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Inma Espinilla

No a la guerra

Pobre gente de Ucrania. Atenazados entre dos fauces de león. Una que amaga una respuesta de ayuda pero que no puede, la OTAN, sabedora de que al otro lado tiene al león de Putin, capaz de llegar hasta la última consecuencia. Por otro lado, las fauces que sí que atacan, las de una Rusia dispuesta, a la orden de su gobernante, a recuperar su antiguo y “glorioso” esplendor imperial.

En estos días permanezco enganchada a las noticias de la televisión y de las agencias, imagino que como la mayoría de ustedes. Prácticamente, no me he dado cuenta de que tenemos que celebrar el Día de Andalucía, y casi ni pienso en que estamos de puente.

Solo puedo pensar en Ucrania y su pueblo, que son como nosotros y, hasta hace muy poco, apenas se imaginaban que la cosa fuera a derivar de una manera tan brutal y nefasta. Ojo, que Rusia lleva ya desde el 2014 con sus zarpas en Crimea, la península ucraniana que se descuelga sobre el Mar Negro alentando las desavenencias entra la porción prorrusa del Este y la mayoría nacionalista y proeuropea del Oeste.

De todo esto saco tres imágenes que me vienen, una y otra vez, a la mente y que, creo, resumen gráficamente todo lo acontecido:

La primera es la del presidente ucraniano Zelenski, con la expresión paralizada y los ojos húmedos y colorados. Se dirige a sus compatriotas llamando a la resistencia ante el ejército ruso y apela al resto de países a que le ayuden en una defensa que se antoja suicida y una derrota que se presupone aplastante.

Es más, el Ministerio de Defensa pide a la ciudadanía que preparen cocteles molotov para hacer frente al asedio. Sí, guerrilla urbana, David contra Goliat en un conflicto en la que la comunidad internacional no puede hacer nada. Pocos dirigentes europeos de la historia reciente se han tenido que enfrentar a un reto así. Pero ahí sigue, al frente de su pueblo, resolviendo una cuestión más perentoria que el paro o la tarifa de la luz: la cuestión de sobrevivir a la aniquilación.

La segunda es la de los helicópteros rusos sobrevolando y atacando a las ciudades ucranianas. Es una imagen icónica del belicismo de la historia moderna. Son los mismos helicópteros que vimos en tantas películas sobre Afganistán; son el emblema del ejército ruso y parecen sacados de una película de Terminator, aunque estos sí que arrojan fuego de verdad y se ciernen sobre la vida de las personas como si de la muerte encapuchada se tratara.

Por último, la población que resiste en las ciudades, que resiste en Kiev. Por la mañana preparan la maleta, por lo que pueda pasar; luego, acuden en familia y con sus animales de compañía -he visto perretes y gatos arropados por sus temerosos dueños- a los búnkeres y estaciones de metro para huir de los bombardeos.

A continuación, regresan a sus casas para desayunar y llamar por teléfono a los familiares y comprobar si están bien. Muchos otros se han visto obligados a dejar su país, su hogar –según los datos de Acnur más de 100.000-. Las familias se parten y los acontecimientos se suceden demasiado rápido. Probablemente, ya se han dado cuenta de que están solos, de que nadie de sus reconocidos aliados va a ir en su auxilio. Anuncian sanciones, las mismas que impusieron en 2014 y que solo han servido para que Rusia continúe con su plan.

Podríamos ser nosotros, habitantes de un mundo libre y en democracia los que, de repente, nos viésemos envueltos en la mayor de las barbaries, pero les ha tocado a ellos. ¿Cómo se enfrenta una a todo esto? Muchos han huido, yo sería una de ellos. Buscaría un lugar menos poblado quizás, pero ¿a dónde? ¿Quién me daría refugio? ¿Acaso en Torredelcampo? Allí me esperarían los mismos helicópteros rusos. ¿O acaso al Puente del Obispo? Craso error, ese sería un objetivo estratégico para cruzar el Guadalquivir. No sé, seguramente me iría a casa de Tafur, allí en la sierra, claro, en el caso de que cupiera. Lo cierto es que no nos podemos ni imaginar la confusión, la frustración o el miedo que estarán pasando esas personas que son como nosotros en aquella región de la vieja Europa, al otro extremo del Mediterráneo.

Pobre gente de Ucrania. Atenazados entre dos fauces de león. No consigo quitármela de la cabeza.

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