Eugenio Rodríguez

El ocaso del narciso

En 1968, el enigmático Francis Bacon inmortalizó de forma espeluznante a su pareja de entonces —un ratero al que descubrió robando en su taller—, en el conocido «Retrato de George Dyer en un espejo». Lo hizo con los rasgos inquietantes de esa nueva figuración tan suya, contorsionados por la obsesión especular del artista, tamizados por las cicatrices del pasado y afectados por las turbulencias propias de la intensa relación que mantuvieron ambos. En esta obra, de Dyer se muestra todo. Domina la escena su figura sedente, distorsionada y retorcida, con una mitad algo más descifrable que la otra y la cabeza vuelta de un espasmo hacia el espejo que hay dispuesto junto a él.

Pero el verdadero retrato es el reflejo dislocado de su cara sobre ese cristal azogado, que permite adivinar la eterna disyuntiva entre la satisfacción de los apetitos y la consumición definitiva de la vida a la que aquellos conducen cuando esta queda sometida a su gobierno. La violenta deformidad del conjunto expone la sordidez profunda del retratado. En esta interpretación de Bacon sobre quien era depositario de sus afectos bien podría reconocerse la que hacemos ahora tantos españoles sobre Pedro Sánchez, un narciso cada vez más consumido y atrincherado en el poder —su mayor apetito—, al que nada importa más que seguir viendo su reflejo en el espejo monclovita.

A Sánchez lo vimos ganar unas primarias tan solo unos meses después de haber reventado el PSOE en aquel turbulento Comité Federal de 2016. Consiguió tomar el poder ganándole una moción de censura a Mariano Rajoy por corrupción en 2018. Superó el bloqueo político después de llevarse las dos elecciones generales de 2019 y formó un Gobierno socialcomunista calificado por la oposición total de VOX de «ilegítimo», porque prometió que no pactaría con quien finalmente pactó.

Resistió las dos mociones de censura que presentaron los de Santiago Abascal en su contra y que no quiso apoyar el Partido Popular, una en 2020 y otra en 2023. Logró salir investido de nuevo presidente del Gobierno, de la mano afín del comunismo y con los apoyos del separatismo y los herederos del terror, después de haber perdido las elecciones generales de 2023.

Y tuvo la osadía de configurar esa turbia mayoría parlamentaria y mantenerse en el poder a base de mercadear con la Nación, despedazarla y entregar en precipitados plazos sus despojos a la voracidad inacabable de los que necesita para gobernar —de los que vamos conociendo también lo suyo—, concediendo beneficios políticos, económicos, jurídicos o competenciales, que son todos ellos traiciones a España, por mucho que alguna haya recibido el aval del Tribunal Constitucional de Cándido Conde-Pumpido, o sea, según interesa al propio Sánchez.

Porque también lo hemos visto comprometer la independencia judicial repartiéndose con el PP de Núñez Feijóo el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal de Cuentas, que son solo una muestra de esa lista interminable de acuerdos y repartos del bipartidismo; además de promover una reforma del poder judicial que ha movilizado a los jueces y fiscales para tratar de defender su independencia.

Ha querido silenciar a los periodistas críticos y censurar a los medios de comunicación que no forman parte de la opinión sincronizada y ha dado ruedas de prensa sin prensa. A mayores, ha hecho todo lo posible para dificultar —y eludir a conveniencia— el control institucional de las Cortes Generales sobre la acción del Gobierno que preside, incluyendo la suspensión ilegal de la actividad parlamentaria en el contexto pandémico de los estados de alarma inconstitucionales. En la erupción del volcán de La Palma y en la trágica dana de Valencia —especialmente en esta última—, Sánchez ha tenido un comportamiento infame, plagado de repugnancias, engaños, maniobras y omisiones verdaderamente imperdonables. Se ha acercado peligrosamente a dictaduras como la china de Xi Jinping —igual que Moreno Bonilla— y la venezolana de Nicolás Maduro, con el insufrible revoloteo de Rodríguez Zapatero.

Ha recibido el aplauso de grupos terroristas como Hamás y de regímenes como el de Irán, por el reconocimiento del Estado Palestino que promovió para capitalizar el antisemitismo progre, a pocos meses de la brutal masacre del 7 de octubre de 2023 perpetrada por Hamás en Israel. Ha querido erigirse en la némesis internacional de Trump para apropiarse de un antitrumpismo patrio que parece tan «transversal» como inconsistente es la oposición a tiempo parcial de Feijóo. Por el camino, se ha convertido Sánchez en un aliado que no es fiable para nadie, al que nadie recibe, con el que nadie habla y que entre sus pares está más fuera que dentro de la foto. Y todo porque necesita desmarcarse ante terceros del compromiso vinculante de rearme que finalmente firmaron todos en la cumbre de la OTAN —él incluido— y porque de él ya solo ve el mundo la inmensa deformidad que manifiestan sus acciones.

Antes de ese circo, le dio por sacar a pasear su inconsistencia epistolar, con la que inauguró sus cinco días de descanso para reflexionar sobre su continuidad en el poder, por haber actuado la Justicia contra su mujer. Después lo vimos marcharse a la India con Begoña Gómez a dejarse agasajar. Y luego hubo otra carta.

Sánchez crea maniobras sin descanso para distraer a la opinión pública de lo sustancial, que es la proliferación de la corrupción a su alrededor y la inevitable acumulación de imputados en su entorno personal, familiar y político. Desde su mujer a su hermano, desde la chusca banda del Peugeot al fiscal general del Estado, Álvaro García, pasando por todo tipo de subtramas y ramificaciones, con sus cloacas y fontaneros, bragueteros y meretrices. Lo que vemos parece, a todas luces, una única y gigantesca trama de corrupción estructural, que es al mismo tiempo de inmensa degradación moral.

Hay mucho cinismo en la reacción del Gobierno y del PSOE a propósito del ingreso de Santos Cerdán en Soto del Real, poco menos que negando el vínculo de confianza y la proximidad personal, política y orgánica con otro número dos incómodo de Sánchez.

Ahora pretenden todos desmarcarse para amortiguar el impacto y controlar el relato, haciendo desaparecer al repudiado de las fotos, al más puro estilo estalinista. La penúltima que hemos conocido apunta a que el todavía presidente del Gobierno habría sabido por filtración de la propia Fiscalía —y comunicado al imputado José Luis Ábalos— que Koldo García estaba siendo investigado por la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil.

Una información que ha motivado la querella de VOX ante el Tribunal Supremo contra Sánchez por los presuntos delitos de revelación de secretos, encubrimiento y obstrucción a la justicia, que lo acercan a un posible horizonte penal.

Lo mínimo que exige ya la descomposición general en la que nos ha sumido el peor inquilino que ha tenido nunca La Moncloa es su dimisión y una inmediata convocatoria de elecciones generales, pero a él le basta con que lo aplauda el «feminismo» de carné.

El ocaso del narciso ha llegado y los españoles conocemos ya —por fin— la verdadera naturaleza de Sánchez, al que hemos visto y sufrido en su desmedida sordidez, como Bacon vio y sufrió la de Dyer. Un presidente del Gobierno que —¡oh, sorpresa!— está resultando ser tal y como la ultranosequé había diagnosticado. Pues como todo.