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Fallece Juanjo, el cura que bajo a la mina

Fue el fundador de la parroquia de San Sebastián de Arrayanes y no dudó en salir de la sacristía para estar con los más necesitados de Linares

Por:Javier Esturillo
El padre Juanjo en una imagen de archivo. Foto: Javier Esturillo

El barrio de Arrayanes llora la desaparición de su cura, Juan José Juárez Casado, que ha fallecido a los 79 años de edad. Fundó la parroquia de San Sebastián, que levantó con sus propias manos y con la ayuda de albañiles, fontaneros, electricistas, encofradores, herreros y jardineros de la barriada.

La iglesia se convirtió en punto de encuentro de creyentes y no creyentes. Juanjo más allá de ser el párroco de Arrayanes era un amigo. Transformó el templo en un centro de acogida para toxicómanos a los que prestaba su atención para que salieran de las drogas. 

Su labor social de la parroquia en el barrio incluyó cientos de actividades educativas, culturales y religiosas que los residentes -grandes y pequeños- abrazaban con entusiasmo. Por eso, su pérdida ha sido especialmente sentida.

Una vida fascinante

Conocido simplemente como Juanjo -sin el don por delante- pertenece a una larga estirpe de religiosos a pie de obra que salió de los seminarios españoles a principios de la década de los 70 para bajar del púlpito y meterse en el tajo.

De la quietud noble de los recintos eclesiásticos a la algarabía empobrecida de los excluidos. Tomaron partido por el pueblo. Fueron curas sin sotana que lucharon por las libertades democráticas renunciando a sus privilegios para vivir, y trabajar, al lado de los menos tienen. 

Juanjo estudió Teología en Granada, donde enraizó su compromiso social. Solía recorrerse los barrios de la periferia granadina para conocer la realidad de las clases más empobrecidas, de la Andalucía profunda a la que le faltaba luz, agua, vivienda, escuelas… Zonas en las que sus gentes vivían en barracas, como La Chana.

Predicar con el ejemplo

Quiso ser uno de ellos y, junto con un grupo de compañeros, planteó al rector de la residencia la posibilidad de trasladarse a una chabola. Su intención no era otra que asistir a los más pobres, a los marginados. Predicar con el ejemplo de Jesucristo. Esa revolucionaria idea fue denegada, aunque él seguiría frecuentando esos barrios invisibles hasta su primer destino como diácono en la parroquia de San Miguel de Andújar.

Allí, tomó otra decisión insólita: trabajar como peón de albañil. Y así lo hizo. Nada más llegar a la ciudad se marchó a una obra y pidió empleo al contratista sin desvelar su identidad de cura. Fue contratado y empezó en la construcción «como uno más», desde cargar ladrillos a elaborar la mezcla en la hormigonera, pasando por la compra de los avíos para el desayuno.

Juanjo no tenía las manos encalladas y su manera de hablar más educada y refinada comenzó a levantar sospechas entre uno de sus compañeros, quien, un día, sin que él se diera cuenta, lo siguió hasta la iglesia, de la que salió vestido con la sotana. Fue entonces cuando el resto de la cuadrilla descubrió la verdadera vocación de Juanjo.

Como es lógico, la sorpresa fue mayúscula. Habían compartido experiencias, andanzas y paleta con un cura. Le explicó los motivos y lejos de rechazar su presencia, Juanjo se ganó aún más la confianza de los obreros hasta tal punto de que empezaron a escucharlo con más atención, a pedirle libros y a creer en la palabra de Jesús. Tal fue su influencia que uno de los capataces, «muy mal hablado, por cierto», acabó de catequista.

El día que se ordenaba como sacerdote en su Porcuna natal, invitó a toda la cuadrilla a asistir a la ceremonia. El constructor -de ideas alejadas a la Iglesia- rechazó la propuesta. Sus compañeros en señal de protesta se sentaron a pie de la obra y se negaron a trabajar. Forzado por la situación y consciente del deseo de los albañiles, no solo les permitió ir a Porcuna, sino que, además, fletó un autobús para ello.

La emoción de Juanjo nada más verlos entrar por la puerta del templo fue «tremenda». Tras aquel gesto de amistad y admiración, el sacerdote solicitó a sus superiores quedarse en Andújar, en el barrio de La Lagunilla, de origen humilde.

Llegada a Linares

Sin embargo, desestimaron su petición y lo mandaron a Linares, a la iglesia de Santa María para que «conociera las distintas realidades» de la ciudad. Duró solo un año, pero su estancia le sirvió para hacerse una idea de la situación del municipio y, sobre todo, de los mineros.

Su siguiente destino sería la parroquia de San José en uno de los barrios más obreros de Linares, donde permanecería otros dos años en los que trató, como ya hiciera en Andújar, buscarse la vida más allá del altar.

Fue entonces cuando fue a pedir trabajo a la antigua fábrica de las latas y, después, a Santana Motor. Pero, a diferencia de la otra vez, aquí ya conocían su profesión de cura, por lo que, a pesar de los intentos, no entró en ninguno de los dos sitios, como tampoco lo hizo en las minas de La Cruz ni en la Fundición, donde solicitó de manera encarecida bajar al pozo. Por aquel entonces ya estaba ejerciendo el sacerdocio en Arrayanes. Su propósito de descender a las profundidades de la tierra no era otro que estar con sus feligreses.

Aceitunero altivo

Entre tanto, pasó un lustro como párroco de Arquillos. Su historia de compromiso social continúo en el campo. Se hizo jornalero y se marchó a recoger aceituna. Otra vez asumía la vida humilde y contactaba de lleno con la gente. Al igual que en las anteriores ocasiones, encontró oposición, pero su cabezonería le permitió entrar en un tajo, con la condición de no tener ningún tipo de privilegio sobre el resto, es decir, «ser uno más».

Juanjo sintió en sus carnes la dureza del campo, pero también la injusticia. Por aquel año, los temporeros estaban cobrando por debajo de lo que marcaba el convenio, así que no se le ocurrió otra cosa que empapelar el pueblo con el Boletín Oficial del Estado (BOE) que recogía la tabla salarial. Eso le costó una buena reprimenda de sus superiores eclesiásticos y del propio gobernador civil de Jaén, además de la correspondiente denuncia. Pero también sirvió para que sus compañeros de fatigas en las olivas percibieran lo que se merecían por la ley.

Su popularidad en Arquillos fue ganando enteros. Los vecinos querían que comiera en sus casas. Cada día acudía a una, lo que le provocó más de un dolor de tripa porque cada mujer cocinaba de una manera. Ante esta situación, alguien le dijo que se quedara en una sola para, de este modo, evitar esos problemas. Él eligió la de Lola y Santi, un matrimonio que posteriormente se mudó a Linares y con los que lleva conviviendo, como uno más de la familia, desde hace varias décadas.

Este sacerdote crítico con los poderes nunca ha estado vinculado a corriente política alguna. Su única filosofía de vida es «ayudar a los que más lo necesitan» independientemente de quién sea o a qué estatus pertenezca. Eso sí, siempre tuvo claro que los pobres debían ocupar los primeros bancos de sus parroquias, tal y como hizo en las fiestas de El Porrosillo -pedanía de Arquillos- en las que dejó sin silla reservada al alcalde por llegar tarde.

Arrayanes, su barrio, su gente

Fue en Arrayanes donde ofició su ejercicio como párroco en toda la extensión. Más de 23 años en los que logró avances importantísimos de integración de los marginados y, sobre todo, los drogadictos, a los que dedicó muchas horas para tratar de sacarlos del pozo.

Juan comenzó en esta populosa barriada de Linares sin templo. Las misas las oficiaba en un aula del colegio, y se implicó tanto en su misión pastoral que adaptó los libros de catequesis para que los niños de la zona pudieran entender con suma claridad el mensaje de Cristo. En este punto, involucró a los jóvenes, a las madres y a los padres como catequistas.

Este ‘misionero urbano’ compaginaba su labor como cura con la de profesor de Religión en el instituto Cástulo, primero, y, después, en el Huarte de San Juan hasta su jubilación. Y también vendió libros de la editorial Everest.

También participó en el Grupo de Cáritas con el que atendió las necesidades de tantas familias, así como el apoyo y la ayuda que recibió para prestar la atención que se merecían los presos y los drogadictos de Arrayanes, barrio en el que fue «muy feliz». En tiempos de convulso, la figura de Juanjo es un ejemplo a seguir más que nunca. El sepelio se celebrará este martes en la capilla del cementerio de San José de Granada.

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Juan Rubio
5 meses antes

Juanjo deja un entrañable recuerdo en quienes le conocimos y tratamos.
Mi más sincero pésame a familiares y amistades. Descanse en paz.

Nieves Ortega
5 meses antes

Siempre recuerdo a Juanjo haciendo el bien, siendo amable. Siempre serás el cura de mi barrio, de Arrayanes, esa iglesia que levantasteis entre muchos vecinos y en la que despediste a mi querida hermana cuando murió a tan temprana edad. No quise que ningún otro cura volviera a dar misa por ella. No soy creyente pero siempre que voy a la iglesia de Arrayanes la siento como mía porque allí te escuché muchas horas durante mi infancia. Y siempre tuve hacia ti admiración y respeto. Que la tierra te sea leve Juanjo. Descansa en paz.

Marta
5 meses antes

Fue mi profesor de religión en el instituto castulo y guardo un recuerdo entrañable de él. Ahí lo conocí. Y luego unos años más tarde nos casó a mi marido y a mi. Una ceremonia sencilla y llena de amor, Justo como era el.

Antonio
5 meses antes

Hola buenos días, me he quedado de piedra al ver que el bueno de de Juanjo ha fallecido, tengo un gran recuerdo de él que al mismo tiempo es una anécdota, os cuento cuando entregaron los pisos de Arrayanes allá por los años 80 del siglo pasado, Juanjo y yo nos fuimos juntos a Jaén para asuntos de papeleo, porque a él le toco uno y a mi otro, bien me acuerdo iba con el de copiloto en su Dyan 6 creo que era color Azul y escucho un golpe en la parte de atrás del coche y vi un Cáliz rodando por allí, y me dijo no te preocupes no pasa nada, lo cual me sorprendió muchísimo su forma de actuar, después lo veía muy a menudo por Linares hasta que deje de verlo, alegre y campechano, solo le diré que LA MUESTE NO ES EL FINAL D.E.P

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