Hacia mediados del siglo XIX, el academicismo francés enmascaraba por la ambiciosa mano de Thomas Couture una crítica al poder y, en cierta forma, a la sociedad de la época, a través de una lección de pintura histórica como «Los romanos de la decadencia».
La escena nos sumerge de lleno en un estado anímico que es propio de quien es consciente del declive propio y de lo que le rodea. Y lo consigue retratando ese lapso de tiempo incómodo tras una bacanal, después de satisfechos ya los vicios, que es un momento de cuerpos vencidos por el agotamiento y de mentes abatidas por la zozobra de las conciencias, que acuden a juzgar las acciones propias. Entonces, como ahora, esa decadencia anticipaba un cambio necesario.
En la provincia de Jaén se ha instalado un discurso que evidencia un estado anímico similar y muy preocupante. Con la ayuda de esa tendencia poco aconsejable a ver dificultades acechando y decepciones consumadas por todas partes, uno de los retos que contribuyen con mayor fuerza a la decadencia percibida y al desánimo provincial es, sin duda, la despoblación. Un asunto complejo que cuenta con sus propias leyendas y con no pocos oportunistas que, desde la política y sus aledaños, distorsionan el debate público y dificultan su resolución equivocando el diagnóstico.
La despoblación es un proceso estudiado, conocido y transversal. A poco andar, se ha comprendido el círculo vicioso —ya «clásico»— de pérdida de población en las zonas rurales, distrayendo las causas. Las consecuencias de ese bucle que se agrava en cada iteración son dramáticas: poblaciones envejecidas, incapaces de retener a los jóvenes y sin posibilidad de recuperación demográfica natural o, dicho de otra forma, pérdida de las comunidades, separación de las familias y mucha soledad en el campo y en las ciudades. Salvo que puedan retener su población y se conviertan, además, en receptores de nuevos pobladores o puedan de alguna forma recuperar los antiguos, la senda de la despoblación seguirá su curso mientras la ideología globalista que la causa siga impulsando el proceso.
Es decir, o se hacen receptores de inmigrantes de origen extranjero —que es una receta de sustitución que parte del propio globalismo— o de nacionales que, por los motivos que sean, cambien las ciudades por las zonas rurales. A mayores, sean los pobladores nuevos o retornados, para el problema que nos ocupa tendrían que estar en edad reproductiva y encontrar las condiciones necesarias para que puedan darse nuevos nacimientos. Y nada de esto sucede por arte de magia.
Jaén es una provincia de interior y de paso, que ha quedado apartada de los circuitos principales de la economía global y está lejos de la influencia socioeconómica que sobre las zonas rurales a su alcance puedan ejercer grandes capitales como Madrid o Sevilla. Y tiene dos capitales de provincia cercanas —Córdoba y Granada— más dinámicas que Jaén capital. Además, solo hay dos núcleos urbanos en la provincia —Jaén y Linares— por encima de los 50.000 habitantes y ambos padecen sus propias dinámicas negativas. Las cabeceras comarcales son pequeñas y muy desiguales —quintuplicando la más grande a la menos poblada— y el 56.7% de los municipios está por debajo de los 3.000 habitantes.
El relieve provincial es complejo y acota el suelo productivo, dificulta la accesibilidad de los núcleos rurales y polariza la población, que bascula desde las sierras hacia las campiñas. El territorio es una isla rodeada de inversiones por todas partes que acumula grandes decepciones y pérdida de oportunidades, maquilladas con proyectos de tan altas expectativas como impactos por verificar.
Y todo esto, en el contexto de una economía productiva de insuficiente diversificación y en buena parte dependiente de una agricultura que el globalismo se ha propuesto demoler —después de haber desmantelado la industria—, y que se desempeña, con un déficit endémico de infraestructuras y servicios de todo tipo, contra la competencia desleal de terceros países y contra las políticas de Bruselas.
Pero la peor parte son los políticos del bipartidismo, conjurados también aquí en la destrucción y el desmantelamiento del sector primario, en el saqueo fiscal a las familias, en el gasto innecesario y en la imposición de una agenda abiertamente contraria a la supervivencia del mundo rural y que atenta directamente contra lo que somos.
La retórica ha puesto al mismo nivel el proceso —la despoblación— con la descripción dramática de sus efectos —la «España vacía»— y, desde hace unos años, con la oportunidad política que para los del «existe» y el «merece más» representa la «España vaciada». Un término cobarde, que alude a los fracasos por acción y por omisión de las políticas públicas, que obvia los cambios de planteamiento necesarios y que no se atreve a señalar a los responsables, para que los promotores de esas políticas —PSOE y PP— puedan seguir anunciando sus parches y migajas, destinando más recursos y perpetrando ocurrencias nuevas contra el mundo rural. Sin que puedan garantizar un impacto positivo mínimamente significativo ni anticipar un horizonte de sucesos. Un negocio —ya lo vemos— tan fácil de perpetuar como el de la miseria.
La lucha contra la despoblación va de equilibrio y cohesión social y territorial, de dinámicas, sinergias y oportunidades, de geografía humana y económica, de un mayor desarrollo rural, de mayor diversificación productiva, de la menor fiscalidad necesaria y la menor burocracia posible, de más y mejores servicios e infraestructuras.
Pero, sobre todo, va de raíces y comunidades, de identidad y tradiciones, de libertad y seguridad, de proteger y priorizar lo nuestro y de soberanía para decidir sobre los asuntos que nos afectan. Frente al rumbo decadente y el ánimo que nos genera, algunas verdades: las familias son la fortaleza de las comunidades, la despoblación se arregla con más niños y no habrá familias ni vendrán niños sin acceso a una vivienda y a un medio de vida digno que permita echar raíces, establecer un vínculo comunitario, dar continuidad a las tradiciones, participar de una identidad colectiva heredada y desarrollar un proyecto vital cerca de los tuyos con la máxima calidad de vida posible y con las mayores posibilidades de desarrollo integral y crecimiento profesional. Y todo esto pasa hoy por combatir al globalismo oculto en la despoblación