Hace unos días este periódico se hacía eco de un estudio realizado por alumnos de la ESO de un instituto de Osuna (Sevilla). Los estudiantes habían creado el ‘mapa estadístico de la felicidad en Andalucía’, tomando como referencia la renta per cápita, los bienes catastrales, la presión fiscal, el clima, la temporalidad laboral, los matrimonios y los divorcios, las denuncias por violencia de género, la edad media de los habitantes o la esperanza de vida, entre muchas variables, de los municipios mayores de 15.000 habitantes de la comunidad.
El trabajo recibió el máximo reconocimiento, en la categoría de centros de Educación Secundaria, del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA).
Linares aparece en el puesto 40 con una puntuación de 153 después de analizar 40 variables de carácter socioeconómico. Pozoblanco (Córdoba) asoma en el primer lugar de esta curiosa tabla con 177 puntos, seguida de tres poblaciones jiennenses Alcalá la Real, Baeza y Martos, con 175, 172 y 170 puntos, respectivamente.
La noticia solo provocó rechazo en las redes sociales. No recibió ni un solo comentario positivo y todo eran risas y críticas. Los lectores o usuarios de estas plataformas se limitaron a negar el estudio, mofarse de él y cuestionar la labor de investigación de los alumnos de Osuna. Por desgracia es algo habitual.
Pocas informaciones, a pesar de que sean buenas para el municipio, reciben un aprobado. Solo impera la negatividad y el pesimismo, lo que nos lleva a la conclusión de que Linares es una ciudad infeliz. Un lugar deprimido, obviando lo positivo y agarrándose al victimismo como forma de supervivencia.
Tampoco caen los linarenses en que a lo largo de toda la historia han ocurrido espantosos sucesos en casi todas partes, no solo en su tierra.
Es un sitio dispuesto a ser infeliz permanentemente. Cada vez se ven o se intuyen a más personas voluntariosamente aquejadas del mismo sufrimiento universal que les impide levantarse con cierta normalidad de la cama. Gente que, si carece de motivos personales para sentirse desgraciada, los busca (y, claro está, los encuentra) en los lugares más recónditos de las redes a través de la comparativa con el pasado, de aquel Linares que, durante unas décadas -tampoco muchas-, vivió en la abundancia.
Linares disfruta y se regodea en la nostalgia y hace cierto aquello que dice: ‘Cualquier tiempo pasado fue mejor’, lastrando con ello cualquier atisbo de recuperación. Quizá no les falte razón. Quizá la falta de trabajo sea un motivo más que sólido para quejarse. Pero ni antes todos los linarenses eran tan felices, ni ahora unos desgraciados.
Nuestra capacidad normal de compasión tiene un límite, y no podemos pasarnos el día atormentándonos por lo que nos muestran las pantallas. Nos quedaríamos paralizados a perpetuidad, no levantaríamos cabeza en toda la jornada, no haríamos nada, ni siquiera por nuestros allegados.
La clase política local, instalada desde hace tiempo en la mediocridad más absoluta, no es precisamente una ayuda, al igual tampoco lo son los medios de comunicación, sumisos al poder y a la pauta publicitaria institucional. Es la perfecta manera de convertirnos en dolientes y absolutos inútiles.
Linares se ha convertido en un muro de lamentaciones. Olvida el potencial y el talento de sus jóvenes o de sus propias empresas. Ejemplos como Juan García, con 22 años en la NASA, o Meltio, una compañía tecnológica puntera en impresión 3D, deberían llenar de orgullo y alegría a la población. Sin embargo, se incurre en el defecto de culpar a los demás de los problemas que padecemos. En esta disyuntiva, todos tenemos algo de culpa.