Eugenio Rodríguez

Repugnancias

La onda expansiva por los asuntos reprobables de Íñigo Errejón —y por los silencios que hemos conocido de su manada afín de encubridoras— precipitaba el final de octubre fulminando el escaso crédito de los españoles hacia esa inexistente superioridad moral de la izquierda. Por lo que iba trascendiendo, parecía el clásico naufragio en que deviene todo vicio salido de madre sin brida moral que lo sujete.

Una distracción estéril arrojada sin pudor a los espectadores de la cosa pública, abonados al tormento a lo Edvar Munch en este reino del espanto que es ya España. La cortina de humo duró lo que tardó en conocerse la fotografía de Pedro Sánchez con el empresario Víctor de Aldama en una zona de acceso restringido. Un sobresalto tapado inmediatamente por otro, cuando salieron a la palestra las nuevas imputaciones del juez Juan Carlos Peinado a la «catedrática» Begoña Gómez.

La estrategia del avestruz de un ecohipócrita Sánchez, que abusa de la combustión del queroseno en sus desplazamientos y que, con el concurso de Teresa Ribera, se niega a limpiar los cauces de los ríos y promueve la demolición de «obstáculos fluviales», fue trasponer a la India con Gómez a no se sabe qué, en sospechosa coincidencia con Delcy Rodríguez.

Y estando en esas, nos ha sobrevenido una de las mayores catástrofes de nuestra historia reciente. Una gota fría devastadora que ha destrozado el levante español, cobrándose la vida de cientos de personas y afectando a miles de familias que han perdido a sus seres queridos y han visto arrasados sus hogares y sus medios de vida.

Con tantas [personas] fallecidas —que elidiría la europredicadora del veneno woke, Irene Montero—, con tantos desaparecidos aún sepultados bajo el barro, con tantos afectados pidiendo la movilización de todos los recursos disponibles, con un líder regional como Carlos Mazón, incapaz de diagnosticar la situación, de pedir ayuda en proporción a la realidad y de gestionar una respuesta adecuada, las urgencias inaplazables para el cargo que ha demostrado Nuria Montes —aunque se ha disculpado, todo hay que decirlo—, es repugnante.

Dejar a los valencianos abandonados a su suerte entre cadáveres, con riesgo sanitario y epidémico, padeciendo una escasez extrema de agua y alimentos, sin medicamentos ni suministro eléctrico, sufriendo agresiones y saqueos a sus propiedades como si España fuera un país tercermundista, es repugnante.

Disimular el caos y la inoperancia en que se ha concretado la capacidad de respuesta del Estado de las autonomías en las primeras horas de este desastre y eludir las responsabilidades propias sobre la gestión de la crisis, diluyéndolas en el conflicto competencial, es repugnante. Jugar tus cartas en mitad de una tragedia dantesca, responsabilizando a un tercero que ya está encadenado a sus propios errores y dejar que se cueza en su propio caldo para debilitar por elevación y en diferido a tu propio adversario político —Núñez Feijóo— en lugar de hacer lo que hay que hacer por los valencianos, es repugnante.

Rechazar a lo Fidel Castro la ayuda internacional de tantos países hermanos y aliados, cuando esa generosidad internacional podría haber ayudado a salvar vidas en un momento clave y a paliar la decepcionante respuesta de las diferentes administraciones ante el desastre, es repugnante.

Celebrar un pleno extraordinario para terminar de colonizar RTVE, mientras Valencia traga barro, es repugante. Culpar al cambio climático del desastre, como si fuera Sánchez un vulgar reflejo especular de la alemana Úrsula von der Leyen, es repugnante.

Tener el foco puesto con inquina sobre «la banca y las energéticas» como Yolanda Díaz y hablar —desde ese prisma— de impuestos y gravámenes para «mejorar derechos y servicios públicos» en este infierno fiscal que es España, con los derechos en retroceso, con el fallo de las administraciones en la tragedia, con centenares de muertos en la retina y con toda España volcada con las víctimas, es repugnante.

Demorar innecesariamente una respuesta que se precisa con urgencia, como la movilización total e inmediata del Ejército —de todos los recursos y efectivos necesarios, en realidad— en las zonas afectadas, es repugnante.

Criminalizar al pueblo español que, en una muestra ejemplar de solidaridad y ante el fallo sistémico del Estado, se ha movilizado masivamente en auxilio de los valencianos, en lugar de brindarles un apoyo institucional incondicional, facilitar su acción solidaria y procurar la mejor coordinación posible, es repugnante. En definitiva, esta casta parasitaria es un manantial inagotable de depravación, corrupción, incompetencia, veneno y trincheras.

Y que estas sean las élites que nos gobiernan, tiene no pocas consecuencias y ninguna buena. La política de hoy es el espasmo que anuncia la arcada inevitable de mañana. Vergüenza para todos ellos.