Eugenio Rodríguez

Las mil y una trapacerías

La pintura flamenca que inundó Europa de realismo, detalle, color y simbolismo nos regaló una obra muy popular y casi cómica, conocida como «El Prestidigitador» (1502), atribuida —no sin controversia— al siempre enigmático Bosco, que es un autor más conocido por sus inquietantes representaciones de eso que Ernst H. Gombrich llamaba «las cosas que nadie ha visto jamás», pero que tanto preocupaban al hombre de su tiempo.

La escena que se representa en esta obra es la de un ilusionista que está realizando su magia frente a un grupo de personas del que apenas le separa una mesa. Sobre ella se halla inclinado un bendito incauto a quien el presunto mago está haciendo que le salga un batracio de la boca. Mientras, un cómplice que se ha infiltrado entre el público aprovecha la distracción que brinda el espectáculo y lo despluma.

El cándido protagonista del truco es, al mismo tiempo, la primera víctima. Pero los demás espectadores, que ya están todos metidos ahí participando como colaboradores necesarios de la función, consumiendo la narrativa de un charlatán de feria, con la atención puesta en lo que él quiere y secuestrados por sus propias reacciones, serán —qué duda cabe— las futuras víctimas de las acciones coordinadas que se ejecutan fuera de foco.

El Bosco nos previene así de la candidez y la credulidad frente a los muchos engaños que ejecutan con maestría los embaucadores profesionales, ayudándose de cómplices y ardides de todo tipo, aunque no siempre para desplumarnos. Esas maniobras de distracción también se utilizan para apartar el foco de los asuntos propios, acallar las críticas, contrarrestar una crisis de popularidad, polarizar a la audiencia, señalar cabezas de turco, generar adhesión en torno a cualquier bandera que se quiera enarbolar o todas esas cosas juntas a la vez.

En política, donde el objetivo principal y único es, tantas veces, el poder por el poder y todo lo demás está absolutamente condicionado, sometido y subordinado a su consecución, es más difícil identificar esas distracciones como tales y detectar qué se está ejecutando fuera de foco.

Las distracciones obedecen, pues, a una estrategia deliberada que, en la Unión Europea de Ursula von der Leyen y en la España de Pedro Sánchez, es la del bipartidismo.

La penúltima de von der Leyen con su Plan de Rearme Europeo ha sido de lo más burdo que nos han tirado a la cara. La Comisión Europea ha atemorizado a la población civil con un escenario de subsistencia por una guerra que podría llegar a sus hogares, por los efectos de un apocalipsis climático o pandémico, por un ciberataque que podría hundirnos en las tinieblas analógicas o por todo lo anterior en siniestra concurrencia, para justificar la inversión acelerada de la Unión en un rearme que garantice su autodefensa.

El toque hilarante lo ha puesto la llamada a proveernos de un «kit de supervivencia para 72 horas», como si fueran a empujarnos —capaces son— a un abismo de subsistencia elemental del que pudieran sacarnos en tal plazo de respuesta. En diferido, ya si acaso, iremos viendo cuántos negocios chulísimos de esos con reproche penal se van haciendo fuera de foco, como sucedió durante el COVID-19 con las mascarillas.

La última ha sido la sobreactuación de von der Leyen a cuento de los aranceles de Donald Trump, cuando hasta Mario Draghi ha visto ya que hacen más daño las trabas internas y el exceso de regulación impuestos desde la propia Unión Europea.

Lo que sea, para distraernos de sus agendas, pactos y políticas de la ruina, de sus ataques a la libertad de expresión, de la corrupción sistémica y de todos esos repugnantes abusos e injerencias que vienen perpetrando contra sus Estados Miembros. Como anular elecciones cuando sus resultados no les gustan, aplicar cordones sanitarios a las formaciones que amenazan sus consensos y negar los cargos que les corresponden, entre
otras vergüenzas.

A Pedro Sánchez, esta estrategia también se la hemos visto en infinidad de ocasiones. La vimos con aquel truco vergonzoso de la carta y sus cinco días de vacaciones por la causa abierta contra su mujer.

La usó de nuevo con aquella gira internacional que emprendió para promover el reconocimiento del Estado Palestino y cuando anunció el de España con el aplauso de la escoria planetaria. Y volvió a repetir la maniobra con aquel grotesco viaje a la India en compañía de su mujer para distraer a la opinión pública de las nuevas imputaciones que se iban conociendo.

La estrategia apareció otra vez con el intento de subirse al carro de las sonrisas y el optimismo vacío y quebradizo de la nefasta Kamala Harris. Y también después de aquella campaña, con su hilarante pretensión de liderar una oposición internacional a Trump.

Y una vez más, con su adelantado teatro en La Moncloa con la patronal y los sindicatos mayoritarios a cuenta de los aranceles. La estamos viendo incluso en jugadas de más largo recorrido, con su obsesión enfermiza por destruir un símbolo de reconciliación como el Valle de los Caídos —que es, también, lo de las cruces en toda Europa, pero conducido desde las mismísimas entrañas de Caín— y por sacar continuamente a la palestra a Francisco Franco, para generar adhesión manteniendo vivas las llamas de los odios viejos, que son votos.

Y, por supuesto, la vemos también con su embestida contra las universidades privadas en España para ver si le sale la jugada con María Jesús Montero en Andalucía o con Óscar López en Madrid.

Lo que sea, para alejar el foco de la corrupción de su entorno político, personal y familiar, de sus interminables cesiones al separatismo, del saqueo fiscal continuado a los españoles, de la pérdida de libertades, de la degradación de las instituciones, de la destrucción del sector primario y de la industria, de la crisis de vivienda, de la deuda pública y del cambio de régimen que está perpetrando con sus socios de Gobierno. Pero también del oscuro abismo al que nos empuja con la rendición de las fronteras, el efecto llamada, la gestión de la invasión y la creciente islamización de España.

Podrán distraernos con sus mil y una trapacerías, pero son ya legión los que las ven.