Sábado. 10:30 de la mañana. Glorieta de Blas Infante (Jaén). Algarabía, ruido y, sobre todo, principios. Martina no lo tiene muy claro y pregunta: «¿Es otra manifestación de la mujer, mami, o es para salvar a la montaña?» Le intento explicar que hoy alzamos la voz para que haya más médic@s, más enfermer@s, para que los hospitales tengan más dinero para cuidarnos y curarnos. Su respuesta me paraliza: «¿Y por qué tenemos que pedir eso? ¿No debería haber muchos ya para salvarnos?».
Si una niña de cinco años es capaz de ir a la raíz, me cuesta esgrimir los motivos por los que el Gobierno de la Junta de Andalucía ha podido despedir a 8.000 sanitarios en plena pandemia.
Arranca la manifestación convocada por los sindicatos CC OO y UGT para defender una sanidad pública para garantizar nuestra salud. Y claro que había gente –se habla de miles de personas-, normal, pero eché en falta mucha más. Tanta como cada uno de los habitantes de la provincia y, entonces, no me salen las cuentas.
Y es que la manifestación de ayer no iba de siglas, sino de defender nuestros derechos y lo que nos pertenece. Se nos va la vida en ello. Quizá por ello se han adherido diferentes colectivos de la provincia. Motivos sobran. No se puede dejar morir el sistema de sanidad.
Los datos que manejan los sindicatos revelan que, en Jaén hay 2.500 personas en lista de espera para una operación desde hace más de 250 días y también censuran que la comunidad autónoma andaluza es una de las que menos invierten en sanidad.
Es el momento de alzar la voz, de reclamar lo que es nuestro, de sacarle los colores a la Junta de Andalucía y, por supuesto, hacer que se nos escuche. Y de no parar hasta que hagan caso, hasta que termine el desmantelamiento de la sanidad pública, hasta que podamos confiar en que nos han devuelto un sistema público digno de calidad.
Queremos y nos merecemos la mejor de las atenciones, que nuestros sanitarios puedan trabajar en la mejor de las condiciones y que nuestra sanidad sea de primera. Es lo justo, es lo que esperamos y es lo que defendemos. No hay más. No es tan extraño tomar las calles para reclamarlo, ¿verdad?