Finalmente ha sucedido lo que tanto se temía. Tras más de veinte días desaparecida –y con una desa-parición que de por sí ofrecía tantas dudas–, el cuerpo de Esther López, la joven de Traspinedo, Va-lladolid, ha sido hallado sin vida este sábado, cinco de febrero.
Desde aquí, desde nuestra humilde tribuna, nos sumamos al dolor de la familia, al de sus allegados y del resto de la sociedad, todavía aturdida por tan nefasta noticia. Descanse en paz.
Dicho esto, y una vez que tanto se ha hablado sobre aquella noche del pasado doce de enero y sobre las últimas horas en que la joven fue vista con vida, sería importante valorar lo que supone la aparición de su cadáver.
Lo primero que habría que señalar es que se trata de un hallazgo misterioso. En principio por el lugar, la cuneta de una carretera, en un polígono industrial, en Tuduero, un paraje en el que ya se habían efectuado varias batidas.
Luego, una vez aparecido el cuerpo, la posibilidad de que hubiera sido una grave inadvertencia, de que siempre hubiera estado ahí, y que su pérdida no fuera atribuible a una causa violenta, se ha esfumado en pocas horas. Ya sabemos –así lo han señalado fuentes de la investigación– que el cadáver ha sido «cuidadosamente colocado» en el terreno, seguramente la madrugada del viernes.
Asimismo, concluye la Guardia Civil, Esther López habría muerto el mismo día de su desaparición.
La circunstancia de que una, o quizá varias personas, hayan ocultado el cuerpo y lo hayan trasladado posteriormente al lugar, nos habla ya, y sin esperar a lo que diga la autopsia, que dará in-formación sobre el cómo, de lo qué ha ocurrido. Se trataría, pues, de un crimen.
Otro factor reseñable sería lo que podría suponer para los principales sospechosos la aparición del cadáver. Son tres, hasta el momento: los amigos con los que estaba, dos, y un individuo de la zona apodado El Manitas, que afirmó haber hablado con la joven días después de su desaparición, algo que tendría tan poco sentido como el que uno de sus acompañantes, Oscar, hubiera omitido ante los investigadores una parte del trayecto que habrían realizado aquella noche.
No obstante, la aparición del cuerpo, mientras dichos sospechosos se hallan sometidos a una más que segura vigilancia, nos planta en un terreno nuevo y pantanoso. Porque, de haber sido ellos, los hubieran pillado in fraganti, luego…
Lo ocurrido, pues, respondería a dos posibilidades. La más lógica: que el asesino, o asesinos, empezara a sentir que las investigaciones iban conformando un cerco cada vez más estrecho a su alre-dedor, forzando, por miedo, a que se deshiciera del cuerpo.
Algunos datos indicarían que podría haber sido así, como la ausencia de enterramiento, la cercanía del cadáver a la carretera –desde donde habría sido arrojado después de transportado en un vehículo–, o la aparición de su bolso, colocado sobre la joven, formando una escena montada y poco creíble, detalles, todos, que indicarían precipitación y el miedo y el nerviosismo de un asesino primerizo.
Sabremos si es así si en poco tiempo se produce la detención del culpable, cuyo paso en falso le habría delatado. Pero de no suceder, habría que contemplar otra posibilidad. Que el culpable hubiera sorteado las indagaciones hechas hasta el momento, lo que convertiría su maniobra en todo un órdago. Deshacerse de un cadáver en una zona a la que apuntan tantos focos, implica frialdad, y en el sitio preciso en el que se había rastreado varias veces, nos dice que el culpable está al corriente de la investigación y vive relativamente cerca del lugar del suceso.
Haya sido una cosa u otra, se acabará descubriendo. Aunque hay algo que llama poderosa-mente la atención. Desde hace algunos años, este tipo de sucesos, que nos deberían hacer pensar en la mayor inseguridad de las grandes ciudades, se están produciendo en pueblos e incluso en sitios más pequeños.
Decía Margarita Landi, la peculiar y entrañable criminóloga, preguntada en una entrevista por los crímenes en el medio rural, que normalmente se producían por venganzas (masacre de Puerto Hurraco) o por cosas tan simples como desplazar un lindero, es decir, por tensiones propias de la actividad agrícola, ganadera, propiedades en liza, etc.
Lo que estamos viendo ahora indicaría, pues, una variación de las costumbres. Una homologación, en cuanto a lo oscuro, entre el campo y la ciudad, seguramente motivado por todo lo que hace de un sitio y otro algo indistinto, la proliferación de las nuevas tecnologías, y cuanto suponen para la conectividad entre personas, algo que los depredadores humanos han incorporado a su acecho. Y en cualquier lugar, como tristemente podemos comprobar.