El título que da inicio al presente artículo, estimados lectores, no responde a ninguna propensión secreta de un servidor por los galimatías, los embrollos o las confusiones variadas. Bueno, al menos no esta vez, porque aunque pueda parecer un capricho esta efusión de prefijos lingüísticos tiene su sentido, que es, más o menos, como sigue.
De inicio no hay constancia de que exista algo semejante a la prefelicidad, de modo que manifiesto aquí mi renuncia a apadrinar el concepto. Más aún sabiendo que la propia felicidad, en cuanto experiencia personal, no es algo tan concreto que represente lo mismo para cada individuo.
De la felicitación, en cambio –que es a lo que realmente se refiere lo de “prefeliz”–, sí podemos hablar con mayor precisión. Va unida a una efeméride o suceso digno de celebración. En el caso que nos atañe a la Natividad del Mesías, que conmemoramos el 25 de este mes.
No obstante, resulta obvio que hay un ambiente previo a todo esto: mantecados, polvorones y otros dulces propios de estas fiestas, podemos encontrarlos ya en cualquier supermercado desde principios de noviembre, sino antes; también en televisión, en la publicidad, vemos desfilar toda una serie de productos harto convenientes para las comidas y cenas que celebraremos en breve, amén de una extensa panoplia de posibles regalos como perfumes, colonias, juguetes, productos tecnológicos, etc.
No es extraño, pues, que por contagio de esta cultura de la anticipación abunden las felicitaciones sietemesinas de la Navidad, tan alejadas de la fecha pertinente que bien merecen el título de Prefeliz Navidad. Ahora bien, ¿qué es la Postnavidad? El prefijo (pos o post), que significa “detrás” o “después de”, indica aquí la superación de lo que entendemos –mejor dicho, entendíamos– por Navidad.
Si algo representa este nuevo paradigma, el de la Postnavidad, es este delincuente que ya empieza a arrinconar a sus Majestades de Oriente, Santa Claus o Santa, metamorfosis última de aquel San Nicolás, ya viejuno, que pasó el relevo al setentero y ochentero Papá Noel.
Lo cierto es que sólo engaña a quien se deja engañar, ya que su estampa lleva impresa todas las virtudes del cambio: histriónico, por lo postizo de los nuevos tiempos, julai, por aludir al sentimiento y lo facilón; zampabollos, hortera gordinflón, para que nos despeñemos con él en un consumismo miope y la avaricia; sinvergüenza también, como aquellos que promulgan lo imposible, como que todos los niños reciban regalos –y nunca será el caso, lamentablemente–; por último hipócrita, falso y borracho, pues sólo quien no quiere verlo no se da cuenta de que este personaje adulterado, en la intimidad, se trinca los Cristasoles y los Nenuco-cola doblaos –sino de qué las chapetas que luce, el muy cabr…–.
La dimensión de este drama consumado radica en lo perdido con la sustitución. Es lo que tiene incorporar lo ajeno de forma acrítica. Porque lo que siempre ha sido la Navidad, que es principalmente una celebración religiosa, pero también una manifestación cultural que en España y en Andalucía ha florecido en diversas ramas –música, gastronomía, decoración, costumbres–, va, desde hace tiempo, bastante por detrás de una serie de elementos incorporados del mundo protestante anglosajón, y que en realidad aluden a lo pagano, más que a lo sacro de estas fechas.
El proceso –es inevitable–, parirá múltiples contradicciones. Porque quien suele menospreciar el belén de la plaza mayor de su pueblo suele ser también el mismo “entendio en flores” que gustosamente, aunque ponga el achaque de la presión social, acabe instalando en su salón un árbol muy escabroso de 999 mil millones de luces y adornos.
También en Nochebuena lucirá un jersey navideño de colores chillones e indecentes, muy de telecomedia cursi norteamericana, lo cuales, si un servidor llega a dictador o a ministro (Dios no lo quiera, porque me conozco), prometo perseguir por la vía penal. Y si los villancicos son rancios, no parece que la última, y no tan última hornada de españolitos se sienta a disgusto con los gorgoritos paranormales de Mariah Carey y todos esos Christmas carols omnipresentes en los centros comerciales.
Quizá, sin enterarme, viva rodeado de esquimales, pero a un servidor los motivos que adornan estas coplillas –nevadas copiosas, trineos, campanillas, elfos–, le quedan un poco lejos. Será condicionamiento cultural, pero me cuesta imaginar un reno. Es más, confieso que sólo he visto pajarillos varios, alguna perdiz, cinco jamelgos escarrilaos en la Feria de San Agustín y tres tristes tigres en el zoo de Barcelona –¡qué arte!, tenían allí un gorila punk, con el pelo teñido y medio raruno que me dejó traumatizado; parecía albino, el hijoputa; quince meses estuve soñando con el mono impostor y chandoso–.
En fin, siento que me estoy desviando del tema, que era felicitar las fiestas a los lectores. Ahí va, pues: Prefeliz Postnavidad. Postdata: Si algún lector revisa este artículo el 25 del presente mes o en adelante, Feliz Postnavidad entonces.
Si el lector está familiarizado con términos como aguinaldo, mercromina roja, o sabe qué fue La Puerta del Misterio de Jiménez del Oso, vio el 12-1 a Malta en una Telefunken, conoce a Luis Ricardo Cantidubi Dubi Dubi Cantidubi Dubi Da, KiKo Ledgard y La Ruperta, quizá, por edad, pueda tener una mejor comprensión del texto, además de ser merecedor de una felicitación de las de antaño.
Feliz Navidad