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Andrés García Tornero

Resurrección

Este pliegue imaginario del tiempo, las postrimerías del año y el inicio del siguiente, está cosido por un mismo hilo, la predisposición a hacer balance.

Pues bien, ¿y cuál sería, si atendiéramos a los acontecimientos sociales? De la crisis económica del postconfinamiento, asoman aspectos tan peculiares que casi merecen una mención aparte. La combinación de las subidas de electricidad y carburantes, con la repercusión de los costes adicionales en los precios, nos sitúa ya en un periodo inflacionario. Se añade la escasez de algunos suministros, especialmente microchips, cuya ausencia ralentiza o frena a algunas industrias.

Luego el sector de la energía, que transita de unas facturas espeluznantes al misterio propiamente dicho, el riesgo de un gran apagón, en España conjurado poniendo dos velas, una a no sé sabe quién y la otra a la importa-ción de gas, última esperanza del gobierno para que la producción eléctrica sea estable. Pero estando en esto, Argelia, va y nos corta el grifo por problemas vecinales. Cuidadín…, que todavía nos quedamos a dos velas.

Y finalmente, ¿qué hay del origen de todos los males? Con todo quisqui vacunado, el virus nos sigue chuleando con una sexta ola y hasta otra variante –menos letal, al parecer–, la ómicron, que con toda la legión de contagiados y contagiantes previamente pinchados que está dejando a su paso no sólo relativiza las vacunas –efectivas, eso sí, en cuanto al debilitamiento de los síntomas y el des-censo de la mortandad–, sino que también evidencia la inutilidad del pasaporte covid, especie de cédula para contagiar con todas las de la ley y enésimo recorte de libertades, esta vez segregando a los no vacunados. Pues eso: un formulismo vacío que sólo crea división, especialidad olímpica de nuestros gobernantes.

No, desde luego el panorama no parece alentador. Solo falta que la subida de tipos de interés prevista para Estados Unidos acabe cruzando el Atlántico. Para una economía como la nuestra, que lleva décadas surfeando sobre la emisión de deuda, sería como si alguien apagara el ventilador y tirase del tapón de la bañera. ¡Un precioso horror! O torcemos la vista o aceptamos que se empieza a clarear el boceto de un colapso.

Arnold J. Toynbee, el historiador británico, postulaba que cuando una élite pierde creatividad en política ya sólo detenta el poder gracias al rigor y la coacción, entrando dicha civilización o imperio en una fase de colapso. Ya en el siglo XIV, el intelectual de origen andalusí Ibn Jaldún señaló la relación entre el colapso de una sociedad y la decadencia moral, una idea que posteriormente sostendrían autores como Bertrand Russell, Stuart Mill, Will Durant o Edward Gibbon.

Quizá pueda parecer una exageración o una subestimación de otros factores como los económicos o ambientales, aunque tampoco es menos cierto que hoy se percibe un estancamiento en todos los órdenes, además de una inver-sión moral tan completa que ha mutado en condenable lo que hasta hace sólo unas décadas, y durante tantos siglos, había sido considerado bueno, y al revés.

Sea como fuere, mencionado el colapso, la idea subsiguiente es la de continuación –el modo en que nos levantamos tras la caída–. Sería un concepto variable. Así, de haberse dado una catástrofe palmaria, se debe partir de la nada. Un reinicio absoluto en el que cabe todo, y entre todo, forzosamente, y por falta de perspectiva, la repetición de los ciclos de construcción, pero también de derribo.

Es la idea del bucle eterno, del esfuerzo inútil, representado en la figura del Uróboros, la bestia mitológica que se retuerce y se muerde la cola hasta formar un círculo; una forma y unos conceptos que nos acercan tanto al paganismo como al misticismo oriental, al nacimiento y la metempsicosis –a la reencarnación, en cristiano–.

Y precisamente, si miramos algo más a lo que nos es propio, en la cultura occidental prevalece el concepto de resurrección, que supone una restitución del estado precedente, con el galardón añadido de la memoria y la experiencia, la llama en la que los errores del pasado han sido purificados. Es lo que ha sucedido con la mayor parte de las naciones a lo largo de la historia universal, un expediente en el que España cuenta con un dossier aparte.

De cualquier modo, y ocurra lo que tenga que ocurrir, desde aquí, desde este sur de España, desde la Andalucía Oriental, acabaremos por saberlo. Y será así porque habrá quien lo cuente. Precisamente con esta vocación, la de ofrecer información veraz de lo que acontece en la provincia, Linares y comarca –y siempre desde el marco de nuestra idiosincrasia, nuestras peculiaridades históricas y tradiciones–, con este propósito y perspectiva nace El Nuevo Observador, a su vez resurrección de un proyecto informativo que posee el aval de la memoria y la experiencia. Crucemos los dedos, pues todo lo demás, esperemos, seguirá la inercia de lo que es justo. ¡Demos, pues, la bienvenida a El Nuevo Observador!

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