Tras esta nueva sucesión de imágenes dantescas, cuando millones de personas, alrededor del vasto mundo, se congregan tras sus pantallas a la espera de que Israel inicie su ofensiva sobre Gaza, a uno le viene a la mente aquel concepto de la nueva normalidad, mismo que comenzó a gatear en prensa y televisión al unísono con el del Covid-19.
Así, por las buenas, nos dijeron que el mundo no volvería a ser el mismo, como si ya todo lo bueno hubiera quedado tras el muro del pasado. Aquellos nigromantes de los mass media no hablaban en vano. ¿Estaban en el ajo o habían tenido acceso al guion del porvenir? Sólo hay que echarle un vista-zo al expediente de los últimos años: arresto domiciliario universal, crisis económica y desempleo ma-sivo de la noche a la mañana, control distópico de la población y recorte de libertades, sin tener en cuenta las consecuencias para la salud mental de miles de personas; luego inflación, guerra de Rusia y Ucrania, amenazas nucleares, crisis energética por el (sí, pero no) gas ruso. Y tras esto, la última píldo-ra de “normalidad” (por el momento): una frontera considerada inexpugnable cede, permitiendo que Hamas deje tras de sí una carnicería cuyos números se acercan ya a las víctimas de la guerra del Yom Kipur, ocurrida hace ahora precisamente medio siglo.
Lo que hemos visto hasta ahora, y lo que veremos, forma parte de un ritual inmutable: muchos de los caídos, en ambos bandos, saldrán de las filas de los inocentes, todo para hacer una prospección del enemigo, medir y con los nuevos datos preparar la próxima ofensiva.
PARA QUÉ AHORA
El contexto, como indicamos, es la respuesta de Israel. Una vez eliminada la presencia de Hamas en territorio israelí, lo siguiente es la invasión de Gaza. Porque, siendo conscientes de su inferioridad, ¿de verdad pretendían los milicianos palestinos derrotar a uno de los mejores ejércitos del mundo, amén de potencia nuclear? Desde luego que no. Entonces, ¿cuál era el objetivo? La derrota de un concepto, más que un enemigo concreto: los Acuerdos de Abraham, auspiciados por Estados Unidos en 2020 durante el mandato de Donald Trump, y cuyo fin era normalizar las relaciones comerciales y diplomá-ticas entre Israel y los países de su entorno. Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Marruecos (luego volveremos sobre esto) firmaron los acuerdos, artífices también del paulatino acercamiento entre Israel y Arabia Saudita.
De enemigos sempiternos a reconocer al estado hebreo, lo cual, por contraste, sólo podía tener un resultado: el aislamiento internacional de la causa palestina y de su principal sostén, Irán, actualmente. El cálculo consiste, pues, en que lo que veamos a partir de ahora, puesto en circulación en el mundo musulmán principalmente por la cadena Al Jazeera ‒las luchas calle por calle en Gaza y las víctimas civiles‒, provoquen en cada uno de los países firmantes una reacción popular contra sus gobiernos, y que éstos se vean forzados a desdecirse.
Quizá, al momento, parezca una locura, pero para Palestina los beneficios a medio y largo plazo son evidentes: un retorno tanto al anterior statu quo diplomático como a la financiación y suministro de armas.
CRUCE DE CAMINOS
Hace sólo unos días un amigo me mandó un mensaje. Era una pregunta. ¿Podían solaparse ambas guerras, la de Ucrania y Gaza? ¿Podían sumarse sus efectos?
Depende. De modo inmediato, el principal interés de Rusia en la zona es Siria, su principal aliado. Hasta el momento Siria y Líbano sólo están ejecutando maniobras de distracción. Un hostigamiento más que moderado. Pero qué ocurriría si la guerra se alarga y diera lugar a un ataque de Hezbolá, un verdadero primer espada. Ya no digamos si se da la participación de Irán, promotor en la sombra del reciente ataque de Hamas.
Debemos tener presente que Irán, y Corea del Norte, aunque en menor medida, son los principales surtidores de munición de Rusia. Una hipotética destrucción de las fábricas militares iraníes, ya sea por parte de Israel o Estados Unidos, que ya ha enviado parte de su flota a la zona, podría motivar una reacción de Moscú, que ni está dispuesta a perder sus suministros de cohetes y drones, ni mucho me-nos a que su victoria en las estepas ucranianas quedase en vilo.
¿LAS BATUECAS?, EN ESPAÑA; Y ESPAÑA EN LAS BATUECAS
Hace tiempo, en otro artículo, escribí sobre los Acuerdos de Abraham. Fueron firmados por nuestros vecinos del sur. Supusieron una decisión impopular, el reconocimiento del estado de Israel, considera-do por los musulmanes, desde el conflicto palestino, como el enemigo religioso y secular. Pero la con-trapartida no se hizo esperar; Estados Unidos, impulsor del acuerdo y Primo de Zumosol del orbe te-rráqueo, pasando por encima de la postura mantenida por España, reconoció en diciembre de 2020 las pretensiones de Marruecos sobre el Sáhara.
Una vez ganada esta baza diplomática, y con un Frente Polisario muriendo de anonimato en un calle-jón sin salida, el reino alauí pudo destinar más fuerzas a su otro objetivo: el acoso permanente a Espa-ña, con vistas a la entrega de Ceuta, Melilla y Canarias (por el momento).
En este contexto, en 2021, vendría el incidente diplomático suscitado por la admisión de Brahim Ghali, líder del Polisario, en un hospital español. Más allá de la crisis migratoria sufrida por Ceuta, venganza de Marruecos, España perdió la amistad de Argelia, contrapeso de Marruecos en el Mediterráneo y suministrador de gas, circunstancia que seria agravada con la invasión de Ucrania en febrero del 2022.
España se ha debilitado grandemente en el exterior. Pero, ¿cuál está siendo nuestra reacción? En la política interna…, entregarnos a nuestras divisiones. Esta imagen, la de un Congreso que necesita traductores para verterlo todo al español, la lengua común, da la medida, entre otras cosas, de la reacción del gobierno al ataque de Hamas. Aquí un comunicado y el contrario.
España no se entera de la película. Está en las Batuecas. Mal momento y lugar para los titubeos; el mundo, mientras nos empeñamos en reinventar la rueda, se convierte en un sitio peligroso e inhóspito.