Estos días, y por mandato de la actualidad, resulta difícil sustraerse a la tentación de comentar algo acerca de nuestros vecinos continentales ‒no los lusitanos, sino esos otros que a lo largo del tiempo han conformado su identidad gracias a, entre tantas cosas, también al muro natural que comparten con nosotros, el pirenaico‒.
Aunque sólo sea por esto, pensarán sin duda que los siguientes párrafos incluyen una autopsia prematura de estos Juegos Olímpicos de París ‒de la ceremonia de inauguración, más bien, chirriante, grotesca como pocas y en gran medida ajena al espíritu olímpico‒. Pero no es así. Creo tanto o más interesante que nos detengamos en una noticia reciente que, indiferencia de los medios masivos mediante, ha pasado casi inadvertida.
Bien, les pongo primero en antecedentes. El pasado junio, el Senado brasileño proponía por ley que el español fuera de estudio obligatorio durante tres cursos, en la Nueva Escuela Secundaria, obligatoriedad que hasta ahora sólo disfrutaba el inglés. Este privilegio del que gozaba la lengua de Shakespeare no parecía molestar a nadie; pero no así lo tocante al español.
Según declaró Helene Ducret, agregada de cooperación educativa de la embajada francesa en Brasil, «hacer obligatorio el estudio del español en las escuelas secundarias brasileñas, como proponía el Senado, tendría consecuencias tremendas. El español ya es la opción del 95% de los brasileños que eligen aprender una segunda lengua. Imponerlo como obligatorio sería catastrófico para otros idiomas. Nosotros apoyamos el plurilingüismo».
Esta preocupación, al parecer, era igual de intensa en la embajada de Italia: «la comunidad italiana en Brasil, con más de treinta millones de descendientes, estaba muy preocupada por la reforma educativa», señaló un portavoz. Por su parte, la embajada alemana recordó las declaraciones conjuntas hechas para promover la enseñanza del alemán en el país, junto al inglés, y la importancia de que esta opción fuera posible.
Dichas manifestaciones, ¡cómo no!, fueron acompañadas de una presión diplomática conjunta ‒aunque liderada por Francia‒, en torno al Congreso Nacional y los diputados encargados de formular el texto definitivo de la proposición de ley. El resultado: la ley procedente del Senado fue modificada, y el español, que partía como segunda lengua obligatoria, pasó al catálogo de las optativas. Es decir, los diputados brasileños cedieron.
Dicho esto, cabe hacer algunas consideraciones. Primero, ¿qué es ese plurilingüismo al que tanto perjudica el español, pero que vive tan pancho con la enseñanza obligatoria del inglés? Por lo que señala el dedo acusador de la señora Ducret es fácil de identificar: es la difusión de una o diversas lenguas a través del sistema educativo, lo que de un modo general nos acercaría a una sociedad en la que la población pudiera aprenderlas a su capricho.
Bueno, al final sería el inglés y otras lenguas. ¿Francés, italiano, alemán? ¿Es esto que recetan para Brasil lo cotidiano en Francia? En realidad el plurilingüismo de la embajada francesa se podría definir como un burdo ataque al español. Segundo, ¿esos treinta millones, descendientes de la emigración italiana a Brasil, supone un número equivalente de italoparlantes en esa América del sur? Ni por asomo.
Luego, ¿qué pretenden nuestros socios europeos hacer con ese 5% que no elige el español como segunda lengua extranjera? ¿Aprovechando ese resquicio, aspiran a un florecimiento de sus respectivas lenguas en tierras lejanas? Ni locos.
El otro 95% supone, por decirlo suavemente, una disuasión definitiva. Luego no están defendiendo sus intereses; por el momento se conforman con atacar al español y perjudicar los nuestros. Hecho a considerar, también, es que la jugarreta diplomática ‒la cual admiten sin rubor alguno, dicho sea de paso‒, se haya perpetrado en nuestro ámbito de relaciones históricas, lingüísticas y culturales de mayor relevancia, en Iberoamérica, y además en una zona de expansión natural de nuestra lengua, Brasil ‒la otra es Estados Unidos, pero allí nuestros vecinos se habrían mostrado algo más prudentes‒.
Hasta el momento la única reacción al atropello ha quedado reducida a una carta de la asociación Hablamos Español, cuyo propósito es la promoción y defensa de nuestra lengua, al ministro Albares, de Asuntos Exteriores, quien hasta el momento no ha dicho esta boca es mía ‒ni lo hará, porque a estas alturas todo quisqui sabe que España es incapaz de defenderse‒.
Y no seamos ilusos; este ataque europeo al español, capitaneado por Francia, no se debe a sus discrepancias con Bolivia, Méjico o Argentina; es un eco de la rivalidad histórica entre España y Francia, sólo que esta vez han errado el golpe.
El español es la lengua materna de 500 millones de personas, y con un uso potencial de unos 600 millones. Una lengua que, aunque sólo sea por cuestiones demográficas, se extiende “sola”, sin gran apoyo de España, por lo que no se puede descartar que ese 95% de estudiantes brasileños que libremente eligen el español vaya en aumento. Mucha paciencia, señora Ducret y asociados, mucha paciencia.