Buscar
Emilio Prieto

El rinconcito de pensar

Cuando era un niño e iba a la iglesia, escuchaba a menudo esta frase: “La fe es creer en lo que no se ve. ¿Acaso vemos el aire? No. Sin embargo, sabemos que está ahí. ¿Y las emociones? Tampoco, pero podemos sentirlas”. Y así podría seguir con una larga lista de ejemplos lanzados desde el púlpito. Pero no será esa mi “nueva observación”, ni tampoco el motivo de mi primer artículo de opinión en este sagrado medio.

La reflexión que lanzo es mucho más directa y menos religiosa: los trastornos de Salud Mental no se ven y, por suerte, no todo el mundo los padece… ¿será por eso que muchos los ponen en duda?
¡Ay! Eso de la “salud mental” que se puso tan de moda tras la llegada de la Covid19, ¿verdad?

De repente, los medios de comunicación de todo el mundo trataron este tema que después calificaron como “la pandemia silenciosa”. No hizo falta mirar más allá de las fronteras de nuestro país para darnos cuenta de que, informativamente hablando ¡Ups! No teníamos suficientes psicólogos, y los que estaban eran tan caros que casi era preferible vender un órgano en el mercado negro para costearse todas las sesiones.

Y si nos vamos a la Sanidad Pública actual, más vale que pidamos cita antes de empezar a padecer los síntomas, pues los tiempos de espera son tan largos que, lo mismo acabáis curados en la primera sesión ¡y no porque el médico sea bueno! En absoluto. Sino porque habréis salido del agujero vosotros solitos antes de ser atendidos. A todo esto, me pregunto: ¿Realmente era necesario un confinamiento y el ataque mundial de un virus para ver esta necesidad de profesionales?

En fin, creo que debo disculparme. Hay terrenos en los que es mejor entrar. Tal y como dice mi yaya, en la mesa no se habla de religión ni de política y, si bien no estamos sentados juntos, es cierto que aún no tenemos esa confianza entre escritor y lector como para sacar ciertos temas que, a muchos, pueden resultar peliagudos. Y sí, creeréis que llevo medio artículo dando bandazos, pero no. Estoy perfilando mi observación porque, ya puestos en contexto, vamos a abrir un gran melón.

He padecido, y padezco, ansiedad con tendencia depresiva reflejada en ataques de pánico, y no contentos con eso, también agorafobia. Lo confieso sin vergüenza ni tabúes, ya que hay personas que lo viven como un estigma. ¿No habrá que darle visibilidad para empezar a tratarlo con más naturalidad? En fin, ya puestos a decir la verdad, otra de mis razones por la que revelo mi diagnóstico es porque el Periodismo tiene su base en la veracidad y, si queremos tener esa confianza de la que os hablaba antes, habrá que empezar poniendo los cimientos para que esta relación funcione, ¿no? Además, que no es mi estilo hablar de lo que no sé.

Iré directamente al grano con un ejemplo muy claro. Tengo dos hermanas. Ambas con hijos. Para que os hagáis una idea, en total, tengo cinco sobrinos. Es decir, entre las dos han sido cinco partos. ¡Tranquilos! No es un problema de matemáticas ni lógica. Lo que vengo a decir es que he vivido la llegada de cada uno de mis sobrinos desde el otro lado de la puerta del paritorio. He visto muy de cerca cómo se han sentido ellas durante cada uno de sus embarazos. Y por mucho que me hayan contado sobre sus dolores a la hora de dar a luz, he sido incapaz de ponerme en la piel de ninguna de ellas porque. Aunque lo intente, jamás sabré lo que se siente durante un parto. ¿Sabéis por dónde voy? Efectivamente. Los trastornos de Salud Mental funcionan exactamente igual.

Hay cosas que para entenderlas, hay que vivirlas. No sabremos lo que sufre una persona con fibromialgia o alzhéimer, por mucho que conozcamos ambas enfermedades. Aun así, los estados derivados, por ejemplo, de la ansiedad, son cuestionables. Cansado estoy de frases como “¿Por qué estás nervioso si no te ha pasado nada malo?”, o “¡Qué dramático eres!”. Y si hablamos de agorafobia, también hay ejemplos: “Lo que tienes que hacer es salir y dejarte de tonterías”, o “¡Que no te va a pasar nada por dar un paseo”. Y mi favorita: “A ti lo que te pasa es que eres un vago y prefieres las visitas a salir de casa”.

Sé que pensaréis que esto suena surrealista, pero os prometo que me han regalado cada una de esas opiniones ¡y sin yo pedirlas! ¿Dónde se fue la empatía por la “pandemia silenciosa” de la que hablaban los medios de comunicación? ¿Por qué narices tengo la sensación de que debo justificar cada cosa que hago o no hago? He ahí la cuestión.

No necesitamos ser transexuales, de otra raza o color, ni sufrir un maltrato para respetar a tales personas que, si bien son víctimas catalogadas como “colectivos oprimidos”, no se hacen las víctimas por sufrir un determinado acoso o comentarios ofensivos. No. Directamente lo son. Y es que donde la libertad acaba, comienza el libertinaje. Ese es el problema.

A veces pienso que la Tierra gira tan rápido que la empatía se ha salido de órbita. Si no entendéis lo que se sufre por un trastorno de salud mental, es mejor guardar silencio. Aunque la solución es triple si la queréis: no lo pongáis en tela de juicio, leed sobre el tema y sentíos afortunados de no tener que comprenderlo, porque eso significará que no lo habéis padecido. Eso sí, por favor, no hagáis nada más que escuchar, abrazar y apoyar. Estar ahí, nada más.

Queridos lectores, no vengo a dar lecciones de nada, porque mucho me falta aún por aprender. Pero este medio se llama “El nuevo observador”. Yo soy el nuevo (o el último en llegar) y, además, soy muy observador. Quería empezar reflexionando sobre algo que vivo en primera persona y que muchos padecen en silencio, que otros quizás no saben expresar y, sin ir más lejos, un tema difícil de llevar para quienes lo ven en sus seres queridos.

No perdamos de vista que somos seres humanos, imperfectos por naturaleza, vulnerables por defecto. No somos eternos, ni debemos intentar quedar bien con todo el mundo siendo el mejor nieto, hijo, marido, hermano, esposo, abuelo, tío o amigo. Caer es la única forma de levantarse y aprender. Las heridas se curan y dejan una cicatriz que nos marca las batallas que hemos ganado. El dolor nos recuerda que estamos vivos y, para impulsarnos, casi siempre, debemos tocar fondo. ¡Aceptad vuestras imperfecciones! ¡Aceptad que ya no podéis más y necesitáis descansar y encontraros! Tened tiempo para vosotros y enfrentad a vuestros demonios. Eso es lo que hacemos todos cada día.

Y cuando encontremos personas que se sientan como nosotros, démonos cuenta de que no estamos solos. Dejarse ayudar no significa ser inferior, así como ir al psicólogo no es estar loco. ¡Pero si en Estados Unidos va todo hijo de vecino! Aunque vete a saber cuánto costará allí, que no hay Sanidad Pública… ¡Pero lo dicho! No se habla en la mesa de política ni de religión, al menos, hasta que tengamos cierta confianza y, queridos lectores, hoy os tiendo la mano para hacer de nuestras observaciones, grandes reflexiones. Bienvenidos a mi “Rinconcito de Pensar”.

Etiquetas