Tras treinta años de espera, por fin, nuestra primera cita, y previsiblemente la última, se produjo, el pasado martes, en el Wizink Center. Irlandés de cuna, Van Morrison salió al escenario con una puntualidad británica. Allí estaba, a sus 76 años apareció regalando un solo de saxo, lo justo para que el público otorgase su primera ovación.
Llamaban la atención la falta de pantallas, la sobriedad de la puesta en escena, un sonido bajo que obligaba a escuchar y la tenue iluminación. El ‘León de Belfast’ fue capaz de crear un ambiente en el que una se sentía en un pequeño club de jazz de los de siempre, pero no lo era. Estábamos en el Wizink Center.
Van Morrison lo logró. Solo él podía conseguirlo. Parecía que estaba cerca, muy cerca, aunque, por otro lado, faltaba esa intimidad que solo da la comunicación con los espectadores. Van Morrison, haciendo gala de su carácter gruñón, no se dignó ni a saludar, ni a agradecer nuestra presencia y ni a despedirse. Solo nos dio virtuosismo y música, música de la buena.
Es cierto que al exigente público de Madrid no le importó. Morrison encadenaba una canción detrás de otra a un ritmo vertiginoso. No había terminado un tema cuando ya estaban sonando los primeros acordes del siguiente. Solo los aplausos emocionados cortaban una acústica perfecta.
Su voz parecía no haber sufrido los estragos del tiempo, como si no tuviera más de cuarenta discos a sus espaldas. Sonaba limpia y hacía el equipo perfecto con la soberbia de su banda. Nunca olvidaré al guitarrista.
Podría escribir sobre su repertorio, en el que los grandes clásicos se podían contar con los dedos de una mano –“Moondance”, “Baby, Please Don’t Go/Got My Mojo Working”, en el que mostró su maestría con la armónica; “Brown Eyed Girl” y alguno más-, pero no lo haré. Van Morrison llegó con “The latest record Project. Volumen 1”, algo que suena a despedida.
No podía evitar emocionarme y no dejo de pensar si ese es el mejor adiós para uno de los grandes de la música. Su capacidad para versionarse a sí mismo, para ofrecer siempre algo nuevo es inmensa y, por este motivo, contrasta con la perfección de siempre de su último trabajo.
Suena bien, por supuesto, no podía ser de otra manera, es Van Morrison, pero me deja un sentimiento agridulce. ¿De verdad era necesario? Quizá podría haber hecho una gira sin más. El escenario es su hábitat natural y, en mi humilde opinión, creo que su último disco no aporta nada a su gran carrera. Se pudo haber grabado hace cuarenta años y no notaríamos diferencia.
No era necesario, Van, para mí hubiera sido bonito despedirnos a lo grande, como solo tú sabes hacerlo. De eso nos diste mucho en Madrid. Nos recordaste quién eras y por qué estábamos todos allí. El respeto será eterno, por eso, me entristece tu último disco.
Has sonado en mi casa desde que era una niña, he crecido contigo y algunas de tus canciones han compuesto la banda sonora de mis amores y vivencias. Nos conocemos bien, y no me lo esperaba. Eso sí, quiero dejar claro que cada tema de “The latest record Project” en sí mismo constituye una obra perfecta.
Así que prefiero quedarme en Madrid. Javi y yo te gozamos. Mucho, tanto que casi pude olvidar mis dolores de ciática. Vaya si lo hice. Me faltan las palabras. Nada más verte aparecer en el escenario dos lágrimas recorrieron mis mejillas. Me dispuse a disfrutar.
Fue una hora y media eterna, maravillosa, de las mejores que recuerdo en los últimos años. De pronto, comenzó a sonar Gloria y mientras la banda se presentaba y nos regalaba grandes solos, tú desapareciste sin más. Hasta siempre. Nunca olvidaré el rugido del ‘León de Belfast’.