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«Idealice demasiado a la política, en la que nada es lo que parece»

Por:Javier Esturillo

Myriam Martínez Arellano llega con paso firme y decidido al Hotel Santiago, donde nos hemos citado con ella para saber que se esconde detrás de esa mirada que deja entrever una personalidad jovial pero implacable, tan exuberante como hermética.

Nació hace 32 años en Linares, ciudad en la que estudió Ingeniería Técnica de Minas y en la que actualmente trabaja, reside y ejerce como concejal.

Mujer de ciencias, llegó a las trincheras de la política por lealtad y compromiso al proyecto de Cilu, formación con la que ha saboreado las mieles del poder, como responsable de Bienestar Social e Igualdad, y la decepción de una obra inacabada en dos campos tan amplios y versátiles.

Como el resto de sus compañeros de bancada, fue ‘forzada’ hace un año a dejar sus cargos tras la remodelación del equipo de Gobierno. Sin embargo, en su discurso no se percibe ni un ápice de rencor.

Vive su nueva etapa en la oposición sin nostalgias ni lamentos. Habla con honestidad del camino recorrido y del aprendizaje adquirido desde que hace poco más de tres años recogió el acta de concejal del Consistorio linarense.

Reivindica el feminismo, la alegría de vivir, el amor y la independencia moral e ideológica. Ante El Nuevo Observador se muestra una persona cercana, amigable y espontánea, muy alejada del perfil que otros han dibujado de ella. Mantenemos, al calor de un buen café, una larga y generosa conversación en la que nos cautiva mientras la entrevistamos.

—¿Cómo se ve la política desde la oposición?

—En mi caso, la he visto desde tres perspectivas distintas. La primera como ciudadana con inquietudes políticas que llega a un partido y se pone a trabajar en un proyecto común. En ese momento, no tienes contacto directo con la política, la vives un poco desde fuera. Nada que ver que cuando te toca gobernar, en la que estás dentro con áreas tan sensibles y trascendentales como Bienestar Social e Igualdad. Ahora estoy en esa tercera etapa, en la oposición, donde todo se ve muy distinto. Se me han caído muchos mitos de la política.

—¿Por ejemplo?

—Tenía demasiado idealizada en la que nada es lo que parece. Creía en una política mucho más utópica y me ha tocado vivir su lado más amargo, donde hay maldad, tejemanejes y se hace daño sin motivo alguno. Esta parte de la política no me ha gustado nada. La gente no se merece esa política. Creo que estamos para otras cosas.

—Si echa la vista atrás, ¿ha merecido la pena?

(Reflexiona) He llegado a la conclusión de que lo mejor en esta vida es quedarte con lo positivo. Por eso, le digo que, al igual que he descubierto cosas de la política que no me han gustado, también he vivido experiencias muy gratificantes.

Me ha dado la posibilidad de trabajar mano a mano con gente maravillosa y muy profesional. He aprendido materias que desconocía y que me han permitido crecer, tanto profesional como personalmente.

Reencontrarme con personas de ambas áreas que se alegren de verme de manera sincera me reconforta mucho y constata que no lo hice tan mal como algunos piensan.

—¿Cómo es la erótica del poder?

—(Sonríe) Pues no lo sé o, al menos, no la he percibido. Creo que el poder al final termina echando a perder a las personas.

—¿Hay mucha gente falsa metida en política?

—Demasiada. Es una de las cosas que más odio. No me gusta nada la gente con doble cara.

—¿Cuántas veces se ha mordido la lengua?

—Muchas. Más de las que quisiese. Callo mucho hasta que me tocan las narices. Y, quizá, lo hago en el momento menos oportuno. He callado muchas cosas porque entendía que no debía de hablar. Era necesario mantener el equilibrio.

—¿Le han mirado por encima del hombro?

(Frunce el ceño) Sí, porque en ese equipo de Gobierno había concejales de primera y de segunda.

—¿En qué categoría estaba usted?

—En segunda.

—¿Por qué motivo?

(Silencio) No sé el motivo, pero era consciente de que estaba entre los concejales de segunda, a pesar de dirigir dos áreas tan potentes e importantes para los ciudadanos. Ahora, a más de uno, se le llena la boca al hablar de ellas. Cuando estaba yo, no era así, hasta tal punto de no hacerme caso en muchos asuntos que ponía encima de la mesa. Era doloroso ver cómo nos reuníamos solo unos pocos, pero es algo que ya advertí a mis compañeros.

—¿Se vive mejor lejos de la primera línea?

—Le puedo asegurar que vivo más tranquila. Es lógico, por otro lado, al no tener la responsabilidad de llevar dos departamentos al mismo tiempo y con sesenta personas a tu cargo. El problema es que creo que nunca he estado fuera del objetivo de algunos. Lo puede comprobar ahora en el que Cilu está en el foco de muchas críticas.

—¿A usted es que le han dado por todos lados?

(Ríe) Que razón lleva. Me las han dado de todos los colores, cuando gobernaba y ahora en la oposición. No tiene nada que ver con la moción de censura. Era abrir la boca y golpe al canto.

—¿Qué le ha hecho a Linares?

—Nacer aquí, estudiar aquí, volver aquí y vivir aquí. Nada más. Por eso, no entiendo determinadas críticas.

—¿Ha sacrificado muchas cosas por estar aquí?

—No sé si muchas o pocas, pero sí he tenido que sacrificar aspectos de mi vida profesional y personal.

—¿En qué sentido?

—Al final, se desgastan las relaciones personales. El hecho, por ejemplo, de pactar con el Partido Popular y Ciudadanos me costó más de un disgusto con gente que conocía del instituto y la Universidad. Les sentó mal y no lo entendieron. Tengo mis ideas propias, pero, en ese momento, fue lo que se decidió por el bien de la ciudad.

—De usted se ha dicho que es fría y distante. ¿Qué hay de cierto en ello?

—Más bien se ha intentado dar esa imagen de mí, que, por otro lado, difiere mucho de la realidad. Para nada me identifico con esa descripción. Todo el mundo ha tenido las puertas de mi despacho abiertas. En ese aspecto, le aseguro que para nada soy clasista. Me he reunido con todo aquel que me lo ha pedido.

Otra cosa es la manera en la que actúe ante determinadas situaciones. Soy una persona, por naturaleza, desconfiada y quizá eso lleva a malos entendidos. Trato de mantener una conversación fluida y entender a la persona que tengo enfrente.

No obstante, reconozco que, al principio, me costó adaptarme y me movía con cierta cautela, sobre todo a la hora de relacionarme. Con el paso del tiempo, todo cambió.

—Imagino que ya está en esa fase de la vida en la que le da igual digan lo que digan.

—Le voy a ser sincera, ahora sí me da igual, pero antes no. Me tomaba todo demasiado a pecho. Me dolían las críticas porque no las comprendía. Tampoco me gustaba que me compararan o me metieran en el mismo saco que a otros. De las cosas que más me molestaron fue cuando tomamos posesión de los cargos y nos dijeron que éramos el Vox adolescente de Linares. Creo que estoy muy lejos de esa ideología o manera de pensar.

—¿De qué palo es usted?

(Sonríe con picardía) Tiro más para el centro-izquierda.

—¿Tiene lo suficiente para vivir?

—Sí.

—¿No quiere más?

—Todo el mundo aspira algo más, y no me refiero al aspecto económico. Quiero progresar y aspirar a cosas en la vida. Soy una persona inquieta.

—¿Es ambiciosa?

—No.

—El pasado 11 de febrero se celebró Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. ¿Qué reflexión hace de esa relación?

—Me siento orgullosísima de pertenecer a ese grupo.

—Sin embargo, sigue costando mucho reconocer el papel que la mujer juega en la ciencia.

—Creo que las mujeres siguen siendo invisibles en determinados campos. Es un lastre que arrastramos desde hace mucho tiempo. Por las razones que sean, siempre se ha intentado ocultar sus logros. Ámbitos, como el científico y el tecnológico, han estado asociados a hombres. E, incluso, voy más allá: hombres se atribuido los méritos de mujeres. Lo hemos descubierto con el tiempo, influenciado todo ello por la época que les toco vivir en la que no estaba bien visto que una mujer se dedicara a la ciencia. La mujer siempre ha estado invisibilizada.

—¿Tiene referentes dentro de la ciencia?

—Mis dos tutoras del proyecto final de Minas. Le hablo de Teresa Cotes y Carmen Martínez, dos profesoras de la Escuela Politécnica de Linares.  

—¿El Campus está desaprovechado?

—Ya no piso tanto el Campus y no sabría que decirle. Si que es verdad que a nivel de ciudad es un gran desconocido. Pienso que habría que darle más bombo y platilla a lo que tenemos allí, porque se ha luchado muchísimo por tener esas instalaciones. Hay linarenses que no saben la suerte que tenemos. El cambio ha sido brutal. Quizá haya gente que desconozca que en su ciudad se puede estudiar ingeniería. Nosotros, los que hemos estudiado allí y la Administración pública, deberíamos hacer más por promocionar el Campus y su entorno.

—¿Quizá el problema es que no salimos de Las 8 Puertas?

—No creo que sea ese el problema. Más bien lo que ocurre es que muchísimos linarenses desconocen dónde está el Campus, pero también la Casa de la Cultura o la de la Munición. Hay muchos edificios históricos y zonas de la ciudad que la propia población no sabe que existe.

—¿Por qué se decantó por Minas?

—Realmente mi primera opción era Arquitectura Técnica -aparejadores-. En este punto el referente es mi padre. No se me dieron bien las notas en primero de Bachiller y dudé mucho hasta que visité Peritos. Fue en ese instante cuando me di cuenta que lo mío era la Ingeniería. Antes, no tenía ni idea de que en Linares se podían estudiar tantas especialidades. Valoré varias posibilidades que estuvieran relacionadas con el campo y me fije en Recursos Energéticos.

Pero le voy a confesar que, aunque me considere una mujer de ciencia, mi segunda y tercera opción estaban vinculadas a las letras: Historia y Ciencias Políticas.

—¿Falta micropolítica en el Ayuntamiento?

—Considero que sí, muchísima. Y la que se hace no se ve o no se promociona tanto.

—¿Cuántos compañeros de la Corporación le han retirado el saludo?

(Largo silencio) Uno o dos.

—Queda poco más de un año para las elecciones. ¿Le gustaría repetir?

—Durante un periodo mi respuesta era negativa, pero ahora me siento más reforzada y creo que todavía puedo dar mucha guerra. Mientras haya una persona que crea en mí, seguiré adelante.

Fotos: Javier Esturillo

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