PROLEGÓMENOS
¡Ay Señor, qué tiempecito llevamos! Parece innegable que cualquier exposición a la actualidad, por breve que sea, es como tomar el sol bajo una granizada ‒es toda una pedrea de sucesos deprimentes que apabullan la atención y dejan el ánimo encorvado‒.
El origen del presente bajío es de sobra conocido. Se remonta al no tan lejano diciembre de 2019, con las primeras imágenes de personas desplomadas en las calles de Wuhan, China, por lo que parecía, o al menos eso nos dijeron, algún tipo de gripe.
Desde entonces el breviario de traspiés y sucedidos de mal fario no tiene fin. La pandemia se extendería finalmente a todo rincón, también a España, en la que a día de hoy, cifras oficiales mediante, se constatan unas 119.600 víctimas; entretanto se intentó matar al virus de hambre con el confinamiento, hoy declarado ilegal por el Tribunal Constitucional, así como el estado de alarma y su respectivo bis que tuvimos que bailar por cojo…, ¡por Real Decreto!
Vendría luego una normalidad asmática y renqueante que nacía con la obligación de culminar una cuesta que además de empinada era un pedregal: la de una recuperación mediatizada por la escasez de algunos suministros industriales, consecuencia de haber dejado la globalización en cuarentena. Y en eso andábamos, más o menos entre volcanes canarios y hornillos para el apagón, cuando se produjo la invasión de Ucrania.
Desde aquellos días, los pandémicos, hasta hoy, todo ha sido oscuridad. Oscuridad, y no decepción, pues ni siquiera se ha llegado a vislumbrar una mejoría en el horizonte. Cabe, de hecho, cuestionarse semejante desafío estadístico, el de tantos eventos aciagos y tan apretados en el tiempo. Aunque tampoco podemos decir que no estuviéramos avisados; ya lo decían los tertulianos de la caja tonta, que, figúrense, entre tanta incertidumbre, ellos sí tuvieron el buen tino de vaticinar aquello de que «el mundo ya no volverá a ser el mismo». Y acertaron. Porque hemos pasado de la mayor privación de libertad sufrida por toda la humanidad, a una vida precaria en la que la amenaza nuclear empieza a ser recurrente. Démosles el título de Profetas de La Nueva Normalidad. Lo merecen.
NO SON DOS, SINO TRES
De la guerra, capítulo tan sobado como el del virus, se han dicho mil cosas. Unas ciertas; otras carentes de matices ‒de antecedentes y causas‒ como para acercarse a la verdad; y otras, como lo que vamos descubriendo respecto al sabotaje del gaseoducto Nord Stream, por ejemplo, son trolas como un piano. Eso sí, también se percibe cierta confusión entre escenario y contendientes. Si la guerra la estuvieran disputando rusos y ucranianos, únicamente ellos, ya hace tiempo que éstos últimos habrían sucumbido. En muchos aspectos el conflicto supera los límites del país eslavo. No en vano los otros combatientes, los pasivos, están (estamos) señalados en las amenazas de Putin.
Qué esperar, tras una respuesta que ha ido mucho más allá de condenar la invasión de un territorio no OTAN. Enseguida vinieron las sanciones, y luego la entrega de armas. Precisamente la ayuda militar está alargando el conflicto, al tiempo que una paz no entra en los cálculos de nadie. El envite es arriesgado, al menos para una Europa que, dependiente aún del gas moscovita ‒y saqueada por algún que otro nuevo proveedor como Estados Unidos‒, ve como Rusia sale indemne del cierre de boutiques y hamburgueserías occidentales. Parecen recuperados del susto, por así decirlo.
Quizá sin ser del todo conscientes, nos estamos adentrando en un embudo que a la vez de acrecentar nuestras carencias, ya sea por la merma del granero del mundo (Ucrania) o por nuestra dependencia energética, aparte de esto nos acerca a un punto sin retorno. Los pasos dados a un lado y al otro supo-nen un aumento continuo de la tensión, si bien parece que en este impasse, Europa, que no ha sabido distinguir lo accesorio de lo básico, está sufriendo el efecto bumerán de sus propias sanciones.
Mientras se denuncia la censura rusa, medios como RT o Sputnik han sido bloqueados por la Unión Euro-pea, que tanto cacarea sus bondades democráticas; es propaganda, nos dicen como si fuéramos niños. Quizá no importe a nadie, pues tenemos un ojo pendiente en la inflación, en tanto que el otro queda esclavo de lo insólito, como el globo derribado por el ejército de los Estados Unidos, el cual tuvo diferentes réplicas tanto allí como en Canadá e Hispanoamérica.
No ha sido lo único en venirse abajo; con pocos días de diferencia se nos ha caído un dron y dos bancos. Pero, ¿han notado el chirrido? Tan notorio y tan desagradable como que la primera de aquellas esferas fantasiosas era de un tercero en discordia, China, de lo que podemos inferir que esta partida, jamás de los jamases, podrá quedar en tablas.
A TEORIZAR, QUE ES GRATIS
Tenemos, entonces, un campo de batalla (Ucrania), dos bandos (Rusia y la UcraniOTAN), y por último tres potencias, Rusia (Rusia y derivados), Estados Unidos (éstos con sus satélites de la angloesfera y la Unión Europea, país arriba, país abajo, de escudera o sparring), y China por último. Consecuencia de este equilibrio multipolar no es sólo la guerra; también lo son las tensiones entre ambas Coreas o el tira y afloja de China y Taiwan, éste último apadrinado por USA. Pero, ¿a qué juega cada potencia?
Los Yanquis saben que Rusia se halla ante un desafío histórico, y no puede perder la guerra. Su empeño es que por el momento tampoco pueda ganarla, y el desgaste le ponga ante la siguiente tesitura: ¿en qué momento usar las armas nucleares?
El cálculo es que las usen sólo en Ucrania, y finalicen por las bravas una sangría no sólo económica, también de tropas. Si lo hicieran, Rusia quedaría sepultada por la repulsa universal. Mientras tanto Estados Unidos va ganando tiempo, y mira de reojo a China, aspirante a nueva potencia hegemónica, que también lleva un tiempo sintiendo el aliento del Tío Sam en su cogote.
Rusia es una nación resentida, y tiene sus motivos. La caída de la Unión Soviética fue algo más que una debacle; fue ocasión para que la OTAN engullera el este de Europa, hasta las repúblicas del Báltico, junto a su frontera. Es algo que no se puede repetir con Ucrania, cuyo territorio queda mucho más cercano al punto crítico, Moscú, la capital.
China tiene algo más en común con Rusia que un pasado político; comparten rival. Pero el objetivo del gigante asiático es diferente; es sustituir a USA y arrebatarle la potestad de dirigir el mundo. Pero saben que no les van a entregar el testigo por las buenas, además de que tienen un tiempo limitado para ello. La política de hijo único, tan prolongada en el tiempo, así como la poca disposición al matrimonio de la población joven, supondrá en breve una merma de la población, lo que compromete, y mucho, el pulso económico y militar que mantienen con Estados Unidos. Están, por tanto, en el ahora o nunca.
Pues bien, es muy posible que el presente periodo de inestabilidad se resuelva de la siguiente manera: Rusia y China podrían haber acordado un ataque conjunto y por sorpresa contra la potencia atlántica. Quizá sin fecha, sino una vez llegado un punto crítico y acordado de antemano. Sería la única posibilidad de triunfo de ambas naciones sobre el coloso yanqui.
Esto es, por supuesto, una opinión personal, sostenida exclusivamente en lo extraordinario de la presente coyuntura, no en otro tipo de información. Y ni qué decir tiene que ojalá esté muy, pero que muy equivocado.