendidos para el apretón de manos cuando hay franqueza, pero que se aprietan hasta ser puño a la menor sospecha. Ahora bien, ¿lo tenemos todo claro con otras cifras algo más ambiguas, como el caso del 9?
El 9, que no rehuye las preocupaciones sutiles, puede presentar un semblante melancólico; esto no significa que sea triste, como se ha dicho. También se afirma que el 9 nunca está cuando se le necesita, sin comprender que para él lo ajeno es moraleja y ejemplo lejano, o que es un número chuchurrío en verano, pero, ¡quién conserva la dignidad de su presencia en el estío!, por no decir que la primavera y el otoño se prestan más a su meditación de lo sublime.
Lo dicho, acercarse al corazoncito del 9 no es fácil. Es una lucha, diría. Mi prima Hildegarda no me invitó a su boda, además de que puso mi nombre al más repelente de sus hijos por alguna polémica al respecto; de igual modo, y por defender el buen nombre de la cifra, me vi obligado a hacer una pinta-da difamatoria en la fachada de la casa de don Policarpio, así como por ciertas dudas intolerables llevo mes y medio sin responder los Whatsapps de mi amigo Eufemio.
Y esto es sólo con los números naturales. Señores políticos, ya tenemos suficiente discordia con el futbol, o con ustedes mismos, mejor no hacer averiguaciones sobre los sentimientos de los logaritmos, las raíces cuadradas, etc. No abran esta caja de Pandora; el surrealismo tiene consecuencias.