Eugenio Rodríguez

Coraje y determinación

Exhaustos ya del intenso ciclo electoral que venimos padeciendo en los últimos años, no parece que haya calado demasiado en los españoles la gravedad del momento en el que nos encontramos, más allá de los partidos y de sus respectivas esferas de influencia. Y no es retórica.

El momento resulta especialmente delicado en la escena internacional, con una guerra en suelo europeo, que es la de Ucrania defendiendo su integridad territorial y su soberanía frente a Rusia; y otra guerra en Oriente Medio, que es la de Israel defendiéndose del terrorismo abyecto de Hamás. Sobre ambas es fácil hacer valoraciones de trazo grueso.

Sin embargo, el relato de hechos nos indica que la posición de España con respecto a Ucrania es contradictoria si la comparamos con la que hemos adoptado con respecto a Israel. En este caso, posicionándonos del lado de los asesinos, con esa afrenta insólita de reconocer a Palestina como Estado y recibiendo por ello las felicitaciones de la escoria terrorista de Hamás y sus infames bailarinas.

Y es contradictoria porque ambos conflictos tienen en común que hay una nación que ha sido atacada y a la que le asiste el derecho a defenderse. Ninguna de estas guerras parece que vaya a solucionarse a corto plazo y de ambas puede derivarse una escalada incontenible de fatales consecuencias, por los actores implicados y por los mecanismos de alianzas que se activan en uno y otro caso.

El momento es, sin duda, también crucial para la Unión Europea, que se encuentra en pleno proceso electoral por las elecciones al Parlamento Europeo del próximo 9 de junio. Las naciones soberanas de la Unión hemos agonizado con el mandato atroz de esa amalgama enloquecida del pin multicolor que juega aquí a diferenciarse cuando han votado juntos en Europa casi el 90% de las veces. Han diluido nuestra identidad y nuestras tradiciones en un caos multicultural ingobernable, que han agravado por la rendición consciente y deliberada de nuestras fronteras y por el efecto llamada que tan irresponsablemente han alimentado.

Han dinamitado nuestra economía, nuestra soberanía energética y alimentaria y el futuro de nuestros jóvenes. Han criminalizado al sector primario por su resistencia heroica frente a las imposiciones de la Agenda 2030, frente al Pacto Verde Europeo y frente a una infinidad de directivas, normas y regulaciones que los asfixia al mismo tiempo que se han dedicado a subvencionar y promover al sector primario de terceros países, alimentando una competencia desleal que tanto ha sufrido España y contra la que se ha levantado también el campo de Jaén.

A mayores, para España el momento es más que dramático por el golpe contra la Nación que ha perpetrado Sánchez con la recién aprobada Ley de Amnistía, ayudado de esa turbia amalgama a la que se ha entregado y por la que ha entregado a la Nación misma para mantenerse un minuto más en el poder. Una Nación que aguarda el anunciado estoque del referéndum y que no espera demasiado de una Justicia a la que se encomienda porque no queda ya otra.

Realmente, se nos ha llamado a estas elecciones en unas circunstancias que son realmente extraordinarias por su gravedad. El nuevo reparto de fuerzas que surja de las urnas en la Unión Europea hará que se acelere la destrucción de todo lo que importa o que se adopten las medidas necesarias para revertir la situación y enderezar el timón de nuestro futuro y el de nuestros hijos.

No podemos —no debemos— subestimar su importancia. Nos enfrentamos a un desafío de tan grandes proporciones como larga es nuestra historia y fecunda fue nuestra
civilización.

Una historia —por cierto— que algunos tratan de esconder para que pueda reescribirse en la oscuridad y acomodar así el relato al dogma ideológico; y una civilización que está pereciendo con sorprendente rapidez, víctima de una clase política que ha decidido destruirla para que pueda emerger un orden nuevo. Esta es la batalla, una lucha sin cuartel que afrontamos con coraje y determinación.

Una contienda a gran escala entre un modelo globalista que apesta a socialismo y un modelo de patriotas; un desafío equiparable a las grandes encrucijadas de la historia de las que no es posible —ni conveniente— sustraerse. España necesita la voz de los patriotas. Europa también. El 9-J, vota.