Linares ha sido capaz de sobrevivir a las etapas más convulsas de la historia contemporánea. Su identidad como pueblo le ha dotado de una fuerza de la que no disponen otros municipios sin ese apego o sentimiento a la tierra.
La lectura más inmediata del pleno sobre el Estado de la Ciudad enuncia algunos elementos previsibles: la oposición en bloque reprueba la gestión del alcalde y que Linares, desde el punto de vista de Caro-Accino, existe a partir de su llegada al poder municipal. Nada de lo que corporaciones anteriores hicieron ha servido para que «Linares sea una de las ciudades más importantes de Andalucía», tal y como confesó el presidente de la Junta, Juanma Moreno.
El regidor, y sus más fieles correligionarios del equipo de Gobierno, dibujaron un escenario tenebroso del Linares antes de 2019. Obviando muchos de los hitos que alcaldes, como Juan Bautista Lillo Gallego o Juan Fernández, conquistaron por el bien de la localidad, con sus aciertos, errores y crisis económicas. Porque no conviene olvidar que cada etapa histórica tiene sus momentos turbulentos.
A Juan Fernández, por ejemplo, le tocó lidiar con el estallido de la burbuja inmobiliaria, que mandó al paro a miles de personas, con las arcas de las instituciones en números rojos; el cierre de Santana, que dejó a Linares sin su principal motor económico, y con una presidenta, Susana Díaz, que no cumplió ni uno de los compromisos encomendados para amortiguar la caída en picado de la ciudad, además de ningunearla durante sus años al frente del Ejecutivo andaluz.
Todo lo que huele a pasado y a socialismo (o izquierda) en Linares está satanizado por un sector del Gabinete de Caro-Accino, llegando a la obsesión y a la inquina personal, precisamente por culpa de dirigentes que no quisieron atender las súplicas de todo un pueblo.
Hoy, para atraer a la ciudadanía a identificarse con las ideas de un partido político, funciona muy bien tocarles el lado sensible, hablarles de sentimientos y emociones, jugar, en definitiva, con sus pasiones. Y, en ese punto, el PSOE lo tiene todo perdido porque está estigmatizado por su oscuro pasado.
Vivimos en la edad de oro del ‘yoísmo’, una palabra inusual que pretende difundir la idea de que uno ha de pensar en sí mismo por encima de todo lo demás. La sesión extraordinaria de este martes dejó claro que este vocablo se ha instalado en el discurso de algunos concejales con responsabilidad pública. Si no fuera por ellos todavía estaríamos en la edad de piedra.
Nadie puede negar a Raúl Caro-Accino que se ha estrenado en política en uno de los peores escenarios posibles, en el que ha tenido que bregar con la gestión de la pandemia y sus consecuencias sociosanitarias, laborales y económicas. Tampoco se puede eludir que, en un año, las administraciones han sido conscientes de que Linares necesita una discriminación positiva y están atendiendo con más cuidado antiguas reivindicaciones, entre las que se encuentran los activos de Santana o la remodelación del Estadio Municipal de Linarejos.
Por eso, es de justicia reconocer que Linares ha entrado en una nueva fase, pero en el marco de un mandato existe otra política que es la que perciben realmente los ciudadanos de a pie y va más allá de las redes sociales. Y en esa gestión del día a día hay algo que no funciona.
El problema, una vez más, es que nuestros políticos juegan a la disputa en lugar de esforzarse por construir una idea de ciudad común para todos los vecinos. Convierten en confrontación el significado de la política en lugar de buscar espacios comunicantes.
Da igual si la disputa es entre bandos opuestos o entre bandos de un mismo partido. En lugar de intentar encontrar discursos con algún nexo de unión, aumenta la polarización en los extremos, en dos bloques claramente diferenciados.