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Eugenio Rodríguez

Devorando Venezuela

El Goya más expresivo de las «Pinturas negras» concibió en su retiro de la Quinta del Sordo una obra estremecedora inspirada en el mito clásico de Saturno, que aparece devorando a uno de sus hijos. En esta escena terrible, emerge de la oscuridad profunda una criatura descomunal harapienta y de mala hechura.

Lejos de parecer un dios, presenta el aspecto de un anciano famélico y menesteroso de una humanidad solo presunta, pues igualmente es apenas distinguible. Con ojos desencajados y presa del terror, perpetra un acto deplorable contra una criatura que es carne de su carne.

El gigante, entregado a la tragedia que protagoniza, sujeta con la fuerza crispada y rotunda de sus manos el torso desnudo de su vástago, convertido en un despojo al que dilacera y engulle con implacable brutalidad.

Esta escena sobrecogedora esconde en su crudeza una referencia al mal que representa el caos como principio rector de un orden nuevo, un mal que ejerce un daño irreversible sobre los más vulnerables por miedo a perder una situación de privilegio, a dejar de ser el alfa y omega de la vida misma en sus dominios.

Una metáfora que parece hecha de pólvora; pura dinamita sobre un humilde muro, óleo sobre yeso. Este Saturno voraz cargado de significado se ajusta bien a la siniestra realidad de un dictador que maltrata y despedaza el futuro de su pueblo, como es Maduro en Venezuela.

Por la concentración y el ejercicio autoritario del poder, por el control de los medios de comunicación, por la represión política de la oposición, por el uso de la fuerza contra su propio pueblo, por las recetas económicas de la miseria que han llevado a tantos venezolanos a tener que emigrar lejos de su patria, por el fraude electoral continuado, por el expolio de los recursos de todos los venezolanos y por tantas otras cosas, la narcodictadura chavista personificada en el criminal Maduro que la lidera —como antes en Chávez— es el mal.

Un mal devastador que está haciendo un daño irreparable a Venezuela por miedo a perder el poder y con él la cobertura de una posición de privilegio y tener que responder de sus actos. Un mal contumaz que ha vuelto a manipular unas elecciones y que ha terminado perpetrando un patético autogolpe de Estado.

Un mal que no podría haber perdurado de no haber saqueado y malversado los recursos de todos los venezolanos y de no haber tenido los colaboradores necesarios para reprimir la disidencia, asaltar las instituciones, someter y controlar a los medios de comunicación, engrasar su maquinaria política y propagandística, apuntalar un perverso sistema de alianzas y garantizarse el apoyo militar. Un mal que se apoya en otros males, como Rusia, China, Irán o Cuba —la cabeza de la hidra en la región—.

Un mal que rige un gobierno sin pueblo, porque este le ha dado ya la espalda. Un mal que ha sido capaz de torcer con reiteración la voluntad popular y de usurpar la presidencia, con todos los resortes del Estado a su servicio.

Un mal que, finalmente, ha calculado mal el irrefrenable anhelo de libertad del pueblo venezolano, que lideran una mujer de una valentía extraordinaria que parece ya la «Libertad guiando al pueblo» de Delacroix, María Corina, y quien a la luz de las actas ha sido el ganador indiscutible de los comicios, Edmundo González. Un tándem ilusionante que ha puesto a Venezuela en un punto de inflexión esperanzador e irrepetible, sobre la base de las lecciones aprendidas en luchas anteriores y que está poniendo contra las cuerdas al régimen comunista, criminal y corrupto de Maduro, liderando una movilización popular sin precedentes y contestando al relato usurpador y fraudulento con pruebas documentales que deberían obligar a la comunidad internacional democrática a dejar de mirar hacia otro lado con Venezuela.

Podrá un organismo instrumental y corrupto como el Consejo Nacional Electoral con la anuencia de todas las instituciones del Estado blanquear el fraude masivo orquestado desde el propio régimen y proclamar vencedor a ese autócrata de chándal al que se deben. Podrán incluso fabricar actas nuevas y pseudopruebas varias para ajustar los hechos al relato golpista y podrán darles verosimilitud obligando a firmar por la fuerza a los miembros y testigos de las mesas o lo que sea menester.

Podrán incluso lanzar a los militares y a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado contra el pueblo, reprimir a la oposición y perseguir la disidencia, destruir la reputación de sus líderes y sembrar, con el apoyo de sus aliados, la duda en la comunidad internacional democrática sobre los resultados para que dé por bueno el trampantojo y siga de perfil con Venezuela. Pero jamás podrán ocultar lo que ya ha visto el mundo entero: que Maduro es hoy el mal que está devorando Venezuela.

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