Fue en 2003 cuando ‘Love Actually’ nació para convertirse en una de las películas románticas más icónicas de la historia del cine. Para algunos, una comedia tóxica y hortera; para otros, una obra maestra cañera y profundamente enternecedora.
Sea como fuere, lo que resulta innegable es su carisma. Una película capaz de enamorar a medio mundo con escenas ya grabadas en la memoria colectiva: el baile imposible de Hugh Grant, el portugués improvisado de Colin Firth, los carteles silenciosos de Andrew Lincoln o aquella frase que lo resume todo: «El amor está en todas partes». Y razón no le falta.
La magia sucedió el pasado sábado, en el Auditorio Internacional de Torrevieja. El cantante linarense Toni Dublet acababa de interpretar ‘Cold December Night‘, dentro del espectáculo Bublé Christmas Tribute, con el que gira estas fechas, cuando pidió a su novia, Noelia Flores —también de Linares—, que subiera al escenario. Ella se llevó las manos a la cara nada más escuchar su nombre. Sorprendida, recorrió las escaleras iluminadas hasta encontrarse con su pareja, con quien comparte vida desde hace catorce años.


El público y los músicos de la Red Velvet Band asistieron, entre el asombro y el silencio expectante, a lo que estaba a punto de ocurrir: Toni hincó la rodilla, como mandan los cánones, y pidió matrimonio a Noelia. Ella, graduada en Historia del Arte, volvió a llevarse las manos al rostro, visiblemente emocionada, antes de responder con un “sí” que resonó en todo el teatro.
El gesto de la joven pareja desató una ovación cerrada, acompañada de aplausos, chiflidos y alguna lágrima inevitable. Después llegaron las emociones desbordadas y el cierre espontáneo de Noelia con la frase. «La madre que lo parió’.
La joven linarense, que reside en Madrid con Toni, llegó al auditorio de Torrevieja «engañada» por dos amigos que estaban compinchados con su futuro esposo. Ellos fueron, además, los encargados de grabar toda la escena, como si se tratara de una historia más entrelazada de ‘Love Actually’.
Apareció sin avisar
Toni Dublet relata a este periódico que nunca fue un hombre que soñara con bodas. Durante años, la idea del matrimonio no figuró en su horizonte vital, aunque Noelia Flores, su compañera desde que tenía 19 años, sí lo contemplaba con naturalidad. No era una negativa rotunda, sino una distancia tranquila, casi filosófica. Hasta que un pensamiento inesperado empezó a abrirse paso.
Llegó en uno de esos momentos silenciosos en los que la mente se asoma a lo inevitable: la muerte, el tiempo, lo que quedaría por hacer si mañana no existiera. Toni se sorprendió a sí mismo con una respuesta clara, inmediata, casi ajena a su carácter: casarse con Noelia. No supo explicar por qué. El pensamiento apareció sin avisar y, aunque al principio quedó suspendido, regresó una y otra vez, como una idea que se niega a marcharse.
En el fondo, la certeza ya estaba ahí. Toni tenía claro que quería envejecer junto a ella, morirse de viejo a su lado —mejor él antes que ella, bromea—. La pregunta empezó entonces a formularse sola: si sabes que es para siempre, ¿qué más da casarte? A la lógica se le sumó algo más difícil de nombrar, una ilusión discreta que fue creciendo con el tiempo.

‘El Señor de los Anillos’
La chispa definitiva llegó desde un lugar inesperado: el cine. O, más concretamente, ‘El Señor de los Anillos’. Toni recuerda una escena del final, cuando Frodo y Sam creen que van a morir en el Monte del Destino. Entre la lava y el agotamiento, hablan de la Comarca, de la fruta de temporada, de las pequeñas cosas que hacen hogar. Sam confiesa entonces que le hubiera gustado casarse con la mujer a la que ama. Esa frase, sencilla y luminosa, se le quedó clavada.
Todo empezó a macerarse en silencio. Sin anuncios ni urgencias. Hasta que un día decidió que sí, que había llegado el momento. La respuesta de Noelia llegó sobre un escenario, bajo las luces de un auditorio lleno y con el temblor propio de los instantes que no se ensayan.
Pero la historia, en realidad, había comenzado mucho antes: en una reflexión íntima, en una escena de ficción y en la certeza, tan poco espectacular como definitiva, de querer compartir la vida hasta el final. Porque a veces el amor no necesita grandes gestos para existir. Solo tiempo para comprenderse.