Pocas dudas hay de que el fútbol, ese fiel compañero que nos sigue en tantos momentos, aporta un sinfín de elementos positivos más allá de ganar o perder. En el caso del Linares tiene un componente emocional, biográfico, social, deportivo y, sobre todo, empático. Solo importan los colores y la comunión que se produce en la grada.
La derrota comienza con el temor de que uno ha perdido, pero no sucede así con este equipo que durante muchos meses ha llenado de ilusión y esperanza a una ciudad maltratada y agnóstica respecto a su futuro. Este sábado despertó de manera brusca del sueño. No mereció tanto castigo, aunque, con la perspectiva del tiempo quedará en anécdota, y se recordará el viaje a La Coruña como un experiencia maravillosa y la demostración palpable de que ‘El Linares siempre vuelve’.
Y lo hizo en un escenario de altura y después de completar un sensacional curso, en el que pocos daban un centavo por el plantel de Alberto González que ha obrado el milagro de disputar la quinta promoción de ascenso -segunda consecutiva- con lo mínimo exigible: compromiso. Porque el Linares ha vuelto a codearse con clubes a los que se añoraba por Linarejos. Instituciones dentro del fútbol español que han hecho disfrutar a los apasionados hinchas mineros.
Lo vivido en Riazor quedará grabado en la memoria de los 700 valientes que pusieron tierra de por medio, a pesar del kilometraje, el coste y la posibilidad de regresar con los ojos lagrimosos. Deben sentirse orgullosos de lo logrado, de poder disfrutar de las experiencias vividas con el equipo humilde y modesto de su pueblo, porque el colectivo de Alberto González ha horado al fútbol modesto, a los que menos tienen, a los que, cada mañana, se levantan para seguir luchando frente a las adversidades. Una oda a Linares.