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Andrés García Tornero

Unos Lemmings, Joe Biden y el chocheo continental

Palabra de honor de que, hasta hace bien poquito –hasta que un amigo no me enviara un artículo–, no sabía nada del asunto. De aquello, el artículo, debo pensar que me lo enviaría por tener cierto aire de tragicomedia, pues en él lo grave chapotea en lo trivial, algo que en esta era del disparate ya no sor-prende a nadie. Pero, ¿de qué se trata, al fin? De un armatoste alumbrado por nuestras entendederas: El Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, conocido como VHEMT por sus siglas en la lengua de Shakespeare.
Tan noble empresa tiene sus razones, ¡no crean!, las cuales parecen haber seducido a la autora del texto, ya que en buena medida conforman los prejuicios positivos contemporáneos: acabar con la contaminación, el calentamiento global, etc., y todo bajo el prisma del Malthusianismo y sus cuentas de la lechera, que llevan estirando la profecía de la superpoblación desde el siglo XVIII, los tiempos de Maricastaña.

Aunque no se trata solo de justificaciones, también hay beneficiarios, pues el propósito sería dejar un mundo mejor para… los ornitorrincos, las hormiguitas y cuatro chopos, que aunque de apariencia rígida, bajo su corteza, tienen su corazoncito, y seguro que nos lo agradecerían eternamente. Que muera el hombre para que viva el ecosistema –menos las flautulentas vaquitas, que con su ruin y traicionera, pero sobre todo soez forma de expeler metano, nos han puesto a un tris del Arma-gedón climático–.

Si por un momento han pensado que dicho movimiento nos pide un suicidio colectivo como la secta de los Davidianos, no solo se equivocan, sino que aún no le han tomado el pulso a nuestra época. Sería pedir demasiado para este océano de corrección política en el que ni nos atrevemos a llamar a las cosas por su nombre. El sacrificio está proscrito.

Lo único que el VHEMT nos pide, pero no exige, es que renunciemos a un derecho según ellos más que cuestionable: el de reproducirnos. Y está bien pensado, hay que reconocerlo. A efectos prácticos sería más que matar dos pájaros de un tiro; sería dejar que muera el pájaro y con él la bandada –que en nuestra última hora confluyese la muerte del individuo y el suicidio del género humano–. Qué quieren que les diga, pero no puedo evitar pen-sar en una multitud de lemmings arrojándose por el acantilado demográfico.

Con esto de la extinción voluntaria pasa como con los ecologistas de las grandes ciudades, que hay sitios refractarios a comprenderles, como el ámbito rural, por ejemplo, precisamente contenido en ese medioambiente del que se han nombrado salvadores. De igual modo, a todos nos viene a la mente varias sociedades muy al margen de este “anticreced y multiplicaos”: la china, que se expande a remolque de su Big Bang económico, la islámica, con un pie en su natalidad vigorosa y otro en la emigración, o la rusa, que pareciéndole que tiene escaso territorio pretende la hinchazón de sus fronteras.

Y así, por las buenas, sin estudios previos de impacto medioambiental, sin perspectiva de género y hasta sin mascarilla. Pero, ¡qué le pasa a esta gente! ¿Acaso siendo de los más contaminantes no se arrepienten y no quieren morirse? Pero qué falta de empatía. ¿Es que no piensan darle Likes a nuestras brumas ideológicas? ¿No quieren sumarse a la fórmula: de la euforia de los macrobotellones a los ansiolíticos y antidepresivos? ¡Qué arcaicos, qué bárbaros! ¡Ni que les gustase la vida y lo que conlleva!

Pues es lo que parece, ya lo ven; de esta manera están las cosas. No hace falta un análisis profundo para percatarse de que esto del VHEMT y similares es solo para Occidente, que es Europa y poco más, y asimismo que este bullir de tabúes hiperactivos y novísimos dogmas de plastilina no es el vigor de la adolescencia, sino temblores de decrepitud.

Por eso el destino, tan sabio, ha consentido, por justicia poética, que lleguemos a tener de mandamás plenipotenciario a Biden, un avatar con cortocircuitos, en cuyos tropiezos asoma un continente que chochea, y que está a puntito –y nosotros con él– de dar el traspié ucraniano –el definitivo–.

Porque esto de querer llevar los misiles de la puerta al recibidor de la mansión rusa –de Polonia y las repúblicas del Báltico a Kiev–, no parece que a este estadista cañón, y anteriormente trilero a jornada completa para el KGB, Putin, le haya pillado durmiendo la siesta, ni tampoco que este jaque mate de los casados no esté siendo vigilado por el resto de solteros, que lo tienen todo tan preparado que lo mismo nos truecan nuestra Pax Americana de King Kong, palomitas y Netflix, en un mundo de filas y obediencia 5G, haciendo de nosotros los nuevos guerreros de terracota de Xian. Menuda carambola. ¿O será cuento chino?

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