Andrés García Tornero

La coreografía de los zombis

Reconozco aquí, ante el lector, que muchos de los fenómenos que conforman la actualidad, al menos en su aspecto antropológico y social, me resultan cada vez más indiferentes. Poco importa el aspecto que presenten; expresan esencialmente lo mismo. Desorientación.

Ya sea como noticia, meme, comentario, video o imagen viral, la actualidad es sólo una concreción, una expresión formal que emerge desde un plano que, siendo infinitamente más amplio, permanece tantas veces tan desconocido como desatendido: la corriente subterránea de lo real.

O para fijarlo con una imagen más concreta, “lo novedoso”, “lo actual”, es un simple síntoma de la realidad. Establecer la conexión entre ambas cosas ‒fenómeno y proceso‒, o más bien esclarecer la esencia partiendo desde lo accidental, ha sido uno de mis empeños desde aquel septiembre de 2020 en que comencé a escribir para la prensa.

Un intento que ha partido siempre desde un punto fijo: los lentes de nuestra idiosincrasia, la mirada del alma popular, en la que se agolpa memoria, miedos, creencias, cultura, tradición y tantas cosas que han formado el comportamiento y pensamiento peculiar de nuestra sociedad.

El apagón padecido por España ‒y que por contagio hemos hecho sufrir a nuestros vecinos portugueses‒, no ha traído consigo ningún elemento que modifique la percepción que tenía y tengo de la realidad social. Muy al contrario; ha servido como refuerzo de lo ya observado, y hasta así, me ha producido cierto grado de estupefacción.

Todo queda resumido y ejemplificado por un evento géminis: un grupo de personas interpretando una coreografía en, al parecer, las calles de Madrid, y aún peor, otra escena similar, esta vez frente a un tren detenido en mitad de la nada. Los “artistas” serían algunos pasajeros.

Dicho comportamiento sería disculpable con que hubiera supuesto una actitud desafiante, pues conllevaría al menos la identificación del mal y de una causa; incluso hubiera comprendido una expresión de maldad, y que fuera una cínica celebración por las pérdidas económicas que se estaban produciendo, o una burla de las personas que, dependientes de ventilación mecánica, estaban muriendo por falta de suministro, o la danza fuera recochineo por los que habían quedado atrapados en un ascensor, por ejemplo.

Pero en realidad era algo mucho más grave y escalofriante. Era aprovechar la ocasión para que las miradas recayeran sobre ellos, era dar la nota y sentirse parte de algo mediante aquellos ruines contoneos, inconscientes ante la realidad de que todo el país era noticia planetaria por su estado de postración. Y esto, estimados lectores, supone no ya una suprema frivolidad, que lo es; también es, sobre todo, la incapacidad para interpretar el contexto (¡y menudo contexto!).

Y es que dichas escenas nos ponen frente a una desalentadora conclusión: la maldad admite ser combatida; ¡pero qué hacer contra la idiotez estructural! Una vez señalado lo anterior, en todo lo acontecido hay una serie de elementos que me siguen llamando poderosamente la atención. Uno, que se produjera durante la caída de las telecomunicaciones, lo cual desecha que su origen estuviera en la imitación o respondiera a impulsos coordinados ‒luego este tipo de reacción está incrustada en una parte de la sociedad‒.

También que tal pulmonía y payasada se halle firmemente estructurada. Responde al término flash mob, y es un concepto de importación, asumido por consiguiente por individuos desgajados del carácter y las respuestas propias de su cultura, los cuales representan el modelo humano de las grandes ciudades.

La ausencia de testosterona de los danzarines, sepultada, seguramente, bajo hectolitros de leche de soja. Luego la facilidad para armar la coreografía, esa predisposición a lo robótico y colectivista incluso en el ocio, propio de individuos acostumbrados a recibir órdenes y seguir directrices.

Y algo también lastimoso: pretender que en la actuación el público encontrara algo divertido, cuando la gracia a dimana de la individuación y lo personal, no de una patochada geométrica y general (compárese el Tetris con la danza clásica española y sabrán a lo que me refiero).

No quiero, sin embargo, finalizar mi diatriba sin formalizar una petición. Pido, pues, a los ministerios de Interior y Exteriores, pero principalmente al de Defensa, que aúnen esfuerzos para eliminar dichas imágenes del tráfico virtual. Si el apagón fue un riesgo para la seguridad nacional, los citados flash mob, estas coreografías de zombis, suponen algo mucho peor. Que una parte de la población ya está moral y cognitivamente derrotada.