Hubo un tiempo en que los aficionados al cine no pasaban horas rebuscando en una pantalla entre los catálogos de streaming; lo hacían entre las estanterías de los videoclubes, hoy en día casi extinguidos de la faz de la tierra.
La (r)evolución tecnológica, junto a la piratería y las descargas ilegales por Internet, les dieron una estocada casi mortal que se terminó por consumar con las perpetuas crisis económicas y la pandemia que disparó el consumo del entretenimiento sin moverse del sofá, a través de plataformas como Netflix, HBO Max, Disney+, Amazon Prime Video, Apple TV o SkyShowtime.
Sin embargo, hay dos mujeres estoicas que mantienen en pie el último bastión en la provincia de Jaén de uno de los negocios más prósperos y rentables que se podía abrir en la década de los 80, cuando alquilar películas (Beta, 2000, VHS) era toda una devoción. Se llaman Ana Asensio y Carolina Cruz y son las propietarias de Ocio y Video Las Nubes, en la linarense calle Sagunto.
Los videoclubes fueron cayendo en cascada hasta quedar apenas dos centenares en toda España. En un par de semanas, Videoclub García bajará definitivamente sus persianas en la calle Manuel Jontoya de Jaén capital. Su propietario, Juan García, se jubila y ya ha comenzado a vaciar el local.
También echaron el cierre, hace unos años, Vídeo Carolina, en La Carolina, y Vídeo Sur, en Andújar, por lo que Ocio y Vídeo Las Nubes es el único superviviente de la provincia de aquel fenómeno que forma ya parte del responso nostálgico de varias generaciones.
Bien es cierto que este ejercicio de resiliencia de Ana y Carolina ha pasado por varias fases y, una de ellas, ha sido la continua adaptación a los tiempos. «Reiventarse o morir», aseguran a El Nuevo Observador. No solo han cambiado la decoración del local, sino que también han introducido novedades en su modelo de negocio, como una máquina de videojuegos, la venta de frutos secos y chuches, artículos de mercadotecnia y para coleccionistas e, incluso, libros. Tienen hasta una palomitera, como no podía ser de otra forma en un templo para cinéfilos.
Pero lo que no ha perdido -ni perderá- es su apuesta por el séptimo arte. Tienen una buena cartera de clientes que «forman parte prácticamente de la familia», añade Carolina. El gusto es el mismo que el de los espectadores de sala: los estrenos. En ese sentido, se congratulan de poder ofrecer cierto número cada semana.
Además, tienen un ojo clínico para sus clientes. Nada más cruzar la puerta del local, saben qué vienen a buscar y cómo pueden ayudarles. Ese es un plus que da un valor añadido a su trabajo y a que el negocio funcione.
Si alguien lleva un mal día, ellas le ofrecen una buena comedia para levantar el ánimo. Si la pareja ha reñido por algo, interceden con un peli para que la noche termine con un beso de reconciliación. Y siempre con una sonrisa en los labios.
En los estantes de sus pasillos hay un hueco también para el cine menos taquillero. «Tratamos de mantener esas películas, si bien es cierto que el tipo de cliente que tenemos nos demanda los estrenos americanos. Nosotras siempre le recomendamos una buena película y si puede ser, española», subraya Ana. Es decir, una oferta que combina lo clásico con lo rompetaquillas.
Tanto Ana como Carolina están orgullosas de ser unas supervivientes y en ese terreno de incertidumbre en el que vivimos todos, estas dos linarenses amantes del cine han cogido el camino más difícil, pero a la vez el más satisfactorio, porque defienden un ‘patrimonio cultural’.
Fotos: Javier Esturillo
