El fútbol hace tiempo que ya no es solo fútbol, como quería Vujadin Boskov. Es mucho más. Política dura y cruel, en estado puro. Geopolítica incluso. No es un balón lo que rueda sino el poder más descarnado e incansable, siempre en pos de más poder.
En Linares, se juega a la pelota desde 1909, tal y como reza el vinilo colocado en el flamante autobús del equipo de la ciudad. Sin embargo, no ha sido hasta hace bien poco cuando ciertos políticos locales han reconocido: «Me gusta el fútbol», a pesar de que su trasero es más de palco que de piedra.
De un tiempo a esta parte, nadie duda de que fútbol y política son casi la misma cosa en una ciudad devota del esférico, que es la forma más rápida de hacerse conocido y ganar popularidad entre la legión de forofos que se mueven por las redes sociales. Aficionados de faro fijo a los que los árboles no dejan ver el bosque. Esos mismos que criminalizan la politización de otros clubes del Estado, como el FC Barcelona.
¿Tienen ideología los clubes de fútbol? Y si es así, ¿quién la decide? Dictadores y políticos descubrieron la fuerza de este deporte y utilizaron a los equipos más potentes como embajadores de sus ideas y de sus valores.
Ya en 1973, Manuel Vázquez Montalbán, uno de los primeros intelectuales en reconocer públicamente su pasión por esta disciplina, decía que «el fútbol en España es muchas otras cosas. Deporte-espectáculo preferido de las masas, polarizador de tensiones interregionales y de proyecciones ultranacionales, el fútbol es pieza indispensable para la comprensión total de treinta años de la Historia de España”
En una ciudad en la que se practican más de una veintena de modalidades deportivas, con sus respectivas canteras, la mayoría sin medios económicos y en unas condiciones precarias, el equipo de Gobierno del Partido Popular ha decidido apostar todo a una carta: el fútbol.
Es la primera vez en la etapa democrática que la Administración local centra todos sus esfuerzos en un mismo club. Hasta ahora su participación en la vida futbolística se limitaba a ayudas a través de patrocinios y a ceder las instalaciones de Linarejos.
Sus dirigentes entendían que el dinero público debía destinarse a otros menesteres más esenciales para la comunidad. El fútbol era un bien de interés general, pero sin soslayar las necesidades reales de los linarenses. Y sucedía en un Linares con unos indicadores socioeconómicos mucho mejores que los actuales y sin una espada de Damocles sobre su cabeza llamada despoblación.
De golpe, el Linares se ha convertido en un motor económico, cuando siempre lo ha sido. De golpe, mandatarios municipales a los que el equipo les importaba un bledo cuando ostentaban otros cargos, se han enfundado la camiseta azulilla en una extraña metamorfosis futbolera. Cinismo y populismo, a partes iguales. Esta práctica no es nueva ni estrictamente local, sino global, la utilizan los poderosos de todos los lugares donde el fútbol es el deporte rey.
Que Linares necesita un nuevo estadio, no tiene discusión. Y que debería estar construido desde hace tiempo, también, como la pista de atletismo de 400 metros y ocho calles.
Al igual que en la vecina Jaén, la Diputación y la Junta se han gastado 22,5 millones de euros de dinero de todos los jiennenses y andaluces en el Palacio de Deportes Olivo Arena, es legítimo que el Gobierno de Juanma Moreno y el Ayuntamiento hagan lo propio con el vetusto Linarejos. Una reivindicación justa.
Lo que sorprende es que el Consistorio linarense no solo contento con ello se meta ahora en el berenjenal de la Sociedad Anónima Deportiva -con dinero público– de una institución privada, con el único argumento de que el fútbol es un «motor económico» de la ciudad, como también lo son otros sectores en apuros, si bien estos no tienen ni la repercusión ni la capacidad de llenar las urnas de votos.
Lo de la SAD del Linares sigue sin estar claro. Hay demasiados flecos sueltos que habrá que ir desentrañando. Lo único cierto es que los ayuntamientos que optaron por esta vía salieron escaldados. Ejemplos no faltan.
Foto: Linares Deportivo